Iosu Perales
La política inmigratoria de Donald Trump es cruel, inhumana, un horror. Las críticas internas y externas le han hecho retroceder en su política de separación de miles de niños y niñas de sus padres, en un acto criminal que se ha prolongado demasiados días. Pero su condición de fascista ha quedado señalada como una huella imborrable. Primero metieron a cientos de niños y niñas en albergues, luego habilitaron almacenes con jaulas, lo que sacudió de manera desgarrada a una buena parte de la sociedad norteamericana. Se dice que los lloros de los niños y niñas llegaron a todas partes, a instituciones y a las calles, a las universidades y a los barrios, obligando al monstruo a echar marcha atrás.
Si les cuento que una niña de 10 años con síndrome de Down fue separada, junto con su hermano, de su madre, ya estoy ilustrando hasta dónde está dispuesto a llegar en su perversidad este tipo elegido presidente que se jacta de tener en su mesa el botón nuclear. Y es que Trump sigue defendiendo, desde su tolerancia cero, las mismas ganas de encarcelar a miles de inmigrantes. Ya lo está haciendo, pero ahora además a los padres y madres les acompañan sus hijos e hijas. No todos, porque para muchos de los menores será complicado reconectar con sus progenitores.
No es de extrañar que por orden presidencial Estados Unidos haya abandonado el Consejo de Derechos Humanos de la ONU al que Trump califica de “cloaca”. Ha sido la respuesta a la denuncia del Alto Comisionado, Zeid Raad al Hussein, que ha instado a Donald Trump a acabar con la práctica de separación forzada de niños y niñas de sus familias inmigrantes que entran ilegalmente en territorio estadounidense a través de su frontera con México.
Trump no actúa solo. Cuenta con el apoyo de la mayoría del Partido Republicano que criminaliza la inmigración indocumentada, bajo el argumento de que representa una amenaza para la ley, el orden y el bienestar de las clases medias, frente a otros sectores liberales partidarios de una apertura regularizada. También cuenta con el apoyo de iglesias conservadoras que comparten el discurso dado por el Secretario de Justicia Jeff Sessions en Indiana, que dijo literalmente: “Me gustaría citarles al apóstol Pablo y su sabio mandamiento en Romanos 13: A obedecer la ley del Gobierno, porque Dios lo ha ordenado así para sus propósitos”. La ley de la Casa Blanca es la ley de Dios.
Y ¿cuál es la ley de Trump en materia de inmigración? Se centra básicamente en: 1. El reforzamiento de la seguridad de las fronteras nacionales, levantando muros fronterizos; 2. La criminalización de los inmigrantes considerados ilegales; 3. La deportación de los inmigrantes no documentados; 4. La negociación o cancelación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que Trump considera un coladero de inmigrantes; 5. Aplicar un impuesto a las remesas que envían los inmigrantes a su país de origen, de manera específica a los mejicanos; 6. Negar la amnistía para facilitar que la inmigración regularice su situación y adquieran la ciudadanía estadounidense en los casos en que reúna las condiciones; 7. La medida estrella, ahora suspendida: separar familias y en particular secuestrar a miles de niñas y niños para vencer la voluntad de sus padres y madres y obligarles a volver a sus países de origen. Con respecto a esto último, mientras UNICEF reclama el fin de esta política macabra, Trump responde que los menores son potenciales delincuentes. Algo que sigue diciendo incluso tras la suspensión de la medida de ruptura de familias.
Consuela saber que en decenas de ciudades de Estados Unidos miles de personas se manifiestan contra esta política de Trump. Y, al parecer, la movilización ha dado resultado. Pero me temo que con este tipo no es suficiente actuar por reacción ya que él puede ir haciendo política de hechos consumados que en algún momento puede ser letal para la paz mundial. La medicina correcta sería promover su inhabilitación, ya que la sociedad mundial no se merece estar bajo la espada de un fascista. La crueldad de Trump es deliberada, responde a una patología de quien disfruta haciendo daño.
Me temo que aún Trump no ha perdido la guerra, aunque haya tenido que dar un paso atrás en la última batalla. De hecho, con menos ruido, los comportamientos de la mayor parte de países europeos, empezando por la Comisión, tiende a ceder terreno frente al empuje de la ultraderecha. No podemos hablar de efecto contagio, pues las medidas extremas de Trump son inasumibles en Europa, hoy. Pero me temo que esa misma radicalidad del presidente norteamericano puede servir para justificar un mayor cierre de fronteras y de represión, lo que sería valorado como medidas leves o al menos más razonables que las de Estados Unidos. Lo cierto es que la tendencia universal y también la europea es a maltratar a refugiados e inmigrantes, cuando no a dejarles en el desamparo, bajo el poder de mafias e incluso frente a la muerte. Algo completamente contrario a lo que ha sido la historia de la humanidad que no se puede entender sin migraciones e inmigraciones.
La inmigración polariza a Europa. A la posición de países como Polonia, Hungría, Austria, Chequia, Eslovaquia, Eslovenia, contraria a la recepción de inmigrantes y refugiados, se une ahora la crisis del gobierno de coalición alemán de Ángela Merkel, en la que el CSU que ostenta el ministerio del Interior viene exigiendo a la presidenta que rechace a los demandantes de asilo. El paso delante de la derecha se observa también en los réditos electorales que está obteniendo en Holanda y Francia. Pero lo que hoy preocupa tal vez un poco más es el gobierno italiano. Su vicepresidente Matteo Salvini, connotado xenófobo y racista, pretende levantar un eje Berlín-Viena-Roma al que invitarían a otros países a sumarse. Es dudoso que Merkel pueda aceptarlo, pero ya es inquietante semejante iniciativa. En este escenario pesimista hay que valorar como muy positiva la decisión del presidente Sánchez que, arropado, por partidos, autonomías, ayuntamientos y otras entidades ha decidido acoger el desembarco del Acuarius con 629 inmigrantes a bordo.
El desenlace del Acuarius aporta un poco de esperanza. Pero lo cierto es que el deslizamiento europeo hacia el levantamiento de una fortaleza es más tangible que nunca. Europa ha sido raptada por poderes neoliberales que no solo liquidan instituciones sino que además pretenden hacerlo con valores, dando la espalda a la historia. Estos poderes representan a quienes en un pasado no tan lejano entraron e invadieron África, la destrozaron y esquilmaron, y cuando ya acumularon suficiente riqueza abandonaron países con fronteras artificiales que han resultado ser semillas de guerras. Los hijos, los nietos y bisnietos de aquellos invadidos, esclavizados, asesinados, son los que ahora nos piden y hasta nos ruegan acogida. Pero una Europa que comparte mucho con Trump en el campo de las ideas ha decidido dejarles fuera del futuro, y, lo peor, también del presente. En la frontera de México se ha estado separando a familias y secuestrando niños y niñas. En el Mediterráneo directamente se ahogan. Los Estados Unidos de América es un país conocido por no ratificar los tratados de derechos humanos. Europa firma todos los tratados de DDHH, pero ni los cumple ni tiene intención de hacerlo.