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Los desafíos de las iglesias en la presente coyuntura (Parte II)

Luis Armando González

Esto nos lleva a preguntarnos, ¿por qué se abandonó esta opción?, ¿por qué los líderes de las iglesias cristianas poco se comprometen con las angustias y tristezas de nuestro pueblo y con la defensa de los derechos de los sectores excluidos? Sin duda, que existen muchas causas que se pueden encontrar desde un análisis desde las ciencias sociales; solo quiero señalar algunas, que nos deben hacer reflexionar: la nueva formación teológica y pastoral que se ha alejado del magisterio del Vaticano II y el Magisterio Latinoamericano, como Medellín y Puebla; la opción por la neutralidad, que nos lleva a evitar el conflicto, la falta de memoria histórica, que nos hace indiferentes ante la grave y sistemática violación a los derechos humanos de nuestro pueblo pobre; y finalmente, la búsqueda de privilegios y la priorización por el proselitismo, en detrimento de trabajar por procesos de liberación integral desde la fe cristiana.   

Rommel Rodríguez (economista e investigador): Para el caso puntual de la Iglesia evangélica, acá en El Salvador, como en el resto de la región –incluido los Estados Unidos— un desafío es cómo enfrentar o conciliar aspectos del conservadurismo religioso no solo presente en el catolicismo –como las posiciones tradicionales en torno a la homosexualidad y el aborto— con temas que dignifican la vida de grupos sociales pobres y marginados por la sociedad, un aspecto central en el mensaje de Jesús de Nazaret. Quizás el mejor ejemplo de esta contradicción se encuentra en algunos grupos evangélicos que apoyan mandatarios como los presidentes Donald Trump y Jair Bolsonaro, que centran sus agendas de trabajo en enaltecer el patriotismo, excluyendo comunidades amplias de migrantes y pobres que viven en condiciones sociales precarias, y que son instrumentalizadas para sumar votos. Algo de estos riesgos también se percibe en parte del pueblo evangélico de El Salvador, pero no es exclusivo de este momento, sino que históricamente hay grupos conservadores de las iglesias evangélicas que tienen una férrea posición contra el aborto y la homosexualidad, pero muy rara vez se pronuncian acerca del quehacer de la política nacional que afecta a los pobres y marginados de este país, y peor aún, muy rara vez hacen algo desde las comunidades que dirigen sus pastores para ayudar puntualmente a estos grupos vulnerables. El marco de la pandemia del COVID-19 es la circunstancia excepcional que, en el buen sentido de la palabra, la Iglesia en su conjunto necesita para echar andar nuevos modelos organizativos para enfrentar sus efectos, pero también para encarar un duro porvenir que apunta a todas luces a una recesión económica profunda. Quizás debamos entender que lo que nos salva no es la creencia en un mundo del más allá; ni tampoco un modelo económico que acostumbradamente defendemos a toda costa por nuestra visión ideológica; ni aquel ordenamiento político-institucional que pensamos es el mejor a pie juntillas; sino que el principio de esa salvación está en preocuparse por el que tenemos al lado, independientemente lo que piense. Que es un ser humano hecho a semejanza de Dios y que por tanto requiere respeto y prestarle atención. ¿No es esto lo que hizo en su tiempo Jesús de Nazaret? Por tanto, la Iglesia requiere menos rito y religiosidad, y más acción por los más necesitados. Esto es lo que el nazareno les encaró siempre a los fariseos y los escribas. ¿No será que el Señor nos dice los mismo a los cristianos en estos tiempos de COVID-19?

Ventura Alfonso Alas (docente e investigador educativo). Desde los primeros años de existencia de la humanidad se han buscado explicaciones divinas a fenómenos naturales. Siempre se ha conectado una enfermedad o plaga con una acción de Dios. Las iglesias fueron institucionalizando todo este conjunto de dogmas y creencias que arrastramos hasta los días actuales. Las iglesias se han limitado a predicar un castigo divino y a tener fe en ese mismo Dios que ha castigado a la humanidad con enfermedades para que se apiade y quite los males de este mundo. Mi abuelita de 89 años de edad me cuenta recientemente como en los años 50s y 60s celebraban con cohetes, música, tamales y café la muerte de un niño que habría fallecido por cualquier enfermedad curable; ya que la Iglesia católica predicaba que un niño que moría iba directamente al cielo. Después del paso de Luis Chávez y González, monseñor Romero y Arturo Rivera por la Iglesia católica salvadoreña se abrieron las puertas a un compromiso eclesial con la vida real de las personas; sin lugar a dudas que la ruta a seguir es revisar críticamente su pensar y sentir de estas grandes figuras… Su obra. Con la beatificación y canonización de monseñor Romero, el Vaticano reconoce que la acción social pastoral es el camino para la santificación; es la ruta para construcción del reino de Dios. Así que cualquier ciudadano creyente (particularmente católico) solo debe seguir los pasos trazados por Chávez y González, Rivera Damas y monseñor Romero.

Carlos Hernández (Docente e investigador universitario): “Yo quisiera que la preocupación principal de ANEP y de todos los que defienden sus intereses no fuera mantener su posición, sino ver cómo la economía del país permita que todos los salvadoreños puedan sostener, con el fruto de su trabajo, dignamente a sus propias familias. Este es el ideal que tenemos que buscar entre todos”. Estas son palabras de monseñor Romero del 9 de diciembre de 1979, cuando todavía gobernaba la Primera Junta de Gobierno posterior al Golpe de Estado en octubre de ese año. El mensaje tiene una monumental claridad. La agudeza del religioso para hacer un llamado a los grandes empresarios (en ese momento representados en la Asociación Nacional de la Empresa Privada, ANEP) refleja lo que ahora las distintas iglesias debieran cultivar: señalar la raíz o la causa última de los distintos problemas que causan dolor o sufrimiento a las mayorías populares del país. No por un asunto de mera política partidista, sino porque esas mayorías tienen una fe o expresan una religiosidad que desde la institución eclesial (o sus liderazgos) merece ser correspondida con la orientación y llamados fuertes de atención –desde el poder religioso– a las personas con poder político y económico para construir una sociedad más digna, con menos desigualdad salvaje como la presente. Esto no implica que las iglesias promuevan el odio hacia las personas con riquezas escandalosas en medio de tanta pobreza. Al contrario, requiere un compromiso firme para promover el amor al prójimo, especialmente a quienes están en situaciones de mayor vulnerabilidad. La denuncia de la injusticia y el anuncio de una sociedad mejor, construida con el esfuerzo de todos, sigue siendo una tarea para la Iglesia salvadoreña.

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