LO QUE EL VIRUS SE LLEVÓ
Por: Myrna de Escobar
Nada ha vuelto a ser igual con la entrada del virus a nuestro país y si ya sobrevivir era difícil para la inmensa mayoría, ahora lo es más cuando se agregan accesorios no presupuestados en la canasta básica como la mascarilla y el alcohol gel. Del alcohol cuaternario, guantes y spray desinfectante, ni hablar. Un salario mínimo es insuficiente para la clase obrera que sí devenga sus ingresos con demasiados sacrificios.
Socialmente fuimos arrancados del afecto de los nuestros y el de las amistades. El apretón de manos, el beso o el abrazo llego a ser parte del pasado. A la deriva de la socialización laboral, familiar o en la comunidad nos recluimos con los más cercanos. Para muchísimas familias responsables fue la primera Navidad virtual como muchas cosas hoy en día, lejos de los nuestros, sin celebraciones de fin de año en el trabajo, las colonias y la iglesia. Y qué decir de los trabajadores de primera línea rentando un lugar lejos de los suyos para salvaguardarles la vida. — “no he visto a mi mamá desde que el virus empeoró”— comentaba una adolescente a su maestra virtual cuando su vida escolar virtual volvió con la nueva normalidad. Extrañar la camaradería del trabajo y la escuela es algo imperdonable del virus. Nos priva del dar afecto espontaneo y mostrar solidaridad, incluso. Un amigo tiene el virus y como en todo sólo la familia asiste. No visitamos para no contagiar o contagiarnos.
Hay que guardar la distancia. Duro pero comprensible razonamiento. Nadie quiere morir aislado en un hospital, excepto la familia, abandonada en ese momento doloroso.
Somos los portadores de algo catastrófico, de película y debemos ser responsables para proteger la vida, ante todo, pero muchos fueron raptados de este mundo porque les fue insuficiente el oxígeno para el próximo instante de vida y todo se complicó con su cuadro de salud vulnerado por sus patologías pre-existentes. Hoy estar en medio de una multitud así sea de feligreses es un delito, un atentado contra la vida propia y de los demás. Muchos no tienen opción, como los militares, doctores, enfermeras, recolectores de desechos, empleados de servicio en farmacias o supermercados.
Hoy más que nunca los desempleados desean un abrazo, un consuelo, un salario, un empleo, pero o tenemos miedo de acercarnos o las puertas de los empleadores están cerradas por la situación caótica de los ingresos. La que vendía tostadas fuera de un colegio con su criaturita en el coche necesita ayuda. El que vendía fruta fuera de la universidad extraña a sus clientes, el de las fotocopias y los artistas, igual. El que se quedó cesado de la empresa también se quedó sin amigos, fuera de su escaso círculo social con quien recrearse el fin de semana. Muchos maestros se quedaron sin sus alumnos, sin horarios o se volvieron virtuales como sus alumnos, en un proceso de aprendizaje virtual que poco garantiza un aprendizaje real de sus educandos absorbidos por las redes sociales y su poderosa influencia en la falta de concentración, hoy en día. El joven y el niño de hoy y su pensamiento divergente no se toma el tiempo de leer. Quiere el análisis hecho para no pensar. Personalmente doy fe de mis palabras como docente. — Denos las respuestas, ticher para no complicarnos y pasemos la página— dijo mi alumna el otro día en una sesión en Google Meet de lenguaje.
Irresponsablemente, muchos cuestionan las bolsas solidarias sin pensar que nuestros ingresos no son los mismos de antes o simplemente no llegan al hogar como sucedía antes del virus. El paletero y el sorbetero tenía sus clientes por doquier y ahora con los parques solos no es lo mismo. Muchos empleadores del sector formal no hicieron efectivo los préstamos ofrecidos por Bandesal por las razones que sean, según lo informó Paul DSteiner, presidente de CONAMYPE. Sin mencionar a los que fueron despedidos y no recibieron el bono al que tenían derecho cuando lo ofrecio el gobierno por decisión de sus antiguos patrones.
Finalmente, toda crisis es un reto y el reinventarnos permite activar el pensamiento y emerger desde donde estemos. Algunos encontraron un trabajo que antes no existía, como los creadores de contenido o youtubers, mandaderos o mensajeros, los que usan su vehículo para hacer Uber, o los que se volvieron expertos vendiendo su trabajo por las redes. Hoy, la vida es más difícil para casi todos, y tener una casita en una residencial no los excluye del efecto del virus. Percibir menos ingresos a cambio de mantener el empleo no los exonera de hacer los pagos puntuales, el periodo de gracia ya pasó.