José M. Tojeira
En los últimos meses estamos sufriendo un aumento de feminicidios. Son crímenes en los que se juntan muchas dimensiones crueles y deshumanizantes. Se identifica a la mujer como una cosa, una posesión masculina. Se la considera una esclava. Se considera el hombre a sí mismo con derechos especiales frente a la mujer, con derecho a golpearla, humillarla e incluso matarla. Nuestra cultura machista, todavía demasiado extendida, fomenta ese modo de pensar y ver a la mujer como un ser inferior, contra toda evidencia científica e histórica. La tendencia general en los machos mamíferos de tener más cuerpo y mayor fuerza que las hembras, está en el origen del abuso y la construcción machista de una pretendida superioridad. No hay más diferencia. Y mucho menos en aquello que nos constituye en humanos, como la racionalidad, la capacidad de ejercer la propia libertad, el tener sentimientos que pueden ser reflexionados y encauzados.
Frente a otro tipo de crímenes, repudiados socialmente, el asesinato de la mujer por parte del supuesto enamorado ha sido incluso ensalzado en canciones. “La maté porque era mía”, “si vuelvo a nacer yo la vuelvo a matar”, o “tendré que obsequiarte un par de balazos para que te duela” son frases de canciones que tuvieron cierto éxito en su momento y que fueron cantadas por importantes artistas. En El Salvador hay que reconocer que tras los Acuerdos de Paz se ha ido dando un proceso de mayor respeto a la mujer. Juzgados de familia, la misma tipificación del feminicidio, son pasos importantes, así como la mayor presencia de mujeres en puestos públicos. Pero el aumento de los feminicidios nos dice que no son suficientes los avances ya logrados. La mayor parte de los abusos sexuales de menores se está dando en el entorno familiar y se silencian. El maltrato a la mujer, tanto en el hogar como en el trabajo, sigue siendo un problema endémico en algunas comunidades. Todavía algunas de nuestras instituciones desprecian o ignoran el trabajo de la mujer en el hogar.
Algunas redes de protección social, como el Instituto Salvadoreño del Seguro Social, excluía en el pasado a las trabajadoras del hogar. Y todavía hoy las incluye pero en condiciones inferiores a las que gozan el común de los trabajadores.
Luchar contra el feminicidio incluye siempre un esfuerzo cultural que ayude a caer en la cuenta de lo inhumano y brutal que es el hecho de matar a una mujer por el hecho de ser mujer, por considerarla más débil, por pensar que es propiedad del macho, o cualquiera de esas razones absurdas que están en el fondo del maltrato contra la mujer. En ese esfuerzo cultural urge cambiar toda forma de discriminación de la mujer, incluido el menosprecio de sus labores de cuido, formalmente catalogadas como trabajo reproductivo. La escuela debe ser desde sus inicios una fuente de desarrollo de la igual dignidad de todas las personas, del respeto a las diferencias de género, de colaboración armónica en la igualdad y la amistad. Las diversas formas de acoso en todos los niveles educativos, y en cualquier aprovechamiento de las diversas formas de poder, sean más formales o más simbólicas, deben ser severamente repudiadas y castigadas.
En países como el nuestro, en los que la desigualdad está muy establecida a demasiados niveles, se da con facilidad la tendencia al desprecio del débil, del pobre y de quien no tiene recursos. El machismo es uno de los efectos perniciosos del cultivo de la desigualdad. Quien ve rebajada su dignidad por prejuicios, costumbres o convencionalismos irracionales, tiende con frecuencia a imitar al poderoso buscando inferiores a los que despreciar. Al final de esa escala de desigualdades, desprecios y ofensas económicas y sociales se encuentran mujeres, sometidas o maltratadas históricamente por la cultura machista. Eliminar toda discriminación salarial, laboral, política o social es una tarea urgente en nuestro país. Frenar la ola de feminicidios significa frenar desde el primer momento cualquier tipo de agresión contra la mujer.
Desde la prevención y la sanción de la violencia doméstica, hasta cualquier tipo de marginación o de explotación, sea esta laboral, de pensiones, trabajos o cualquier aspecto de participación en la vida pública.