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Lo que queda por delante

José M. Tojeira

El triunfo del partido Nuevas Ideas ha sido claro e incluso aplastante. Es evidente que nuestro país corre el riesgo de convertirse en un país de partido único, como decía recientemente el cardenal Gregorio Rosa. A lo mejor incluso eso es el “algo nuevo” que sustituirá a la democracia, según declaraciones del vicepresidente en sus momentos de ausencia del cargo. Pero lo cierto es que siempre habrá gente que no dejará de pensar críticamente. Y que los problemas económicos, sociales y culturales serán en muchos aspectos la fuente del pensamiento crítico. Como también lo puede ser la arbitrariedad legal y el descabellado modo de impartir justicia de algunos jueces.

Como todo gobierno, el de Nayib Bukele ha hecho cosas buenas y cosas malas. Ha manejado sistemáticamente la propaganda de lo positivo y ha frenado la información pública que podía dar origen a nuevas críticas. Pero los problemas socioeconómicos continúan presentes. Y la gestión de los mismos, si no es acertada, será sin duda el futuro talón de Aquiles del partido victorioso.

Hay un gran número de problemas y temas pendientes. Indudablemente, en ese proceso de “deconstrucción” que el vicepresidente llama “desmantelamiento” y “eliminación”, el gobierno tendrá que establecer una legislación clara y prescindir de interpretaciones caprichosas de la ley. Pero las deudas con la población que aspira al desarrollo y al bienestar se irán volviendo cada vez más urgentes. Es muy probable que el aumento del salario mínimo se dé en cuanto el líder vuelva legalmente a tomar las riendas del estado, nunca abandonadas del todo. No sabemos si se atreverá a poner un salario mínimo decente, que no debería bajar de los quinientos dólares mensuales. Llegar en el próximo quinquenio al bachillerato obligatorio, es decir, a una educación formal obligatoria para todos con duración de 12 años, resultaría indispensable para lograr el desarrollo y el bienestar de ese nuevo El Salvador del que tanto se habla oficialmente.

Los riesgos ecológicos del país aumentan sin que haya una política clara al respecto. Es también un desafío que no puede soslayarse echándole la culpa solamente al clima de los efectos negativos del calentamiento global. Prevenir es un reto incumplido desde hace varios años. Un solo sistema público de salud decente y digno al servicio de todos los salvadoreños es también un desafío que ha venido posponiéndose en todos los gobiernos del pasado, incluido el que terminará en junio de este año. ¿Podrá la reelección lograrlo en los cinco años próximos? No hay duda de que si se quiere avanzar con mayor velocidad en el desarrollo, resultará necesaria una reforma fiscal junto con la exigencia de que los grandes capitales del país contribuyan más generosamente al desarrollo del país.

La pensión universal para toda la población adulta mayor, el aumento del tiempo de maternidad a seis meses y con el salario completo, suprimir la tendencia a poner reservas en la información pública, son deudas históricas en el país. No cumplirlas convertirá ese “algo nuevo” tan indeterminado del que habla el vicepresidente en “lo mismo de siempre”; otra frase que cala más fácilmente en la conciencia ciudadana. Reconciliarse con los Derechos Humanos, proteger legalmente a los defensores de los mismos, luchar con más claridad y autocrítica contra la corrupción, estar abiertos al periodismo crítico, son tareas permanentes hasta ahora incumplidas.

Con una oposición política bastante torpe, que no ha sabido poner muchos de los problemas económicos y sociales en el debate electoral, no es raro que el partido gobernante haya conseguido la reelección. Pero las personas aprenden de sus errores y la realidad difícil de los pueblos es con frecuencia el mayor enemigo de la propaganda. O trabajamos juntos por el desarrollo y el bienestar del país, incluso desde la diferencia de opiniones, o no tendremos el futuro placentero del que a todos nos gusta hablar. Queda pendiente escucharnos unos a otros, debatir con transparencia los problemas y prestar atención a los más débiles y olvidados de un Estado que, generalmente, olvida que por Constitución debe ser socialmente responsable

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