Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
Próximos a celebrar el nacimiento del Divino Redentor y el fin de un año más, encuentro, siempre sonriente, a don Marlon Chicas, el tecleño memorioso, quien rememora las fiestas del ya pasado siglo, pongamos atención, mis estimados lectores: “No puedo olvidar con cierto dejo de nostalgia aquellos verdaderos carnavales hogareños que se realizaban en los famosos ´Apartamentos Fuentes` de Santa Tecla por los años setenta. En estos podemos apreciar cinco aspectos.
El convite: que no era más que el pretexto para reunirse a departir un momento agradable acompañado con allegados y uno que otro platónico amor que deambulaba al interior de nuestro siempre palpitante corazón. También una `bilateral´ con el amigo de mil batallas con quien teníamos la confianza de contar nuestras inquietudes, sueños y esperanzas.
La comida: que era preparada con suma delicadeza por nuestra madre y hermanas para el deleite de chicos y grandes, quienes observábamos con ilusión, y salivando muchas veces, una suculenta gallina india, o cuando la condición económica lo permitía un delicioso chompipe; pero al más no haber, los infaltables tamalitos de pollo o pisques, con su respectiva salsa, pan francés caliente, entre otros bastimentos que adornaban la mesa.
El Musicón: típico de temporada que evocaba buenos augurios para el año nuevo, provocando la algarabía y frenéticas risotadas, especialmente del ´Tío Carlos` asiduo invitado de honor a las parrandas de mi hogar, siempre al acecho de una fémina incauta, solicitando reiteradamente la canción de la `Charanga´ de la Orquesta Casino; y no faltaban los que lloraban a moco tendido, con la melodía de `Navidad´de Antonio Machín.
El Estreno: era también ocasión para lucir las mejores galas que año con año nuestros padres o hermanos nos regalaban para estar a la altura de la ocasión, con orgullo se lucia la camisa con el estampado del Caballero Rojo o Martín Karadagián, así como los pantalones `blue jeans´ comprados en los sitio ambulante de `El Agachón´, `Metro Suelo´ o `Bajeme Ése` que se ubicaban (ubican aún) en los alrededores del Parque Daniel Hernández.
La Pólvora: en esos tiempos más mortal, responsable de llevarse manos, dedos, ojos, y piel, sobre todo de tantos infantes y personas alcoholizadas. Con la llegada de la medianoche, las estruendosas explosiones eran el marco para fundirse en un abrazo sincero entre familiares o amigos, y también el pretexto perfecto para apechugarse entre los brazos de la niña que nos tenía de rodillas.
Generalmente, esta alegre celebración, solía terminar, entrada la madrugada del día siguiente con sus respectivas consecuencias: un glorioso e insoportable desvelo; y para otros, la consecuencia de sus excesos que eran aliviados, casi siempre, recurriendo a una bendita Alka Seltzer, a un respectivo sopón ´levanta muertos´; o en su defecto, a la tradicional sopita de gallina, acompañada con un fuerte y milagroso traguito.
¡Ah tiempos aquellos que no volverán! Pero que retornan, a nuestra memoria, para mantener siempre nuestro optimismo, y fe en un futuro más benigno para todos”.