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Los baños de la UES

Carlos Mauricio Hernández
San Juan Talpa

La única universidad pública del país cumplió recientemente 176 años de existencia. Motivo de celebración y de un justo reconocimiento por esa trayectoria a pesar de los ataques que ha recibo, especialmente por los gobiernos militares en las décadas de los setenta y ochenta. Ha sobrevivido y ha sido el alma máter de miles de profesionales. Pero también es innegable que esos ataques recibidos en el pasado han dejado huellas profundas en el modo de ser actual de la Universidad de El Salvador (UES). Aunque pareciera una conexión un tanto extravagante, para quienes no hemos sido formados directamente en ella y por alguna razón nos toca pasar un día entero en su campus central ubicado en San Salvador, esas desagradables consecuencias de la guerra civil se notan hasta en los baños o servicios sanitario en algunas de sus instalaciones.

En el edificio de filosofía se encuentran rótulos que advierten sobre los baños que desde hace algunos años están fuera de servicio por falta de mantenimiento. Los que están en la biblioteca central tienen un mensaje similar “cerrado por que (sic) están arruinados”. No obstante, es posible entrar y se descubre un considerable desperdicio de agua potable por un urinario colectivo en pésimas condiciones. Al preguntar sobre esta situación de los baños en la biblioteca central un profesor de la UES me expresó que el estudiantado está ya acostumbrado a esa situación y que se las arreglan utilizando los del edificio más cercano. El cual no estaba tampoco tan distinto. En todos no hay jabón, ni papel ni limpieza mínima.

La tentación es comparar los baños de la UES con los de las distintas universidades privadas del país, para darle fuerza al argumento que la única vía para mejorar las condiciones generales de las instalaciones universitarias –no solo los servicios sanitarios–  es privatizándola. Para no caer en ese error o simplismo neoliberal, la mejor comparación es con la situación de otras universidades públicas fuera de nuestras fronteras. En el caso mexicano, el Estado más cercano a Centroamérica es Chiapas, donde existen dos grandes universidades públicas: la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH) y la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH).

Ambos centros de formación en educación superior tienen instalaciones con cuidos mínimos y condiciones higiénicas respetables para la comodidad promedio que merece el estudiantado del sector público. En el caso de la UNICACH tiene un campus moderno, nada que envidiarle a una de las universidades privadas salvadoreñas. Posee un centro de formación exclusivo para posgrado, el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica (CESMECA), donde no hay fugas de agua que no sean atendidas con prontitud y el cuido por la higiene en los servicios sanitarios está a la altura de la dignidad humana. Prueba que la privatización no es la vía que la UES debe seguir. Lo público también puede ser eficaz cuando se le administra de forma adecuada.

No se pretende idealizar las universidades públicas mexicanas ni negar que tengan serios problemas en lo que respecta a la asignación y administración de fondos o de sus pugnas internas por el poder interno ni sus relaciones oscuras con los políticos que gobiernan; ni tampoco es válido obviar el hecho que los ingresos del Estado federal mexicano son exorbitante mayores que los del Estado salvadoreño. Por tanto, la cantidad de dinero que cada uno invierte en educación tiene diferencias abismales. Es necesario tener en cuenta todos esos aspectos en el ejercicio comparativo para no perder de vista la idea fundamental del mismo: lo público no debe ser sinónimo de miserable  o de ineficacia o de pésimas condiciones frente al sector privado.

Tener estudiantes o sindicatos que protesten por reivindicaciones políticas, pero que les dé igual o que vean como un problema menor la comodidad mínima y necesaria para un estudiante, una visita académica o para sus mismos empleados que dedican largas horas de estudio, de investigación o de trabajo en su biblioteca central o en cualquier otra parte del campus central expresada en sus servicios sanitarios, es reflejo de una falta de indignación o de una resignación que no son propias de una universidad pública que busque la excelencia académica, que en última instancia, es la mejor herramienta que tiene para incidir en la transformación de la sociedad salvadoreña.

Este desafío de la universidad pública salvadoreña pasa necesariamente por no mezclar las agresiones innegables del pasado con la negligencia administrativa o con las pugnas actuales de poder entre grupos en su interior. Debe privar por sobre cualquier grupo de interés el horizonte ético-político de la universidad estatal: ser conciencia crítica de la sociedad en un país lleno de universidades cuya máxima es la rentabilidad económica a través de la tecnificación de sus estudiantes.

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