Amndré Rentería Meza
Escritor
A Joaquín y Norma
por mostrarme los senderos del bosque.
Lilian detuvo de inmediato los sutiles movimientos circulares de su pequeña y delicada mano derecha. Permaneció quietecita en su silla, click sentada sobre su pierna izquierda. Afiló el oído. Incluso llegó a estirar el cuello, view como buscando en el vacío un sonido que le parecía familiar. Su posición de alerta produjo, sin que ella lo notara, que apretará con mayor fuerza el lápiz de color verde con el garabateaba lo que ella creía era un arbusto con abundante follaje. Ante sus ojos, los dibujos impresos en la hoja de papel calcaban con lealtad el recuerdo de un atardecer en la playa. Un Sol barbudo con una melena rizada, que desde el horizonte, contemplaba el romance de las espumosas olas y la arena, las estopas de coco esparcidas por la orilla, los diminutos cangrejos abriéndose paso en un infinito desierto de granito, mientras las gaviotas surcaban el cielo en busca del nido para pasar la noche. Lo cierto es que sobre la página solo se distinguían unos intensos y violentos trazos, rayones de todos los colores y figuras ilegibles.
El corazón de Lilian comenzó a latir con mayor velocidad cuando comprobó que el sonido venía justamente desde el frente de su casa. No tenía la mínima idea para descifrar las horas del reloj, pero sabía con certeza que aún era muy temprano para escuchar el ruido del motor de ese automóvil. Tampoco sabía de mecánica, pero conocía de memoria el ronroneo silencioso del coche. Sin quererlo apretó con más fuerza el lápiz de color verde, paró las orejas y estiró su cuello hasta donde los músculos pudieron. Quiso dudar, pero las señales eran claras. El corazón le brincaba en el pecho. Lilian soltó de sus deditos el lápiz y lo dejó caer sobre la mesa junto a los otros colores. Su manita estaba sudada y pálida por la presión que le había impuesto al crayón, pero no le prestó atención porque tenía asuntos más importantes que atender.
Se levantó con premura de su silla. Angustiada miró para todos lados. Sintió mayor aflicción cuando oyó que cerraban la puerta del auto y que alguien caminaba con ligereza hasta la puerta. Era tarde para una retirada organizada, no había tiempo para recoger todos los implementos de dibujo esparcidos en la tabla, así que los dejó abandonados. Corrió con acelerados pasos rumbo a su dormitorio y cuando estuvo a punto de entrar, se detuvo bajo el dintel y pensó que era muy mala idea esconderse ahí. En realidad, cualquier lugar bajo el techo de casa era vulnerable. Vaciló por unos segundos. Fugazmente llegó a convencerse de que esta vez tendría mejor suerte en los mismos recovecos en los que fue sorprendida entre zapatos y objetos perdidos de los que ya nadie recordaba. Los pasos se detuvieron frente al umbral, luego sonó un juego de llaves y el siguiente ruido cuando una de ellas ingresa en el llavín. Lilian sintió un punzón en el pecho y el estómago, descartó todas las opciones dónde se escondió anteriormente y corrió velozmente hacia el patio.
Hacía una brisa tímida, las copas de los árboles se mecían con ritmo juguetón y las flores del jardín se despedían con sus pétalos de los últimos rayos del día. Impulsada por su curiosidad, Lilian buscó el enorme lavadero de cemento, se inclinó de puntitas para ver el nivel del agua, se descalzó y lanzó su par de alpargatas junto a una cesta de ropa sin lavar. Volvió a agudizar los sentidos. Los pasos sonaban con mayor fuerza dentro de casa. Sabía que la buscaban, el eco de los pasos iba y venía. Se dio prisa. Con dificultad trepó el lavadero, se zambulló y se acurrucó sin mojarse la cabeza. El agua estaba irremediablemente fría. Sintió ganas de salir, pero su deseo de no ser descubierta la mantuvo firme en su sitio. Con el agua hasta el cuello contemplaba las paredes grises del lavadero, le parecían descoloridas y deseaba tener sus lápices de color. Recordó la playa dibujada en la página de papel. Inmersa en el agua, imaginó que la espuma de las olas la arrullaban.
Una voz comenzó a llamarla por su nombre desde el interior de la casa. Lilian suspiró y el corazón comenzó a latirle con fuerza. Tuvo unas picaras ganas de reír, pero se mordió los labios de forma natural. Sintió que el cuerpo comenzaba a tiritar, no sabía con certeza si de frío o por el miedo de ser descubierta de nuevo. La voz grave que la llamaba se hacía más clara, lo más seguro era que estuviera en el patio muy cerca de su escondite. Volvieron a llamarle. El corazón y el cuerpo se sacudían incontrolables hasta producir burbujas. Los pasos se acercaban con rapidez hasta el lavadero. Lilian guardó silencio resignada. Cerca, más cerca…
Sobre el filo de la estructura de cemento apareció la figura de hombre que la observaba fijamente. Lilian no resistió, dio un gritó agudo, saltó del agua y rió locamente. Su padre la sacó con cariño del agua y aunque escurría en abundancia, la abrazó con fuerza.
-Me ganaste, me ganaste -decía sonriente la niña, que a pesar de haber sido derrotada otra vez en el juego de las escondidas, los brazos de su padre le parecían los más cálidos.