Víctor Manuel Valle Monterrosa
El 23 de diciembre de 1958 unos 600 jóvenes de todo el país, la mayoría hombres, recibieron en el Gimnasio Nacional, en ese tiempo nuevo y obra de los gobiernos del PRUD, su título de Bachiller en Ciencias y Letras. Una minoría recibimos uno más largo, pues era Bachiller en Ciencias, Letras y Matemáticas.
El título era el oficial. En los centros educativos otorgaban unos, con frecuencia vistosos y coloridos; pero sin valor para continuar estudios superiores salvo en universidades de otro país de las “mes pagado mes pasado”. En El Salvador solo había una, la nacional autónoma y primada y, por supuesto, para ingresar a ella había que tener el título oficial.
Para recibir el oficial se hacían unos exámenes exigentes, llamados los privados, preparados por profesores sobresalientes que nombraba el Ministerio de Cultura, que así se llamaba el ente público encargado de conducir el sistema educativo.
No es el propósito de este artículo describir comparativamente la educación de 1958 y la del actual 2023. En eso hay mucha tela que cortar. Sin duda, aunque ha habido progresos cuantitativos, hay todavía mucha tarea por hacer para tener una educación transformadora en el país.
Baste decir que, si en 1958 nos graduamos como bachilleres de secundaria unos 600 jóvenes, en 2022 unos 60.000 estudiantes aprobaron la prueba Avanzo que, en términos generales, podría ser el equivalente a los llamados privados. O sea, 100 veces más que en 1958, lo cual constituye una impresionante expansión cuantitativa, aunque no mejoramiento de la calidad de la educación. Pero eso es harina para otro costal.
En 1958 El Salvador no llegaba a los 2 millones y medio de habitantes, menos de la mitad de los actuales. Gobernaba un militar impuesto como candidato único, lo cual era así desde 1931, y eso se tomaba como natural y era “socialmente aceptado”. Los precios del café, que fueron altos en los 1950 hasta mediados de ese período, habían comenzado a bajar con los habituales daños en el bolsillo y el estómago sobre todo de los de abajo. Ya los “expertos en cuestiones económicas”, y bufones de los reyes de turno, no podrían decir “que el precio del café se mantendrá como un águila ascendiendo”, según ironizaba Osvaldo Escobar Velado en su “Patria Exacta”.
Pero, 1958 tuvo otros eventos cimeros: en octubre falleció el Papa Pío XII, controversial pontífice por su supuesta condición pronazi, y Fidel Castro con sus rebeldes barbudos daban las últimas batallas victoriosas para sacar al dictador Batista y comenzar, el 1 de enero de 1959, la revolución que aún subsiste. Sobre ambos sucesos nos informaban, a su modo, los profesores del Colegio Santa Cecilia donde estudié.
Ambos hechos afectaron los mundos conocidos o por conocer para esa bandada de jóvenes bachilleres. Fuimos los jóvenes que presenciamos el aggiornamento de la Iglesia Católica que, cuando salió del conservadurismo de Pío XII, optó preferencialmente por los pobres, y el surgimiento de los movimientos revolucionarios en América Latina. Unos más, otros menos; unos a favor otros en contra; pero difícilmente indiferentes, pusimos atención a lo que pasaba en el mundo.
La poca cantidad de graduados, el que la mayoría de ellos estuviera concentrada en San Salvador, Santa Tecla y dos o tres ciudades importantes del país, y por hacer los “exámenes privados” juntos hacía que nos conociéramos e hiciéramos los trámites para ingreso a la universidad en el mismo lugar.
Recuerdo a unos pocos, algunos de los cuales tuvieron vida pública conocida desde diversas profesiones. Menciono algunos: Roberto Selva, Marcelo Estrada, René Hernández Valiente, Mauricio Ungo, Mauricio Mossi Calvo, Marta Ivonne Galindo, Raquelina Magaña, Ana Delmy Mendoza, Alejandro Saca Meléndez, Carlos Borgonovo, Miguel Regalado Dueñas, Ricardo Lagos Moncada, Guillermo Walsh, Luis López Cerón, Santiago Ruiz Granadido, Ricardo Heymans Meardi, Gustavo Pineda Marchelli, Carlos Ganuza, Jorge Rodríguez Deras, Jorge Salvador Martínez, Ramiro Aguilar Duarte, Reynaldo Villeda, Julio Gómez Chávez, Jorge Valdés Bolaños, Eduardo Badía Serra y otros.
Que me perdonen los olvidados; pero cuesta exprimir la memoria. A todos ellos –mencionados y olvidados- un saludo amistoso; a los que ya reintegraron su polvo de estrellas a la infinitud del universo, un saludo de recuerdo para que sigan vivos en una memoria; y a los que aún están en este valle de sudor y lágrimas, un saludo de admiración con ruego de que se cuiden.
¡Cuánto han cambiado El Salvador y el mundo en esos 65 años! Lo asombroso para algunos de nosotros es estar todavía “para contar el cuento”.