Mario Alberto Barahona Martínez
En las faldas de San Marcos entre el espeso bosque y a la orilla de un pequeño riachuelo vivía Macario el hijo mayor de cinco hermanos, su madre Jimena y su padre Rogelio a diario bajaban de la montaña para conseguir algunos pesos para la comida, pero era muy poco. El día era maravilloso, el dulce aroma de los lirios del campo los caneches del río y las incontables frutas convertían muy agradable el ambiente, pero cuando llegaba la noche el miedo se apoderaba del lugar, los candiles alumbraban por un momento, el humilde cuarto de bajareque, los tapescos rodeaban el interior del cuarto y los ruidos raros eran comunes durante las tenebrosas noches. Rosa, David, Ernesto y Pedrito que habían jugado tanto, ese día se durmieron más temprano de lo común debido a la silueta que se apareció en el pepeto ‘’ corramos que nos alcanza ‘’ dijo Rosa, la gente decía que el lugar era encantado y la niña Tona decía que debíamos ir a la escuela que eso solucionaría todo. “Conque anantes les traigo comida “dijo Rogelio.
Macario soñaba con ir a la escuela, pero necesitaba zapatos, esa noche cuando casi dormía una visita inesperada interrumpe su sueño, unos hombrecitos extraños se introducen al rancho y convierten aquella negra oscuridad en total claridad y los colores de los hombrecitos convirtieron la casa en un lugar encantador. Macario se asustó tanto, que trato de ocultarse, pero no pudo, el mayor de los hombrecitos le dijo que no tuviera miedo que ellos les ayudarían para que en la noche pudieran dormir sin temor y que mañana tendrían zapatos y ropa para ir a la escuela.
Sin saber cómo se durmió, al despertarse a la mañana siguiente con los ladridos de la Pirringa, una perrita muy juguetona, avisaba de la inesperada visita de una señora que apareció con una bolsa de ropa y zapatos y le dijo a Jacinta que llevara los niños a la escuela. Desde entonces no dejaron de estudiar. Quien les causo el susto de su vida fue quien les trajo una solución a sus problemas.
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