Gabriel Otero
Un sueño de opio obnubiló la mente de los habitantes de uno de los denominados “shithole countries” o “países de mierda”, que se sintieron importantes porque en su territorio se libraba la última batalla entre el capitalismo y el comunismo.
En aquellos años, todas las noches el conflicto armado entre el este y el oeste ocupaba los titulares noticiosos de los principales medios de comunicación del mundo. Por tercera vez una revolución se peleaba en el patio trasero de Estados Unidos y a los salvadoreños no les importó ser marionetas de la geopolítica. Lo que les interesó fue el millón de dólares diario que los vecinos del norte invirtieron para entrenar al ejército y defender la “democracia americana” a punta de sangre y fuego.
En las décadas de los años setenta y ochenta, la alucinación típica de los salvadoreños, fueran ricos o pobres era transformarse en Estado Libre Asociado número 52, convertirse en una estrella más, aunque fuera fugaz, para así adquirir la ciudadanía estadounidense, y olvidarse de la ardua tarea de sacar adelante a su país, desde entonces ha existido una vergonzosa tradición de servilismo en su política exterior, interrumpida en algunos momentos afortunados.
Y tras una larga usanza migratoria, apuntalada por el conflicto armado, los ricos se establecían en Miami y los pobres en Los Ángeles u otros lugares, unos gozaban de sus rentas y los demás se dedicaban con constancia a hacer los trabajos que nadie quería hacer, y pusieron tanto empeño que terminaron manteniendo su tierra mediante las remesas.
Cuando terminó la guerra, hubo deportaciones masivas de jóvenes que se convirtieron en delincuentes en barrios y colonias en California, su conducta fue de las pocas alternativas que tuvieron para sobrevivir al acoso de jóvenes mexicanos y afroamericanos. Estos retornos forzados potenciaron otros problemas en el país que recién descubría la tolerancia y la democracia.
Las maras asolaron El Salvador más de veinticinco años y montaron un estado dentro del estado, el flagelo puso de rodillas la cotidianeidad de regiones enteras, y los comerciantes se acostumbraron a pagar “rentas” y tributos por el hecho de establecerse en una calle.
La supresión de estos grupos no es asunto menor, las políticas gubernamentales redujeron los índices de criminalidad y ahora se plantean otros retos mayúsculos como el de trascender un sistema de producción que rebase el terreno de las maquilas.
Pero la migración de salvadoreños hacia Estados Unidos continúa, aunque en menor grado, solo en 2023, hubo 67 mil 900 deportados decreciendo un 21 % con respecto al año anterior. (1)
Y como marco global, el segundo mandato de Donald Trump amenaza con todos los tintes de tragedia a El Salvador y América Latina. Es inaudito como un buleador, mitómano, racista y delincuente se convirtió en el presidente más poderoso del mundo, impulsado en parte por el voto de coterráneos. Él fue quien bautizó a naciones como El Salvador, Nicaragua, Haití y Sudán como “shithole countries” durante una reunión con senadores en 2018.
Algo apocalíptico está pasando con la humanidad que erige un pedestal y ensalza a los antilíderes al considerarlos seres iluminados, el egoísmo posee las conciencias y la oración es insuficiente para apaciguar el llanto del cielo. Es preocupante que el clasismo desplace la piedad, y la limosna sea el único apoyo para los desprotegidos.
Resulta vergonzoso que legiones de latinos con pretensiones estadunidenses olviden y renieguen de sus raíces, y que lo único que posean es la green card y una silla en primera fila para ver el surgimiento del huracán.
Se avecinan tiempos tortuosos y la multiplicación exponencial de la pobreza, y el sufrimiento de los demás es el propio porque jamás se deben olvidar los orígenes que se llevan como un sello de identidad.
La inhumanidad pareciera hoy la condición para existir.
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Magaña, Y. (2024, febrero 12). En 2023 hallaron a más 67,900 migrantes salvadoreños en EEUU, la baja cierra en 21 %. Diario El Mundo. https://diario.elmundo.sv/
*Gabriel Otero. Fundador del Suplemento Tres mil. Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, con amplia experiencia en administración cultural.
Ilustración del autor de Jonathan Juárez.
Ilustraciones elaboradas con inteligencia artificial.
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