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Los afiladores, un oficio en extinción

LOS AFILADORES, UN OFICIO EN EXTINCIÓN

Marlon Chicas, El Tecleño Memorioso

A finales del siglo XVII en España, existían unos obreros llamados afiladores, que deambulaban por Galicia con una rueda de piedra cargada en su espalda, en el siglo XX el oficio logró su evolución, movilizándose en bicicleta, moto o coche. La tradición llegó de España a México, prestando gran utilidad a las cocinas de la época; convirtiéndose en una labor que se extendió a muchos pueblos de América Latina.

No obstante, está tradición se encuentra en decadencia, los afiladores resultan ser más preciados en países en “vías de desarrollo”, ya que la población no cuenta con recursos económicos para reemplazar sus herramientas de corte o para comprar un afilador de cuchillos u otros utensilios de trabajo doméstico.

Recordemos aquellas viejas estampas que de niños disfrutamos en nuestros barrios de la Ciudad de las Colinas, observando la habilidad de diestros hombres y mujeres afilando puntiagudos machetes, cumas, hachas, tijeras y cuchillos, en una profesión en decadencia en nuestra añorada ciudad.

El oficio de afilador desaparece aceleradamente con el paso del tiempo ante la modernidad y nuevos productos que se ofertan en el mercado local, a pesar de ello existe un pequeño sector de la población tecleña que aún demanda los servicios de personas dedicadas a este oficio, que en los años treinta en adelante fue muy valorado en la ciudad.

Era característico ver y escuchar por las calles de los cinco barrios de la ciudad, a estos menestrales ofreciendo voz en cuello ¡Se afilan cuchillos, machetes, cumas!, durante su recorrido. Aún tengo presente a un señor de avanzada edad, que ocasionalmente llegaba a casa con su equipo de trabajo; un carretón de una rueda coronado por un esmeril en la parte superior, cuya faja se sujetaba al pedal, haciendo girar el afilador, emanando astillas de color amarillo por la fricción del metal, lubricado posteriormente en un recipiente con agua, la habilidad de estos hombres y mujeres era única, ya que su experiencia les indicaba cuando la herramienta estaba debidamente afilada.

Muchos de estos afiladores aprendieron el oficio de sus padres o abuelos, debiendo cargar pesados carretones con esmeril y piedras de afilar, equivalente a treinta libras, voceando por el centro de la ciudad o barrios su servicio.  El precio dependía de la herramienta a trabajar, oscilando entre cincuenta centavos o cinco colones, tal oficio no estaba exento de accidentes laborales, cortes en dedos u otras partes del cuerpo, que según ellos eran gajes del oficio.

En su obra Estampas Tecleñas, el recordado cronista Rafael Ruíz Blanco, recuerda que en el portal La Palestina costado norte del parque Daniel Hernández, se colocaba un diestro afilador a espera de clientes, provocando en la cipotada de la época abrir la boca más de la cuenta, por la habilidad del especialista en mención. En la actualidad los afiladores modernos cuentan con locales propios, por lo que, los que aún quedan itinerantes se han convertido en personajes de colección.

Sería bueno que tal oficio se enseñe a las presente y futura generaciones, preservando nuestra idiosincrasia y cultura, contribuyendo con ello a evitar la vagancia en nuestros jóvenes, lo que hará de Santa Tecla, una ciudad ejemplo por sus múltiples menestrales que con trabajo y dedicación descollaron en sus profesiones hoy, mañana y siempre, ¡evitemos su extinción!

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