El portal de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
LOS INFINITOS ESENCIALES DEL HOMBRE Y LA FILOSOFÍA DE LA PROXIMIDAD
Por Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Mientras el posmodernismo mantiene a la humanidad en una vida basada en la fugacidad, en lo contingente, en lo perentorio, cantando”…la miel del día” de la que nos habla Darío, o “la rosa, apenas florecida, se marchita”, la globalización y el neoliberalismo reinan en el mundo del consumo, de la acumulación de la riqueza en pocas manos, y se acrecienta la brecha entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada. Es el reino del tener sobre el ser del que tantas mentes claras han hablado, especialmente Gabriel Marcel y Erich Fromm. Es esta la sociedad global, de la ausencia del pensamiento esencial, de lo inmediato, de lo simbólico, del “qué-más-da”, de la ausencia del futuro, del desprecio a lo histórico, de la virtualidad. Siglos después, sigue vigente el mundo de las “deficiencias derivadas del fuste torcido de la humanidad”, como decía Kant, un mundo de falsos testimonios en el que la peste es la ignorancia.
En “La penúltima bondad”, hablaba Josep María Esquirol, destacado maestro de la filosofía catalán, de como el hombre ha perdido lo que él define como sus “infinitos esenciales”. Siguiendo la línea de su anterior libro “La resistencia íntima”, Esquirol afirma que el hombre ha perdido ahora lo que él llama los “infinitos esenciales de la existencia”, esto es, “vivir, pensar, amar”, y, continúa, es necesario reivindicarlos, puesto que esa trilogía de verbos fundamentales es lo único que podría reivindicarlo. Esquirol es el “filósofo de la proximidad”. Para él, y ya con esto nos va anticipando su importante posición, “la vida humana se da en las afueras”, pues que el acontecer diario no es, precisamente, paradisíaco. “No es lo mismo estar vivo que sentirse vivo”, dice. Estar vivo, interpreto yo desde su lectura, es ser humano, manifestar los gestos esenciales del ser humano, el amparo y la generosidad, hechos que para él tienen un efecto revolucionario. Y quienes mejor manifiestan esos gestos esenciales de los que habla Esquirol son precisamente, como recoge Vasili Grosman en “Vida y destino”, “las personas corrientes que llevan en sus corazones el amor por todo cuanto vive: aman y cuidan de la vida de modo natural y espontáneo. Al final del día prefieren el calor del hogar a encender hogueras en las plazas”.
Magníficas las anteriores reflexiones. Dan para mucho pensar, cualidad que los salvadoreños apreciamos poco y practicamos aún menos. “Convivir no es vivir unos al lado de otros, sino darse vida unos a otros…….cuando el hombre no vive estos ‘infinitos esenciales’, -vivir-pensar-amar-, crece la indiferencia hacia los demás”. Y concluye Esquirol en su libro: “Aquí, en las afueras, el mal es muy profundo, pero la bondad todavía lo es más. Aquí, en las afueras, nada tiene más sentido que el amparo y la generosidad. Aquí en las afueras, no sólo vivimos, sino que somos ‘capaces de dar vida’ “.
Hay todo un mundo axiológico en esta magnífica obra de este filósofo catalán. Pero siendo que los valores, como todos sabemos, no se escriben, no se enseñan, sino que se practican, simplemente están ahí, en la vivencia concreta del ser, sólo se descubren, porque no son cosas, no son entes sino son valentes, y son valentes porque valen, es difícil, en este mundo subhumano regido por la necesidad del consumo desenfrenado inducido por la publicidad y la propaganda como medio para sostener el sistema neoliberal de la globalización, es difícil, digo, si no imposible, reivindicar, como pide Esquirol esos tres “infinitos esenciales” absolutamente indispensables para recuperar una verdadera vida humana. El hombre, en ese intento, ha errado, optando por la resistencia basada en “encender hogueras en las plazas”. Pero, ¿Cómo, entonces?
Muchos autores han seguido este pensamiento, y muchos también lo han antecedido, porque esto de la injusticia social no es nuevo, está en el hombre mismo, lo cual no significa que debamos resignarnos a ello. Una posición muy interesante, y que creo que siempre ha existido como posibilidad pero ha sido negada por los radicalismos inútiles, la presenta un enorme pensador búlgaro, uno de los más reputados intelectuales de los últimos cincuenta años. Hablo aquí de Tsvetan Todorov. Decía Todorov que en este mundo del super relativismo, del super subjetivismo, “quien hace moral para los demás sin someterse a ella es doblemente inmoral, consigo mismo y con los demás”. Él afirma en su libro “Insumisos”, que la insumisión es una constante en la historia de occidente y ha sido decisiva para garantizar las libertades. Planta entonces a los “insumisos” contra la injusticia. El “insumiso” rechaza el uso de la fuerza militar, mesianismo político muy habitual en occidente, como método para llevar el bien de los demás. Ejemplos de ello en el siglo XX han sido el colonialismo, el comunismo, el neoconservadurismo, el militarismo democrático, las democracias liberales, la economía del mercado, etc., cuyo objetivo general, como lo ha definido Levinas, era “la posibilidad humana de dar prioridad al otro sobre uno mismo”.
¿Cómo reaccionar entonces, adecuadamente y con posibilidad de lograr el éxito? Todorov se decanta por el “insumiso”, esto es, negarse a someterse dócilmente a la coacción. Es, dice el pensador búlgaro nacionalizado francés, “un doble movimiento permanente, en el que el amor a la vida se mezcla inextricablemente con el odio a lo que la infecta…..una reacción opuesta al mal que se ha instalado en la sociedad”. El insumiso no es un conquistador, no aspira a instaurar otra forma de dominio, no pretende construir una sociedad ideal. Su compromiso es puntual. Pretende, sobre todo, rechazar la fuerza que quiere dominarlo, someterlo, utilizando medios que son siempre inferiores a los de su adversario. Gandhi fue un “insumiso”, un resistente, y venció nada menos que al virrey británico. Los insumisos no son guerrilleros, pero utilizan técnicas propias de las guerrillas.
Este planteamiento que hace Todorov ya ha sido practicado, de alguna manera, por muchos países. Claramente, la India de Gandhi es probablemente el mejor ejemplo, y las luchas de 44’ del siglo pasado en nuestro país pudieran ser otro. Vale recordar a Tolstoi, cuando hablaba de que “la sociedad humana era corrupta y que el individuo sólo podía salvarse regresando a la naturaleza”. Tolstoi fue un gran teórico de la resistencia pacífica, y sus teorías ejercieron una gran influencia precisamente en Gandhi, con quien mantuvo una intensa correspondencia durante años. También podemos decir que influyó en grandes hombres como Martin Luther King y Mandela. Pero últimamente, pareciera que la resistencia ante la opresión ha buscado la forma de incendiar las plazas y enriquecer los cementerios, y la historia demuestra que esta opción ha fallado.
¿Cómo parecería ahora, cuando el fulcrum social del mundo occidental se sitúa en las bases mismas del neoliberalismo, con su globalización y su modelo consumista, que en El Salvador, este El Salvador de hoy, hiciéramos un intento por recuperar nuestros “infinitos esenciales, -vivir, pensar y amar-“, atreviéndonos a levantar una reacción basada en la resistencia de los “insumisos”, volviéndonos todos los oprimidos “guerrilleros de la proximidad”, y desarrollando, como hubiera deseado Kierkegaard, una “filosofía de la interioridad” que hiciera posible que el hombre no sólo viviera sino que fuera capaz de dar vida?