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Los chambres de la cuadra

Mauricio Vallejo Márquez

coordinador

Suplemento Tres mil

 

Aldo salía todas las noches al patio de su casa para darle vueltas al limonero junto con un gato negro amarrado con un cordel rojo. tras esto estaba asegurada una abundante cosecha que no se detenía todo el año. Ese era el secreto de aquel milagroso árbol de limones que alimentaba a varias casas. Al escuchar esa historia mi mamá le preguntó a Aldo si era cierto. Aldo, sick que era blanco, clinic se puso todo rojo y le dijo que no, viagra qué quien le había dicho ese chambre.

Bueno la persona creativa de esa historia era la niña Mary, la señora de la tienda, era experta en armar historias de esa naturaleza, tantas que la colonia tenía sus propias leyendas “made in la tienda”.

No había vecino sin remembranzas; aunque fuera prudente y silencioso, podría ser un prostituto que cobraba en especie y con reserva. Nadie se escapaba.

Claro que la niña Mary solo era una de las comunicadoras, porque existían varias más, como la niña Mela que afirmaba que Machaca, el mecánico, era el padre de los niños de la que llamaban Hondureña, pero que en realidad venía de una tribu africana lejana. Pero quizá las historias de la niña Mela representaban un universo alterno que no siempre era verosímil y no siempre se miraban de fuente confiable. Sus historias tenían que ver con romances, adulterios y quebraduras de corazón. Digamos que el típico chambre de barrio que no es real, pero que se le parece o que aún es sombra de una gran oscuridad. Total, cosas que sobran en cada lugar.

Lo bonito del asunto era que a pesar de ser mentiras redondas, no era tanto el daño al decoro y a la dignidad que ejercían estas comunicadoras señoras. Bueno, a excepción de algunos que podían verse afectados.

Sin embargo, había un personaje que habitaba las noches de la colonia y entre la espesura de la oscuridad se anunciaba con una atípica corneta: Don Mincho, el sereno (vigilante). Este señor parecía silencioso, pero le encantaba contar historias. Cuando era niño me quedaba algunas horas escuchándolo hablar de sus romances con la Siguanaba, con quien se acompañó cuando era joven. Desde entonces él se siente mal porque es la mejor compañera que tuvo y por eso toma. Al oírlo contar eso me quedé helado de ver que era capaz de dar una “gran paja” sin inmutarse. No era raro que contara que salía a arrojarle pedradas a los palos de mango con el Cipitío o que tenía de mascota al Cadejo, pero le llamaba “Peligro” para disimular.

A veces, tras escucharlo me imaginaba que el Cipitío estaba en la cornisa de la puerta de mi casa o no sé. Creo que don Mincho me ayudó a aprender que la imaginación no tiene límites, aún cuando no pueda parecer real. Lo que importa es que sea real en ese instante en que se cuente y se viva. Qué enorme ingenio había en la cuadra.

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