Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
La guerra aún está presente. Fuera de los muros de nuestras casas no se disparan entre ellos la guerrilla y el ejercito, pero sigue presente el miedo, el rencor y el odio. Tres cosas que durante la guerra civil llevaron a que nuestra sociedad se convirtiera en un zombie amorfo que deambula sin una razón, salvo continuar en pie aunque esté muerto.
No es culpa de las ideologías o de las banderas políticas, sino del gran problema que lleva a todos los demás: egoísmo.
Es de ingenuos querer disfrazar el mal en una ideología. ¿Acaso no hay buenos y malos entre todas ellas? La humanidad es así de previsible. Todo depende del corazón del individuo y si lo moverán o no sus intereses personales. Muchos dirán que solo es cuestión de tiempo para que cada uno demuestre quien es en realidad.
Los Acuerdos de paz que se firmaron en 1992 fueron el punto de partida para que iniciara en verdad la aventura democrática en la que aún nos encontramos. El partido oficial de ese tiempo (ARENA) toleró el dar por concluida la lucha armada y que naciera en la vida legal el FMLN, que en se momento operaba en la clandestinidad.
Cualquiera que viera con miopía este hecho diría que continuó una rivalidad que solo cambió de escenario. Donde primero eran fusiles y bombas, y ahora eran palabra junto a votos. Pero no, ambos son aliados en la democracia, con ideas distintas y forma de funcionar diferente. Sin embargo se necesitan para coexistir, por esas cosas dde que el ser humano le es difícil ponerse de acuerdo.
La paz fue esperada. Aunque algunos podrían no quererla, era necesaria. No somos un país con grandes extensiones boscosas ni con una economía pujante. ¿Cuánto tiempo habríamos soportado entre balas? Es posible que mucho. Así como aún sobreviven en nosotros las ideologías y sueños, el dolor de las victimas del conflicto armado y sus familiares, y el enorme deseo por la reconciliación que aún se tiene la esperanza de obtener algún día.
Cuando era niño la guerra era habitual y natural. Los infantes fingían poseer algún arma y pasaban los recreos y sus tardes creyendo ser parte del ejercito o de la guerrilla.
Jugué como todos ellos, y esperaba el triunfo del FMLN y con esta espera la fantasía que mi padre (Mauricio Vallejo) regresaría cuando ganáramos. Pero la guerra es tan cruda que poco a poco te vuelve realista y te demuestra que todos somos solo eso, seres humanos; y que no todo lo que crees bueno lo es.
Pronto llegué a la pubertad y vi que la paz era la única salida para cambiar las cosas. Consideré que con la paz se conocería la verdad y se daría la ansiada justicia. Fui ingenuo, no sabía de negociaciones e intereses. Aún sigo siendo cándido en ello y le doy la ventaja a la duda. Cuando se firmó la paz también se dio una ley de amnistía y muchos puntos de aquel acuerdo se pasaron por alto, como la reconciliación.
Se hablaba mucho de monumentos que recordaran el momento en que se había vivido, de sus victimas y ese largo etcétera que minimiza el dolor del pasado, pero los gobiernos de esos años no hicieron mayor cosa. En cambio la sociedad civil se organizó y junto a la Alcaldía de San Salvador se realizó la construcción del Muro con el nombre de las víctimas en el Parque Cuscatlán. Recuerdo con tanta esperanza buscando el nombre de mi papá y mis tíos en ese enorme listado que aún es necesario actualizar.
Ese muro es la única razón para que muchos familiares de víctimas no se sientan tan perdidos y olvidados. Ahí pueden recordar a sus familiares y dejar una flor. Sólo ahí existe un recordatorio de todos los que partieron producto del odio y la represión de aquellos que no piensan en su prójimo.
Después surgieron más monumentos, pero ninguno por aquel gobierno que firmó la paz, hasta que llegó el FMLN al poder y decidió darle honor a Monseñor Óscar Arnulfo Romero y muchos más, aunque la gente que odia se resintiera y reclamara.
Aún falta tanto por andar para lograr esa esperada reconciliación que solo se logrará con compromiso y voluntad.
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