Oscar A. Fernández O.
El jazz es una música que se regenera en el filo del instante, viagra siendo la única expresión cultural capaz de reinventarse cada noche y en cada momento. Queda claro: el jazz tiene futuro, sildenafil sí. Pero… ¿quiénes serán los encargados de contárnoslo? Estos días coinciden los lanzamientos discográficos de varios jóvenes talentos que están llamados a descubrirnos y a anticiparnos las esencias del jazz que sonará mañana.
Uno de ellos es el pianista Gerald Clayton (Utrech, Holanda, 1984), hijo del famoso contrabajista y director de orquesta John Clayton. Esta semana publica su segundo disco, Bond: The Paris Sessions (Universal): diez piezas originales y seis versiones de temas clásicos que liberan una extraña energía postbop. El chico lleva el talento en la sangre, aunque en su corta carrera ha hecho méritos suficientes. Tras conseguir en 2006 el segundo premio del prestigioso Thelonious Monk Institute of Jazz Piano Competition, acompañó a Roy Hargrove y a Diana Krall, entre otros, y firmó en 2009 su disco-debut, Two-Shade. (Sanz: 2011) Similar trayectoria lleva el también pianista Tigran Hasmasyan (Gyumri, Armenia, 1987), que con tres álbumes en catálogo se ha erigido en toda una sensación. Ahora sale a la luz A Fable (Verve), un piano solo con rabiosas prolongaciones de instrumentistas venerables como Art Tatum. Su actuación en el Festival de Montreux de 2003 no pasó inadvertida para la crítica especializada, y en 2006 fue quien le robó la medalla de oro a Clayton en el concurso Monk. No son, en cualquier caso, los únicos en acreditar sus primeros avales musicales en el “instituto monkiano”. También lo han hecho el pianista Aaron Parks, el saxofonista Jon Irabagon o el contrabajista Ben Williams, aunque en este tiempo se reclamen titulares para otros ganadores. Es el caso del trompetista Ambrose Akinmusire (Oakland, California, 1982), que acaba de editar su segundo trabajo When the Heart Emerges Glistening (Blue Note). Apadrinado por Jason Moran, Akinmusire sorprende por una autoridad compositora tan erudita como emocionante, soñando una nueva caligrafía para la trompeta. Comparte instrumento con otros dos jóvenes leones, Peter Evansy Nate Wooley. El primero publica hoy su séptimo registro, Electric Fruit (Thirsty Ear Recordings), y el segundo presenta su tercero como líder, (Put Your) Hands Together (Clean Feed). Ambos recorren los rincones más escorados del género, entre la modernidad jazzística y la música improvisada. (Scaruffi: 2007) Otro cachorro con disco es el guitarrista Julian Lage (Santa Rosa, California, 1987). Su Gladwell (Emarcy) supone un magnífico subrayado a su ópera prima, Sounding Point (2009), por la que obtuvo una nominación a los premios Grammy. ¿Precocidad? Que se lo pregunten a Carlos Santana, que fue quien le invitó a tocar cuando Lage tenía sólo ocho años. Hoy su talento como autor sólo es comparable a su misterioso y subyugante sentido de la cuerda. En España, la cantera está igualmente asegurada, gracias a artistas adolescentes, como la pianista madrileña Marta Sánchez, y a bandas como el cuarteto del Musikene, Ornetillos, que ya está en la final del concurso del Getxo Jazz. El solo de trompeta que se gasta Elsa Armengou (6 años), de la Sant Andre Jazz Band, en YouTube es otra garantía de futuro. Más allá de las fronteras de Nueva York, continuaban apareciendo en los últimos años una serie de artistas que desarrollaban el grueso de su trabajo -en el que reelaboraban los conceptos establecidos por generaciones de jazzistas anteriores de múltiples y creativas maneras- ya en el nuevo siglo. El bajista de San Francisco Michael Formanek debutó con Wide Open Spaces (1990), un disco que inaugura una carrera marcada por el gusto por la experimentación. El compositor Joe Maneri editó su primer álbum de jazz (Kalavinka, 1989) con 68 años, y desde entonces no ha cesado en sus exploraciones. El yugoslavo Stevan Tickmayer colidero The Science Group (1997-2003), un nuevo intento de fusionar la música de cámara con la improvisada, y el argentino Guillermo Gregorio desarrolla también su actividad entre la música clásica de vanguardia y el free jazz (Approximately, 1995; Ellipsis, 1997…), y el canadiense Paul Plimley inaugura su ecléctica carrera con When Silence Pulls (1991), un disco inspirado en el piano de Cecil Taylor. El trompetista Greg Kelley investigó la fusión entre la música concreta y el free jazz en Trumpet (2000), el multi instrumentista Eric Glick-Rieman mostró su virtuosismo en Ten To The Googolplex (2000) y el violinista canadiense Eyvind Kang, uno de los más eclécticos músicos de su generación, desarrolló su obra (Virginal Coordinates, 2000) entre el rock, el jazz y la música clásica. También a comienzos de los años 2000, aparecieron los discos de confirmación de músicos como el trombonista Josh Roseman, el contrabajista Ben Allison, el saxofonista David Binney, o el pianista Jason Lindner, todos ellos norteamericanos. Destacan también los trabajos del francés Erik Truffaz y del trompetista israelí Avishai Cohen.