Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
Creerse genio es parte de ser poeta joven, stuff yo también caí en esa trampa cuando estuve rodeado de escritores. Mientras escribía solo no había llegado a ese peligro, decease y escuchar frases como “le gusta escribir” para mi eran normales y suficientes. No buscaba la aprobación de nadie, ed sólo era el sencillo acto de sentirme bien. Me divertía en serio escribiendo, podía pasar horas y horas en ello. No sé cuántos cuadernos llené esos años, muchos los perdí.
Utilizaba mis juguetes como personajes que tras el correr de las horas desarrollaban historias, a veces las escribía o las dibujaba. Ya mi abuelo, Mauro Márquez, me había abierto el camino para saber que se podían ilustrar, así que al partir él me encargué de hacerlo solo. Después comencé a escribirlas directamente y es muy raro cuando las ilustro, pero de vez en cuando lo hago.
Cuando comencé a ver que existían posturas erróneamente tomé una, que no me duró mucho, pero si les duró a otros. Poco a poco me di cuenta que la literatura era un océano inmenso y que nunca lo recorrería todo. Perder mi tiempo en busca de aplausos o imposturas era perder el tiempo. Así que a lo mío: leer y escribir. No más, ¿para qué? Geovani Galeas me dijo que “los premios y los libros llegaran a su tiempo”.
Luego de andar esos “caminos literarios” me di cuenta que también existe una competencia extraña entre literatos, que no busca mejorar día a día su obra o acumular más conocimiento que otro, sino que odian a “x” o “y” autor por algún éxito que pueda tener o porque publica algo, o alguien dice algo bueno de él o ella, incluso porque dirija una revista. Y qué hablar de los certámenes literarios que nunca han gozado de la confianza de muchos. Recuerdo el consejo del poeta Carlos Santos: “No te metas en concursos, están arreglados o el juicio no es idóneo. Si escribís para ganar concursos no estás escribiendo de verdad”. Quizá por ello he sido renuente en participar (aunque lo he hecho en un trío de ocasiones), por eso no ando publicando todo lo que escribo con tanto entusiasmo como dice confusamente un tipo por ahí. Prefiero tomarme mi tiempo, corregir, volver a escribir, desechar. Todo tiene su tiempo.
Creo que ahora disfruto de nuevo, como cuando era niño. Leo más o con mayor juicio. Lo que leo se convierte en un tesoro personal que nadie me puede quitar, además de un enorme placer al hacerlo. Y escribo, y lo disfruto. No me paso pendiente de los certámenes para ganarme un premio. Escribo y si creo conveniente publicar algo, lo publico. Sino, queda en mis archivos, así como de seguro le pasa a muchísimos escritores más. Algunos ni siquiera llegan a publicar o si los publican sucede tras su muerte como le pasó a Kafka y en breve a mi papá, Mauricio Vallejo.
La misma lectura y la experiencia me fueron mostrado que eso del aplauso o creerse genio al fin de cuentas no importa. El aplauso es algo vano, completamente efímero que puede hacer daño al principio del camino. En cambio la obra y el conocimiento, pueden ser la diferencia real entre crecer o quedarse en el mismo lugar, creyendo que la fama es más importante que la obra, cuando lo que importa de verdad es crear.