Marlon Chicas
El Tecleño Memorioso
El origen de esta tradición data de las primeras comunidades cristianas, que según registros históricos indican que el huevo era considerado el símbolo de la Resurrección de Jesús, mientras que, en la Edad Media, este alimento proteínico se consideró un objeto preciado, el cual se decoraba de varios colores, a la llegada de la Pascua.
En el siglo XVII el Papa Pablo V bendijo el huevo en una plegaria, con el propósito de dejar sin efecto la prohibición de la Iglesia del siglo IX de no consumirlo durante la Cuaresma. Lo que dio pie al “festín del huevo”, que representó el regocijo y la alegría. Con el pasar del tiempo, se levantó este impedimento, manteniéndose la costumbre de consumir y regalar huevos durante la Pascua.
En países de Europa, como Italia, es costumbre el Domingo de Ramos que las familias lleven huevos a la iglesia para bendecirlos y consumirlos el Domingo de Resurrección. Esta tradición se expandió a Estados Unidos donde los niños realizan la búsqueda de huevos de chocolate o de plástico con golosinas dentro, como señal de la Resurrección del Señor.
En Santa Tecla no fue la excepción, lo que me hace recordar aquella lejana niñez en los barrios tecleños, previo al Miércoles de Ceniza, por lo que extraigo algunas remembranzas de tal celebración conocida como “martes de carnaval”.
En las décadas del 70 al 80 era característico que, en las tiendas tecleñas se vendiera huevos de Pascua atiborrados con confeti y pintados de múltiples colores. Otros parroquianos en cambio hacían uso del ingenio y picardía llenándolos de harina o aserrín. Los huevos de Pascua se comercializaban en los alrededores del Mercado Central, otros se adquirían en tiendas emblemáticas como las de doña Olimpia Cáceres (+), y Tonita Reales (+), entre otras.
Los menos afortunados económicamente aprovechaban los cascarones, que eran lanzados a la basura por los comedores de la ciudad; limpiándolos de toda impureza, secándolos al sol; cortando diminutos pedazos de papel periódico para llenarlos posteriormente, sellando su base con papel de china y decorándolos con acuarelas o pintura.
Cómo olvidar las famosas batallas campales entre la cipotada del barrio con el fin de estrellar la mayor cantidad de huevos de Pascua al equipo contrario o en algún despistado parroquiano, quedando sobre la cabellera o ropa de estos, residuos de harina, confeti, papel picado, o aserrín, el objetivo era divertirse y olvidar la pobreza de ese tiempo.
Lamentablemente esta linda tradición desapareció rápidamente de nuestra ciudad, dando paso a culturas foráneas que en nada benefician a nuestra niñez y juventud, como el uso de video juegos, tablets entre otros dispositivos electrónicos.
Sirva esta crónica para fomentar el rescate y preservación de nuestra memoria histórica de aquellas tradiciones que no volverán.