Oscar A. Fernández O.
Así como el pedido de destitución de la presidenta Dilma Roussef no tiene nada que ver con la operación “Lava Jato”, ni con ninguna otra iniciativa de combate a la corrupción, el actual fiscal general de El Salvador, arremete contra el gobierno del FMLN, acompañado de un coro de voces derechistas (y algunos trasnochados), obviando la gigantesca corrupción estructural de los gobiernos de ARENA, que propiciaron el multimillonario robo al Estado, abandonado casi en la ruina y con una deuda fenomenal contraída con los organismos internacionales financieros.
No vengo a defender ni a condenar a nadie, aunque un principio del Derecho establece que todos somos inocentes hasta que se nos compruebe lo contrario. Hasta hoy, a parte de la telenovela transmitida por los medios adeptos al poder fáctico y al imperialismo, no se ha probado la “supuesta corrupción”, exponiendo a los sospechosos al escarnio público, como lo han hecho contra el expresidente Funes, a quien a todas luces, se le ha violado su intimidad, lo que a su vez puede ser objeto de una contrademanda.
Luego de una propaganda inflada por los mass media, los delicados problemas que se derivan de la aplicación, vigencia y respeto del buen gobierno y el Derecho, que deben ser congruentes con los del pueblo, devienen en una aguda y dramática realidad: El Derecho y con éste, el llamado Poder Judicial, han sido convertidos por el imperialismo en otra arma de agresión, penetración y subyugación en nuestros pueblos, naciones y Estados.
Hoy el tema en cuestión, como lo hemos señalado en otros escritos, es la corrupción, que Washington ha promovido siempre en América Latina, para mantener a sus aliados “confiables” y con verdadero cinismo calla los atroces crímenes cometidos contra nuestros pueblos.
Es decir, que la tan preconizada “lucha contra la corrupción” que parece querer “limpiar” nuestros países estos últimos tiempos, se revela como un espectáculo mediático sin consecuencias reales en las verdaderas estructuras de poder, por excelencia corrupto. El propósito: desestabilizar la conducción de los proyectos populares y colocar sus piezas importantes en función de recuperar el control del Estado y consolidar el nuevo proyecto capitalista modernizante, o como algunos expertos denominan “el aggionarmento neoliberal”
Envalentonada tras los triunfos electorales en las presidenciales de Argentina, en las legislativas de Venezuela y en el referéndum constitucional de Bolivia, la derecha busca darle el golpe final a los procesos populares de América Latina. Para ello, ha desplegado dos de sus principales recursos: los monopolios mediáticos y el Poder Judicial.
La arremetida del Poder Judicial y los grupos monopólicos de comunicación contra la los gobiernos del FMLN y sus aliados, necesita poner en juego a un tercer actor: El Congreso Nacional. Washington y sus sucursales en América Latina, ya trabajan en ello para hacer retroceder a la izquierda y sus aliados progresistas. En El Salvador se crean e imponen las justificaciones correspondientes, basados en una supuesta independencia del órgano judicial y del Ministerio Público.
Ya lo decían varios políticos derechistas, sino se apoya y refuerza a la Fiscalía General, se continuará demandando una CICIES, es decir la intervención directa de personeros pro-imperialistas, asesorados por Washington, para desplazar del Gobierno y la Asamblea Legislativa al FMLN. Algunas fracciones políticas coquetean ya con la conocida “Embajada”. Otros plantean la creación de una estructura paralela de persecución política para los oscuros objetivos aquí expuestos.
Al consultarle sobre el rol que el Poder Judicial tuvo en los golpes de Estado en América Latina en la actualidad , el ex juez de la Corte Suprema de Argentina, Raúl Eugenio Zaffaroni, señaló: “Hubo una mayoría legitimante dentro de los Poderes Judiciales, sin duda. Aún peor había sido en Chile con la caída de Allende, recibieron a Pinochet con los brazos abiertos. Por cierto que el caso de Honduras fue diferente al de Paraguay, el primero fue más cercano a un golpe tradicional, el segundo un ‘golpe blando’ propio de esta época. En ninguno de estos casos el Poder Judicial se jugó por la opción popular y ni siquiera por la legalidad constitucional, siguiendo la vieja tradición regional”.
En referencia al rol que los medios han cumplido en estos golpes, en una entrevista publicada en Diario Contexto, titulada “En América Latina hay bases militares y bases mediáticas”, el filósofo de origen mexicano Fernando Buen Abad afirmó: “En lo que va del siglo XXI, tenemos ya cinco golpes de Estado en América Latina donde el ariete han sido las estructuras monopólicas mediáticas. Eso es una alerta a la que estamos llegando tarde”.
A favor de esta estrategia, hacen un manejo tramposo de las circunstancias; cada vez se insiste más en que el estado desastroso de las poblaciones (herencia histórica del sistema), se debe, no a determinantes estructurales sino a “la ineficacia y las malas prácticas” de los funcionarios de turno. De esa manera el sistema en su conjunto queda libre de cuestionamientos, y se encuentra un apropiado chivo expiatorio, una salida digna: “estamos mal porque los políticos son corruptos y se roban todo”.
Hay nuevos “monstruos mediático-ideológicos” a combatir, siempre ideados por la fuerza dominante en la región: ayer el “comunismo internacional” y sus cabezas de playa en América Latina; hoy, el narcoterrorismo y la violencia criminal. Más recientemente y con una fuerza inusitada: la corrupción.
La estrategia funciona para la Casa Blanca, porque le permite las llamadas “revoluciones suaves” (roll back), procesos de reversión de gobernantes “molestos” sin necesidad de golpes de Estado cruentos, tal como sucedió por ejemplo en Europa del Este, o en algunos países árabes.
Considerando todo lo anterior, puede verse cómo esa prédica contra la corrupción puede servir mucho más para los proyectos geoestratégicos de los capitales transnacionales que las viejas y sangrientas dictaduras del pasado, hoy impresentables, a un menor costo económico y político y sin derramamiento de sangre (lo cual puede crear reacciones como los movimientos armados, o explosiones populares inmanejables).
La Guerra Fría de Washington nunca culminó en América Latina, y ahora ve su oportunidad para un “retroceso”. Es esto lo que Washington quiere cambiar y existe mucha emoción en este paradero del Norte en cuanto a las perspectivas de “un nuevo orden regional”, que en realidad no es más que el viejo orden regional del siglo XX.