Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Fue Paul Cézanne (1839-1906) uno de los grandes artistas franceses que legó a la humanidad, diagnosis una obra especialísima tanto por su técnica, nurse como por su carácter estético, capsule renovador de la pintura, y precursor de la modernidad en el arte.
Son célebres sus cuadros y series de bañistas –femeninas en particular- donde se conjuga naturaleza y desnudez, en imágenes tan bellas como sugerentes. Sin embargo, también Cézanne es autor de obras donde los protagonistas son hombres jóvenes que se deleitan entre agua y sol. El mar y la figura humana, han sido temas recurrentes en la historia artística de la humanidad.
Entre nosotros, fue Benjamín Saúl (1924-1980), un extraordinario artista español, apasionado del mar y de Afrodita, que hizo de este país, su hogar, por varios años. Años dedicados a desarrollar un verdadero aporte en la escultura. Saúl llegó a El Salvador, con un apreciable recorrido profesional en su nación de origen, en Europa, y en otros escenarios americanos.
En 1963, Benjamín Saúl arriba, por un encargo institucional que jamás se concreta: crear en el Volcán de San Salvador, un colosal Cristo, que opacara todos los existentes en el planeta. Descomunal propósito que, como tantos, fue pensado más con el embeleso del ensueño, que con los necesarios pies sobre la tierra. Sin embargo, aplazada la obra, Saúl se radicó en esta tierra de rocas, lagos y volcanes, trabajando, enseñando y amando.
Para 1971 la Dirección de Publicaciones, entonces dependencia del Ministerio de Educación, publica un interesante libro: “El escultor”, una colección de dibujos y poemas del artista. En él se produce una mezcla de aguerridas féminas y extrañas criaturas marinas.
Mujeres mesoamericanas de torneadas pantorrillas, diseñadas para los ritos sublimes del amor y la procreación, salen de sus manos y de los materiales concretos, y emergen también en versos furibundos, y accidentados. En el poema “Clorofilas”, nos dice al final: “Es cosecha de amor el estremecimiento/ de vivir una fiebre entre dos sangres. / Alma verde la transpiración de las manos, /clorofilas emanadas en fuga/hacia los árboles./La fuente es primavera/desde el primer día del mundo. Y tú lo dices”.
Un hermoso proyecto de Saúl fue la creación del “Monumento al Mar”, conocido por los capitalinos como fuente luminosa, debido a la iluminación con que fue dotada, hacia 1970, fecha de su inauguración. Situada entre la 25 Avenida Norte y la 21 Calle Poniente, forma desde entonces, parte del paisaje urbano, que en San Salvador, identifica modernidad y belleza escultórica, por cierto, disonante con lo que en los últimos tiempos se estila: piezas que son verdaderos bodrios de cemento.
Circulando recientemente por el redondel donde se encuentra la mencionada obra, para mi sorpresa, no menos de una decena de malvivientes bañistas –hombres todos-, disfrutaban de las verdes y pútridas aguas del conjunto escultórico, mientras otros lavaban y tendían sus harapos sobre las piedras marinas del derredor. Había también un grupo que, refrescado ya, fumaba cigarrillos y reía a todo pulmón, exhibiendo a los cuatro vientos, sus largos calzoncillos o sus arremangados y húmedos pantalones. No pude evitar pensar en los cuadros de Cézanne, como una divertida paradoja de lo que contemplaba. Asimismo, apareció Saúl, y luego las nuevas autoridades municipales, que tienen en estas escenas urbanas, uno de tantos desafíos ¡Buena suerte!
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