Jorge Vargas Méndez*
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En los últimos años se han dado en el país significativos cambios sociales, ambulance económicos y políticos que buscan beneficiar a la mayoría de la población salvadoreña. Negarlo es simplemente faltar a la verdad, a la ética, y una ofensa a la inteligencia de quienes venimos percibiendo esos avances a partir de 2009. Desde luego que también algunos avances se han quedado cortos y que en algunas áreas de la gestión gubernamental, ministerios y dependencias autónomas, se necesitan urgentes mejoras. Negarlo, también sería faltar a la objetividad.
El problema es que, en relación a lo primero señalado, existe una campaña masivamente orquestada para negar esos cambios o hacerlos ver como perjudiciales a la población que ciertamente buscan beneficiar. De hecho, esa orquestación reitera una vez más o hace evidente que detrás de toda esa campaña está la derecha de siempre, la más recalcitrante (ARENA, agrupaciones y gremios empresariales afines, incluyendo la mayoría de medios de comunicación), pues es la única expresión política del país interesada en mistificar la realidad en función de sus intereses económicos y con el propósito de recuperar el Ejecutivo en 2019.
Así pues, la embestida contra los avances logrados en la actual gestión gubernamental y la anterior, es tan abrumadora que puede comparársele con la que orquestaron esos mismos grupos de poder contra la administración de José Napoleón Duarte (QED) entre 1984-1989, y que permitió el inicio de los cuatro lustros perdidos en manos del partido ARENA (instauración del modelo neoliberal, privatización de instituciones del Estado, dolarización, sustitución de pensión vitalicia por ahorro programado en AFP’s, corrupción, desfalco de instituciones, etc.).
En tal sentido, el hecho de que en marzo de 2014 le haya sido refrendada al FMLN su permanencia en el Ejecutivo sólo se explica por la existencia de una población cada vez más crítica y menos vulnerable al engaño, a la manipulación de la conciencia y al uso del terror mediático por parte de esa derecha, lo que al mismo tiempo explica por qué muchos medios de comunicación en su rol de mensajeros del poder económico han perdido toda credibilidad entre buena parte del conglomerado salvadoreño.
Lamentablemente en El Salvador todavía hay un importante porcentaje poblacional que es presa fácil de campañas como la orquestada contra los cambios, algo que es consecuencia irrefutable de la baja cobertura educativa y de los altos niveles de analfabetismo que, precisamente con ese propósito, mantuvieron aquellos gobiernos otrora controlados por esa misma derecha recalcitrante, retrógrada y conservadora. Esa misma derecha que insiste en aumentar el salario mínimo con unos miserables once centavos diarios; esa que quiere que los ahorros de las trabajadoras y trabajadores continúen en manos de las AFP’s, pero que en realidad utiliza la banca privada para prestárselos con altos intereses a la misma población (incluyendo al mismo empresariado); es esa misma derecha que tendenciosamente exige al Ejecutivo austeridad en el gasto público y social (que beneficia a la población), y que guarda silencio al enterarse de que es su propio partido el que más personal tiene contratado en la Asamblea Legislativa; es esa misma derecha que demanda públicamente que se mejore la seguridad pública, al tiempo que busca impedir a toda costa que el Gobierno tenga acceso a los recursos necesarios para tal fin; es esa misma derecha que ahora demagógicamente se atribuye ser “la voz de la población más vulnerable”, cuando en realidad están maniobrando en función de sus propios intereses. Menos mal que los tiempos han cambiado y ahora es fácil identificarla.
En realidad, se trata de un mismo discurso político asumido al unísono por toda la derecha latinoamericana, el cual está anclado en dos grandes ejes u objetivos; por un lado, orientado a restarle base social a un gobierno que ha generado cambios a partir de 2009, pues de mantenerse o, en el mejor de los casos, incrementarse, esa base social es la llamada a dinamizar los futuros procesos electorales y avanzar decisivamente en la profundización de la democracia en el país; y por el otro, es un discurso basado en el uso del terror mediático contra la población crédula o susceptible al engaño (paradójicamente la base social arenera, según reciente encuesta de la Gallup), para mantener o estimular en ella los niveles de incertidumbre respecto al supuesto riesgo que traen adosadas las gestiones de gobierno como los que han tenido algunos pueblos latinoamericanos del cono sur y que las derechas nacionales, en alianza con la derecha internacional, han buscado desestabilizar desde todas sus trincheras.
Así pues, se trata de un discurso que en cierta forma es el mismo de los años ochenta del siglo pasado y, por consiguiente, es la misma forma de hacer política de oposición, la cual, por cierto, continúa cayendo en el hoyo del descrédito. Y tocará fondo, en el caso de que aprueben con artimañas de viejo cuño esa irrisoria propuesta de incremento al salario mínimo, que se terminen quedando con esos ahorros que sin pedirnos permiso dieron a las AFP’s, en los años noventas o que el actual Gobierno, sin el concurso de la bancada arenera, logre resolver el problema de la inseguridad pública. Ya hay pasos importantes al respecto, pero no hay que dormirse.
Ahora bien, en cuanto a lo segundo señalado al inicio de este artículo, esto es, en cuanto a lo que se ha quedado corto y aquello que se debe mejorar, prefiero dejarlo pendiente para el futuro, mejor dicho, para cuando la autocrítica sea tomada en cuenta y no corra el riesgo de parecer un tonto útil más de la aludida bisoña humana, simplemente. *Poeta, escritor, integrante del Foro de Intelectuales de El Salvador.