José M. Tojeira
Don Ricardo Simán decía en una reciente reunión de empresarios que “nos debemos ver en esos espejos” de Venezuela y Ecuador, cialis sale porque, treat por lo visto, “aquí estamos siguiendo a pasos firmes esos procesos y vea Ud. las consecuencias”. Cuando La Prensa Gráfica publica esa frase con foto incluida y con letra agrandada, no se sabe si lo hace para burlarse del empresario o porque piensa que está diciendo una gran verdad. Y lo cierto es que entre Venezuela o Ecuador y nosotros, hay una gran distancia y diferencia. Circunstancias distintas y muchas más diferencias que semejanzas. Es curioso que hombres del capital, con tanta miopía para escudriñar la realidad nacional en sus injusticias sociales, se lancen a hacer análisis de alto nivel, comparando países con tanta facilidad. Y es sintomático que los grandes periódicos de este país publiquen cualquier afirmación de la gente de dinero como si fuera una noticia de primer nivel. El presidente de FUSADES puede decir que la desigualdad es algo natural en El Salvador y seguir tranquilamente dirigiendo el que algunas embajadas señalan como el “tanque (¿tanqueta?) de pensamiento” más serio del país. Y el presidente de ANEP puede oponerse a que las trabajadoras del hogar entren en el Seguro Social y continuar después al frente de la gremial empresarial. ¿Creen nuestros líderes empresariales lo que dicen, o será que el dinero produce espejismos?
Porque es una realidad: El dinero produce espejismos. “Poderoso caballero es don dinero”, decían los clásicos de nuestra lengua, y no hay duda que uno de los poderes es el de crear espejismos. Hay personas que pueden vivir completamente cómodas con el salario mínimo existente, mientras reciben salarios 40, cincuenta o cien veces superior al mismo. Y si alguien critica esa comodidad pueden consolarse diciendo que son probos funcionarios que dan su vida por la patria o empresarios que en sus empresas pagan más del salario mínimo. La desigualdad no les afecta mientras no se mencione que ellos están precisamente dentro de la maquinaria que la produce. Y por supuesto sus periódicos no se atreven a sacar una foto en la que se observe claramente el contraste entre la zona de “Multiplaza” y el barrio de la Cuchilla, con un pie de foto que diga que esa realidad es simple y llanamente vergonzosa. Pero eso sí, el comunismo antes, el socialismo del siglo XXI ahora, son los fantasmas con los que califican a todos los que señalan la desigualdad o tienen un discurso crítico, políticamente incorrecto para mentes tan satisfechas, relucientes e ilustradas por el dinero y la comodidad.
Empresarios que callaban cuando salir a las calles a protestar contra el abuso de los ricos y la represión militar se castigaba a balazos, solicitan ahora que los jóvenes salgan a la calle. ¿Se habrán hecho de izquierda radical? Es cierto que continuamos sufriendo terribles injusticias económicas y sociales que generan violencia. Y es cierto también que el gobierno actual reacciona muy lentamente frente a algunos de esos problemas. Pero ¿es eso lo que preocupa a los empresarios? Parece que no. Pues en lo que más insisten es en que no se les dan facilidades para hacer negocio, y en que la violencia dificulta el negocio y por tanto el desarrollo. Pero la solución parecen ponerla en atacar al gobierno más que en otras formas creativas o justas de buscar salidas a la situación en la que estamos. Cuando el gobierno insiste en el tema de la evasión de impuestos o publica los nombres de los deudores a Hacienda, las vestiduras se rasgan y los gritos se elevan. Al parecer el dinero de los poderosos es tan sagrado que incluso sus deudas con el pueblo salvadoreño deben permanecer secretas y calladas. Y por supuesto el Gobierno no puede decir que necesita más dinero para pagar mejor a los policías, si ello implica que algunos tienen que dar un poco más de lo mucho que les sobra. Si unas palabras de Mons Romero conservan total actualidad son sobre todo aquellas que hablaban de la idolatría de la riqueza. Con razón los ídolos y lo espejismos tienen en común su esplendorosa dimensión de falsedad.
Sería fantástico escuchar a los ricos y sus tanquetas de pensamiento diciendo que es una vergüenza que haya salarios estatales cincuenta veces superiores al salario mínimo legal. Y que animaran a los jóvenes a salir a la calle a protestar contra el FMLN porque mantiene como legales esos salarios mínimos de hambre, que son parte de la violencia estructural que está en la base de la violencia delictiva. Pero no da la impresión de que vayan por ahí las ideas de estos personajes. Al final se parecen a los elementos más reaccionarios de ARENA, que cuando el hijo del fundador del partido pide inteligente y razonablemente eliminar la frase del himno que habla de la tumba de los rojos (lástima que con una falta de ortografía en su “tweet”), enseguida salta una diputada diciendo que el himno es respuesta a la agresión de la izquierda y que la historia no se puede cambiar. Para empezar, esta señora considera la historia como algo pasado. Y por supuesto se olvida de las agresiones de la derecha. Si el pasado no se puede cambiar, sí con frecuencia se cambia el rumbo de la historia. La historia de opresión se puede cambiar, y eso trataron de hacer en el pasado los próceres de la independencia. E incluso cambian las conceptualizaciones e interpretaciones del pasado, por cierto gracias a los historiadores que descubren las mentiras que con frecuencia lanzan los poderosos para disimular sus crímenes. Las frases con simbología asesina pueden ser desterradas de los himnos y de los símbolos, y más cuando el país sufre una terrible epidemia de violencia.
Y para terminar. Cuando uno confronta el pensamiento de los ricos no los maltrata. Al contrario, trata de sacarles de sus espejismos, que no son necesariamente lo que los hace más simpáticos ni agradables. Muchos líderes económicos se creen dueños de la verdad simplemente porque tienen dinero y poder. Y callan y ocultan sus propias responsabilidades en las situaciones de pobreza, violencia y falta de perspectivas que vive nuestro país. Luchar contra la violencia, insistir frente al gobierno para que proteja a la gente, analizar con lucidez el fenómeno de la criminalidad es necesario, y quienes tienen dinero pueden contribuir a ello. Pero si todo el aporte es como el de otro líder empresarial, Luis Cardenal, hablando de caballos y camellos y diciendo que en el Consejo Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana “no hay una posición clara”, es difícil que progresemos. Porque el Consejo sí ha dado una serie de recomendaciones e ideas claras. Lo único, es que enfrentar la violencia cuesta dinero. Y a demasiados ricos de aquí si se les toca el bolsillo para que colaboren no suelen ponerse felices. Prefieren vislumbrar espejismos y decir que son capaces hoy de hacer con palabrería lo que no fueron capaces de hacer en el pasado inmediato con obras.