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Los descalzos del ayer

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

 

Conversando con mi buen amigo, el sociólogo y economista José Roberto Osorio, sobre descalzos, éste me refería: “Rememoro al asistente del conocido empresario de antaño, el santaneco Armando Monedero, quien usaba traje completo, pero no zapatos. En esas épocas muchas personas no eran amigas de ´calzarse´, en su defecto, preferían los llamados ´caites´, soluciones apropiadas fabricadas con llantas usadas. Incluso hubo muchos hippies extranjeros que lucían con orgullo sus caites, imponiendo de esta manera, una moda”.

Entre nosotros es famosísimo el caso de don Justo Armas, personaje de fines del siglo XIX y principios del XX, quien abrió una tienda en San Salvador, especializada en el alquiler de muebles y diversidad de objetos para atender reuniones sociales. Sus clientes eran principalmente, las élites de su momento. Mi abuela materna Hortensia, me narraba como don Justo siempre andaba impecablemente vestido, pero descalzo; eso sí, exhibiendo unos  blanquísimos pies, totalmente limpios y cuidados. Según decía mi abuelita, don Justo se salvó de un terrible naufragio, porque en el momento en que su vida se escapaba, prometió al Todopoderoso, que si sobrevivía jamás volvería a calzarse. No hay duda, que fue fiel a su promesa, hasta el final de sus días. Por cierto, algunos creen que era el Emperador Maximiliano, sin embargo, sobre esto, aún no hay pruebas definitivas.

También don Marlon Chicas, el tecleño memorioso, nos comparte sus vivencias: “En Santa Tecla recuerdo a una amable señora que se encargaba de ir a dejar y traer a un infante del Colegio Santa Cecilia, muchas personas hicieron notables esfuerzos por calzarla, pero ella jamás se acostumbró, recuerdo cómo lanzaba al viento las odiosas chanclas, para andar muy campante por las cálidas aceras, que ni sentía ya, puesto que había desarrollado una suela natural a prueba de toda adversidad. También los tecleños conocimos a ´Mama Yeya´ quien con su ´escobetón´ caminaba por Santa Tecla, vestida muy correctamente, pero exhibiendo sus inferiores miembros. Asimismo evoco al `primo` quien tiraba de un enorme carretón, haciendo gala de sus aguerridos `jengibres`. En los años noventa era común ver transitar a ´Cangrejo´, apodado así por la anatomía de sus pies, que le obligaban a caminar como un auténtico crustáceo. Termino con una anécdota que mi madre me ha contado sobre una fémina que se casó con un joven que era descalzo y que para enamorarla con éxito, ocultaba, con sumo cuidado, sus desprotegidos piececillos, pintándoselos a manera de zapatos. Todo iba bien, hasta que la verdad fue descubierta luego de una noche de intensa pasión entre la incauta damisela y su bien amado”.

Pero no todo el ayer fue humorístico, ya que ¡cuánta niñez descalza conocimos en parques y calles, ganándose el pan como lustrabotas o vendedores de periódicos! Lo mismo que ancianos y alcohólicos, a los que era común verlos “acarreando bultos” o como “carretoneros”, hundiendo sus pies en las lodosas y pútridas aguas de los mercados municipales. Estampas para reflexionar, sin duda.

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