Por Leonel Herrera*
Que el negacionismo histórico sobre que «la guerra no existió» y «los Acuerdos de Paz son una farsa» no nos haga olvidar la relevancia nacional de tan significativos acuerdos.
Ni que el desmontaje de la institucionalidad construida sobre sus cimientos menoscabe el logro histórico que representó terminar con doce años de cruenta guerra civil y cinco décadas de militarismo atroz.
Que la narrativa y la ofensiva gubernamental contra los Acuerdos tampoco nos impidan recordar que éstos abrieron un proceso de democratización del país, de refundación del Estado y de reencuentro de la sociedad salvadoreña.
Esta semana se conmemorará el trigésimo tercer aniversario de su firma, efectuada el 16 de enero de 1992 tras varios años de negociación mediada por gobiernos de países amigos y la Secretaría General de la ONU.
Los Acuerdos de Paz constituyeron un hito histórico nacional y convirtieron a El Salvador en un ejemplo para el mundo, al ser el primer país en terminar una guerra civil mediante el diálogo y el entendimiento político.
El «modelo salvadoreño» sirvió unos años después para resolver el conflicto armado interno en Guatemala y, más recientemente, la guerra civil en Colombia.
Los Acuerdos de Paz no son responsables de la actitud de los gobiernos que no los implementaron plenamente y, mucho menos, de la actitud del autócrata de turno que los ha profanado y violentado con su discurso negacionista y su conducta autoritaria.
Incluso, no debe desmeritarlos la irresponsabilidad de la sociedad salvadoreña que no supo apropiarlos e introyectarlos para formar una verdadera cultura democrática, cuya ausencia ha permitido ahora el ascenso de un dictadorzuelo que regresó al país a una situación similar a la que existió antes de los Acuerdos.
Y esto no es una apología de los Acuerdos, ni una falta de crítica sobre sus limitaciones y omisiones. Es solo una reivindicación de su trascendental importancia.
Los Acuerdos de Paz importan, porque son parte relevante de nuestra historia. Además, porque costaron la sangre de las víctimas de una guerra civil provocada por décadas de represión estatal y siglos de injusticia social y profundas desigualdades.
Recordarlos es también hacer memoria y honrar las convicciones, los sueños y la admirable valentía de quienes lucharon por la construción de un país mejor. El ejemplo de estos hombres y mujeres debería inspirar a las actuales generaciones que son presas fáciles del miedo, la alienación y la ausencia de utopías.
Ojalá que la conmemoración de los Acuerdos de Paz reviva la perspectiva de democracia, justicia y dignidad humana que ha movido la conciencia nacional en los momentos más cruciales y apremiantes de nuestra historia.
Sólo así la sociedad salvadoreña podrá un día despertarse, levantarse y dar por finalizado el régimen déspotico instaurado en el país por un clan familiar que sólo piensa en concentrar poder y acumular riqueza.
Posdata: A propósito de los Acuerdos de Paz, es urgente exigir la libertad de Atilio Montalvo, uno de sus firmantes, encarcelado injustamente junto a «Pepe» Melara y otros veteranos de la guerra civil dirigentes de la Alianza Nacional El Salvador en Paz.
*Periodista, analista y activista social.