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Los consejos de Don Quijote a Sancho

Eduardo Badía Serra,

Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua

“Primeramente, ¡oh, hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada.

Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.

Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansarán.

Mira Sancho, si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia  a los que padres y agüelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.

Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no le deseches ni le afrentes, antes le has de acoger, agasajar y regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se desprecie de lo que él hizo y corresponderás a lo que debes a la naturaleza bien concertada.

Si trujeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta.

Si acaso enviudares, cosa que puede suceder, y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del ‘no quiero de tu capilla’, porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la residencia universal, donde pagará con el cuarto tanto en la muerte las partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida.

Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos.

Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico.

Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre.

Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo.

Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.

Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mentes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.

No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda.

Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros.

Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.

Al culpado que cayere debajo de tu juridición considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuera de tu parte sin haber agravio a la contraria muéstratele.

Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma; escucha ahora los que han de servir para adorno de tu cuerpo.”

De tal forma iba aconsejando Don Quijote a Sancho, quien le escuchaba atentamente y trataba de guardar en su memoria tales recomendaciones. Y seguía el caballero de la Mancha con aquellos que se referían a la limpieza y adorno del cuerpo: “….te encargo que seas limpio y que te cortes las uñas…..no andes desceñido y flojo…….sé honesto con tus criados y pulsa lo que vale tu oficio……no comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería….anda despacio….habla con reposo….come poco y cena más poco…..sé templado en el beber…..no masques a dos carrillos ni eructes delante de la gente…..no mezcles en tus pláticas muchedumbres de refranes…..cuando subieres a caballo, no vayas echando el cuerpo sobre el arzón postrero…..sea moderado tu sueño, que el que no madruga con el sol no goza del día……..y no te pongas a disputar de linajes…..”.

Tales fueron los consejos de Don Quijote a Sancho, cuando este se preparaba para reinar en la ínsula que el duque le regalaba cuando no le podía regalar el cielo. Sabio Don Quijote, pero no menos su regordete ayudante, quien vale decir agradecido, sin embargo solicitó gracia mayor y más profunda, diciéndole al Señor:

“Después que bajé del cielo, y después que de su alta cumbre miré la tierra y la vi tan pequeña, se templó en parte en mí la gana que tenía tan grande de ser gobernador, porque, ¿qué grandeza es mandar en un grano de mostaza, o qué dignidad o imperio el gobernar a media docena de hombres tamaños como avellanas, que a mi parecer no había más en toda la tierra? Si vuestra señoría fuese servido de darme una tantica parte del cielo, aunque no fuese de media legua, lo tomaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo”. Sancho, pues, sabio ágrafo, prefiere así la gloria de lo eterno a la gloria de lo temporal. ¡Buena lección!

Este día precisamente se cumplen cuatrocientos setenta y un años del nacimiento de Cervantes, en Alcalá de Henares, la “ciudad del saber”. Debiera celebrarse este hecho como los que más, en honor y reconocimiento al máximo cultor de la lengua española. En Don Quijote de la Mancha se grava indeleblemente la gloria del gran español, y en ella nos regala este tantas buenas cosas, como los consejos que da a su escudero, en los que se guarda una gran sabiduría. Si los hombres siguiéramos los consejos de Don Quijote a Sancho, y también, las Bienaventuranzas de nuestro buen Jesús, la vida, con toda seguridad, sería mejor, y la humanidad sería una buena humanidad. No se necesitaría más.

 

 

 

 

 

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