Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
El gran escritor de origen irlandés Óscar Wilde, maestro de la prosa y de las paradojas, genial conversador, esteta, murió en París, enfermo y pobre, el 30 de noviembre de 1900. Atrás quedaba una vida llena de éxitos artísticos y editoriales.
Wilde, logró como pocos, que toda una sociedad, y esto es, la sociedad victoriana del siglo XIX, riera, incluso, al contemplar su propia ridiculez, bajeza y superficialidad, retratada, con especial acierto y maestría, en su teatro, principalmente.
Lo que esta sociedad no le perdonó nunca, es que Wilde dibujara en su propia vida, con la absoluta libertad que le dictaba su naturaleza, ese amor “que no se atreve a pronunciar su nombre”. Es decir, su condición de homosexual.
Como muy bien señala, el escritor e intelectual mexicano José Emilio Pacheco, en las formidables notas que acompañan la edición del libro de Wilde: “Epístola: In Carcere et Vinculis (De profundis)”, publicado por Seix Barral, en 1981, en alusión a nuestro autor: “Sus relaciones con lord Alfred Douglas lo llevaron a pelear en los tribunales con el marqués de Queensberry, arruinaron su vida privada y su carrera literaria y lo confinaron durante dos años en las cárceles de Holloway, Wandsworth y Reading. La ferocidad con que el país entero se lanzó contra él, la traición de muchos amigos y los rigores que sufrió en las prisiones lo quebrantaron definitivamente”.
El mismo Wilde, nos dice en un pasaje de su epístola, refiriéndose a la bondadosa solidaridad de su amigo Robert Baldwin Ross (“Robbie”): “Donde hay dolor hay un suelo sagrado. Algún día la gente comprenderá lo que esto significa. Hasta entonces no entenderá nada de la vida. Robbie y quienes son como él pueden darse cuenta. Cuando, entre dos policías, me trasladaron de la cárcel al Tribunal de Quiebras, Robbie me esperaba en el largo y sombrío corredor: al verme pasar con la cabeza baja y las manos esposadas, me saludó respetuosamente quitándose el sombrero. Por menos que eso muchos han ganado el cielo. Y lo hizo delante de la multitud y con un gesto tan dulce y sencillo la redujo al silencio”.
Este 28 de junio se cumplieron 50 años de los sucesos de Stonewall, cuando la policía neoyorkina ejecutó una salvaje redada en un bar gay de Greenwich Village. Acontecimiento que marcó el inicio de una amplia lucha por parte de la comunidad LGTBI.
Lamentablemente todavía persiste la discriminación, el estigma, las condiciones de rechazo y exclusión, no sólo en El Salvador, sino en distintas partes del mundo ¡Y esto debe cesar!
Sin embargo, esfuerzos como los de la Federación LGTBI del país, los de la Iglesia Anglicana local, y la de los entusiastas y valientes colectivos de jóvenes, nos dan una gran esperanza, para que hechos oprobiosos como los sufridos por Wilde, por las personas en Stonewal, y por tantos y tantos seres humanos, sean cada vez, una vergonzosa excepción, y no la regla en este mundo.