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Los Acuerdos de Paz y las tareas pendientes

Por: Ricardo Ayala,

Secretario Nacional de Educación Política e Ideológica del FMLN

Este martes 16 de enero se cumplieron 32 años de la firma de los Acuerdos de Paz entre el Estado y las Fuerzas Armadas, por una parte, y las organizaciones político-militares aglutinadas en el FMLN, por la otra, con lo que se puso fin a más de una década de cruenta guerra originada por la sistemática e institucionalizada represión y asesinato del pueblo salvadoreño a manos de las fuerzas políticas y militares defensoras de los intereses de la oligarquía salvadoreña.

Al decir de Schafik, tal acontecimiento abrió la puerta a la consumación de dos grandes reformas del Estado y a la sociedad salvadoreña, las cuales marcharon simultáneamente, pero por caminos divergentes. La primera, una reforma que democratizó al país a El Salvador en su estructura política, otrora marcada por el carácter dictatorial del gobierno desde el 2 de diciembre de 1931, pero desde su génesis cerrada a la participación de los sectores populares en la gestión del poder estatal.

En 1992, las fuerzas armadas perdieron el poder absoluto sobre el gobierno y las decisiones políticas del país, se abrió paso a la consolidación del sistema de partidos políticos (en los que pudo participar legal y libremente el FMLN), al respeto del Estado de Derecho y la independencia de poderes. Es decir, se abrió paso a una democracia liberal – representativa que, en virtud del agotamiento del modelo económico agroexportador, sustituyó a la dictadura militar, verdadera retranca para la valorización del capital nacional aliado de las empresas transnacionales.

La otra gran reforma que se produce a principios de los 90s es precisamente la neoliberalización de la economía salvadoreña, en la cual la oligarquía salvadoreña abandona su modelo agroexportador y centra su principal actividad de explotación de la clase trabajadora en la actividad financiera, comercial y de consumo, alcanzando mayores niveles de interrelación con el capitalismo transnacional encabezado por los conglomerados empresariales del Estados Unidos y Europa.

Esta reforma llevada a cabo a partir de 1992 modificó la estructura de las clases sociales y la brecha entre unas y otras, exacerbó la migración del campo a la ciudad, redujo al Estado a través de las privatizaciones y concentró las empresas nacionales en manos privadas a través de estafas descaradas, e incluso, distanció a la burguesía de la mediana y pequeña burguesía, que fueron absorbidas o asfixiadas por principales emporios nacionales.

Sin bien los Acuerdos de Paz firmados en Chapultepec, México, aquel 16 de enero de 1992, representan un empate entre estas fuerzas enfrentadas, que por la vía militar ninguna pudo derrotar a la otra, pero si sí significan representa una victoria política para el FMLN, las fuerzas de izquierda y el pueblo salvadoreño al provocar el desmontaje de los cuerpos represivos que impunemente campeaban sobre los derechos de la gente, en contubernio con la oligarquía terrateniente y la política exterior de los gobiernos imperialistas de Estados Unidos encabezados por Ronald Reagan, quien saboreó la amarga derrota en suelo salvadoreño.

Esto explica porque el actual presidente Bukele en su afán de borrar la memoria histórica y la historia como tal, ataca constantemente el transcendental hito de los Acuerdos de Paz calificándolo como “farsa”, porque refleja que el FMLN está ligado a los principales acontecimientos históricos de la lucha popular, por tanto, es un obstáculo para su gobierno y su grupo económico que en la memoria histórica existan ejemplos de lucha y resistencia, como el FMLN.

Sin embargo, no se trata de hacer una defensa a rajatabla de este capítulo de la historia salvadoreña, como son los Acuerdos de Paz, tal como la intenta hacer la derecha en sus múltiples versiones con afán de tomar bandera contra la facción de la derecha gobernante actualmente, sino con mirada crítica y punzante recocer los alcances y límites de estas ventanas de oportunidad para continuar los objetivos trazados al inicio de la guerra, con la claridad de Schafik cuando aseguró que la entrada del FMLN al sistema (abierto con la firma de la paz y deponiendo las armas), era para consumar la revolución que había quedado inconclusa.

Efectivamente, la entrada per se del FMLN al sistema político representativo no era el principal objetivo ni su fin último si aspiraba a una transformación radical de la sociedad salvadoreña, y una de las principales estrategias para lograrla pasaba por la promoción de una democracia participativa, directa, popular y protagónica, desencadenando una fuerza popular capaz de avanzar en la revolución inconclusa. En palabras de Schafik: Yo le he llamado a esto la dialéctica de dos concertaciones. La concertación popular y la concertación nacional. Así lo planteé por primera vez durante la negociación de los Acuerdos de Paz. En este binomio dialéctico, la determinante es la concertación popular; en ella tenemos que poner el mayor énfasis […]

Sin embargo, la constante fue la inversa y la pérdida del rumbo político del FMLN se evidenció con la ausencia del liderazgo de Schafik (en mayor medida en las dos gestiones gubernamentales entre 2009 y 2019), donde la concertación nacional o democracia representativa se apropió en su conducción y la concertación popular perdió espacio en el ideario revolucionario salvadoreño, sirviéndole en bandeja de plata a los agoreros del actual gobierno argumentos para borrar la lucha popular de la memoria de este pueblo.

 

Esa es una de las principales tareas pendientes que tiene el FMLN desde la firma de los Acuerdos de Paz, hace ya 32 años. Aún estamos a tiempo de iniciar la construcción de la concertación popular que Schafik defendía, hagamos que suceda.

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