Nelson López*
De los 7 u 8 millones de salvadoreños que vivimos aquí en El Salvador, entre hombres y mujeres, seguimos viviendo la gran mayoría, en el estrés que nos están causando diariamente no solamente los periódicos y los noticieros de radio, sino que también todos los informativos digitales que sobrepasan en dimensión y número las audiencias, que parecieran insignificantes para los viejos que sobrepasamos los 60 años. Pero, eso si que no deja de ser más estresante, aunque podemos concluir que nos encantan los chambres, las putiadas (en buen salvadoreño) y las locuras que exciten hasta rayar en la morbosidad que pueden permitirnos un encerramiento dentro de ese aparato sin que nos percatemos de nuestra propia realidad. Seguramente, muy pocos queremos aceptar que después de deleitarnos con tanta bobería que nos cae como el gran entretenimiento, a tal grado que hasta los dueños de los chupaderos admiten que por ver la liga española ya nadie se muere, sino que simplemente se echan un para de birrias o un par de baldes y a ver el aparato que de pronto le silbó el ¡qué cuero! o ¡la vieja! y tantos otros sonidos que por momentos a los más viejos nos fastidian y… simplemente se clavan en la pantallita táctil con tecladito y se apartan del partido de futbol, de la conversación, de las miradas, simplemente se van navegando por otros mundos personalizados y desahogan como en un orgasmo perenne que simplemente les va ayudando a que la producción pancreática de insulina se agote y aumenten las estadísticas de la diabetes, o simplemente les crea la mas famosa enfermedad del inicio del siglo XXI ¡la ansiedad! Y ahí están todas las enfermedades habidas y por haber, que provocan desde la simple colitis hasta el más grave cáncer terminal o los escuetos infartos que en pocos segundos nos terminan la vida sin días, semanas ni meses de sufrimientos. Y todo por pasar embelesados en la vida de los políticos que a diario nos tiran toneladas de pleitos y chismes con la extremada participación de los tres famosos poderes que nos dominan y nada que ver con las divinidades. Son los poderes terrenales desde los fácticos que no dejan de estar de moda hasta los constitucionales que ya poco valen si tenemos la perversidad de la ciega justicia que detentan personajes corruptos o evasores que por pura prepotencia e imaginaciones deístas se autoproclaman más que los demás persiguiendo presuntas injusticias, que sobre todo al enemigo (no precisamente delincuente) lo ejecutan con un linchamiento mediático sin vergüenza alguna y sin posibilidades de rectificar. ¡Condenados! Solamente se salvan los poderosos y sus vasallos, de ahí nadie tiene la posibilidad de la absolución cuasi divina de los que quieren recuperar lo que siempre tuvieron sin compartir ni repartir. Ya dejemos de morir a pausas compenetrados de ese diario vivir que nos lleva a la depresión o a vivir cargados de ansiedad como si quisiéramos el suicidio antes que probar la vida desde otro ángulo y tirar, los ya muy cotorreados ejes transversales, para salir de todo ese engaño y brutalidad que poco a poco nos lleva a ser los súbditos de los siglos, eternos, sin pensar en nosotros y en los nuestros… sino que simplemente en ¡los otros!