LOS FIELES DIFUNTOS

Marlon Chicas, 

el tecleño memorioso

El fenómeno de la muerte es un misterio sin resolver para el ser humano. La muerte desde épocas antiguas, significó para muchas culturas la transmigración del alma. Para el mundo cristiano es una “pascua o paso” de una vida de dolor y sufrimiento, a una vida en plenitud ante la presencia del Sumo Hacedor.

El Día de los Fieles Difuntos, me transporta al tiempo en el que, con devoción y respeto, los tecleños honrábamos la memoria de los seres queridos, que se adelantaron en el viaje sin retorno. Un viaje que tarde o temprano, todos tendremos que emprender.

Dicha conmemoración, iniciaba una semana antes, con la instalación de las ventas de flores, cruces, gallardetes y variedad de adornos que embellecen la tumba de los ausentes. Los contornos del parque Daniel Hernández, así como la calle del Cementerio General, eran los sitios autorizados para ello.

En el barrio El Calvario, las familias preparaban sus propios adornos, con el objetivo de economizar. Nuestro hogar siempre recordaba la memoria de mi querida abuelita Clemencia Chicas. Para tal efecto, mi madre, confeccionaba con cartón y papel de china, corazones, a los que adhería pequeños deditos de papel multicolores. Mis hermanos y yo, elaborábamos cortinas de color morado, que se instalaban sobre los hombros de la cruz.

Por otra parte, mi madre preparaba sabrosas hojuelas bañadas en dulce de atado, que luego de visitar el cementerio, degustábamos, acompañadas de una humeante taza con café de palo, el cual tostábamos y procesábamos, artesanalmente, en un pequeño molino de mano que teníamos en casa.

Al llegar al camposanto una multitud de jóvenes y niños con humildes ropajes, ofrecían sus servicios de limpieza y poda de maleza a cambio de unas monedas; otros con pincel o brocha, ofertaban su mano de obra; muchos de ellos procedían de barrios, o de comunidades, muy pobres de Santa Tecla.

La visita a la tumba de nuestra abuelita daba inicio con una rigurosa limpieza del lugar, con sumo cariño, mi madre y hermanos, adornaban el nicho con una variedad de vistosos adornos. Seguidamente nuestra madre nos reunía alrededor de la tumba, ofreciendo una oración por el descanso eterno de los fieles difuntos, así como de todos aquellos que habían sido sepultados como desconocidos.

En otros mausoleos se escuchaban melodías que eran de la preferencia del fallecido, provocando lágrimas entre los deudos y hasta desvanecimientos. Era muy triste contemplar los cortejos fúnebres ese mismo día: mujeres de riguroso luto, algunas de ellas contratadas para llorar por el fallecido, gritar, y hasta desmayarse. Curiosamente, si el fallecido era popular le acompañaba un centenar de amigos, caso contrario, solo era despedido por su grupo familiar.

No quiero finalizar esta crónica, sin expresar mis condolencias personales, por la pérdida irreparable del querido tecleño don Rafael Cosme Uribe, “El Peche Cosme”, propietario de un histórico restaurante de nuestra Santa Tecla, gran amigo y magnífica persona ¡Paz a sus restos mortales, y paz a todos aquellos que ya partieron de este mundo!

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