Oslo/AFP
Pierre-Henry Deshayes
Los militantes antinucleares alertaron este domingo que la destrucción de la humanidad puede depender simplemente de que alguien «pierda los estribos», al recibir el Nobel de la paz 2017 en un contexto de crisis en Corea del Norte, antes de que los demás Nobel fueran entregados en Estocolmo.
«¿Será el fin de las armas nucleares, o acaso será nuestro propio final?» se preguntó Beatrice Fihn, directora de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN), durante la ceremonia de entrega del Nobel en Oslo.
La ICAN, que agrupa a unas 500 ONG en un centenar de países y lleva años alertando del peligro que constituye este tipo de armas, recibió el premio en presencia de varios supervivientes de los bombardeos estadounidenses de Hiroshima y Nagasaki, que dejaron 220.000 muertos hace 72 años.
La entrega de este Nobel se produce este año en un contexto en que las tensiones en la península coreana alimentan los temores de una guerra. Pyongyang ha multiplicado en los últimos meses sus ensayos nucleares y disparos de misiles, intercambiando belicosas amenazas con Donald Trump, quien ordenó maniobras militares en la región.
«La manera racional de proceder es dejar de vivir en condiciones en las que nuestra destrucción sólo depende de que alguien pierda los estribos» dijo Fihn, al exhortar a que el mundo se deshaga de sus armas nucleares.
Un mundo que no es seguro
La ICAN registró una importante victoria cuando Naciones Unidas aprobó en julio un nuevo tratado que las prohíbe.
El documento, adoptado por 122 países a pesar de la oposición de las nueve potencias nucleares, podría tardar años en entrar en vigor, pues tiene que ser ratificado antes por, al menos, 50 firmantes.
De momento, sólo tres países –Santa Sede, Guayana y Tailandia– han ratificado el Tratado.
Pese a ello, «el mensaje principal de la ICAN es que el mundo no puede nunca ser seguro mientras tengamos armas nucleares», subrayó la presidenta del comité Nobel, Berit Reiss-Andersen, en su discurso de entrega del Nobel.
«(…) La amenaza de una guerra nuclear es ahora la más elevada desde hace tiempo, sobre todo debido a la situación en Corea del Norte», agregó.
En señal de aparente desconfianza, las potencias nucleares occidentales (Estados Unidos, Francia, Reino Unido) no enviaron –contrariamente a lo que es habitual– a sus embajadores a la ceremonia del Nobel, y sí a diplomáticos de segundo nivel.
Para estas potencias nucleares, el arma atómica es un instrumento disuasivo que permite evitar conflictos al que no se puede renunciar.
«Las armas nucleares son tan peligrosas que la única medida responsable es trabajar para su desmantelamiento y destrucción», insistió Reiss-Andersen.
‘Infierno en la tierra’
Entre los asistentes a la ceremonia que sobrevivieron a bombardeos nucleares figuraba Setsuko Thurlow, que recibió el Nobel en nombre de la ICAN junto a Fihn.
Ante el rey de Noruega y la primera ministra Erna Solberg, la mujer de 85 años relató el horror que tuvo que padecer.
Satsuko Thurlow tenía 13 años cuando la bomba A explotó en Hiroshima el 6 de agosto de 1945: ahí asistió a la muerte omnipresente, vio a supervivientes formando una «procesión de fantasmas», con los ojos desorbitados o los intestinos emergiendo de los estómagos abiertos.
Fue el «infierno en la Tierra» confió previamente en entrevista a la AFP la octogenaria, hoy establecida en Canadá.
Aunque el número de ojivas nucleares en el planeta se ha reducido desde el fin de la Guerra Fría, hay actualmente unas 15.000 y cada vez son más numerosos los países que las poseen.
«Nueve naciones amenazan aún con incinerar a ciudades enteras, destruir la vida en la Tierra, convertir en inhabitable nuestro bello mundo para las futuras generaciones» se lamentó Thurlow
«Las armas nucleares no son un mal necesario, son el mal absoluto» agregó.
Los demás premios Nobel (Literatura, Física, Química, Medicina y Economía) fueron entregados el domingo por la tarde en Estocolmo.
Los 11 laureados presentes recibieron de manos del rey Carlos XVI Gustavo de Suecia una medalla de oro, un diploma y un cheque de nueve millones de coronas suecas, algo más de 900.000 euros (USD 1,06 millón).