Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
No puedo negar que los jesuitas han influido mucho en mi vida. Recuerdo bien que veía con mucha curiosidad la imagen de San Ignacio de Loyola en el Externado por la entrada de la 25. San Ignacio me dio un verdadero ejemplo de estoicismo y de las costumbres de monje soldado que después procuré ajustar a mi excesiva libertad gitana.
Los veía con dedicación y admiración, ed sobre todo por un libro de meditaciones jesuitas que había en la casa de mis abuelos maternos, site aunado con el carisma del padre Manuel Santiago S.J. y el padre Javier Ibáñez S.J. cuando tuve relación cercana a ellos. En los recreos se hacían dos grupos para jugar fútbol, cada uno de esos padres capitaneaban un equipo y nos dábamos a jugar fútbol durante los 45 minutos de recreo. Era raro que no jugara, aunque sólo fuera para corretear a lo lejos del balón. Total era divertido ver a quellos padres compitiendo junto al resto de niños.
Desde pequeño me vi inmerso en su educación en el Externado de San José donde hice mi primera comunión, hasta que un profesor (Carlos Montoya) decidió que no era merecedor de matrícula. En tanto, la educación jesuita me acompañó toda la vida, primero al serlo sistemáticamente en primaria y secundaria, y luego al ver la historia y ejemplo de la Compañía de Jesús a través de los libros. La curiosidad tenía suficiente excusa: conocer, aprender, crecer.
Mi mamá y mi papá estudiaron en la UCA, así como mi tío Luis Manuel. Mi mamá alcanzó a graduarse y fue una alumna que el padre Ignacio Martín Baró S.J. quería mucho, tanto que hasta la hizo sentarse a su lado en la foto de egreso en 1982. A él le debemos mucho apoyo en esos días difíciles cuando desapareció mi papá en 1981. Cada vez que llega julio resuenan en mi mente aquellas palabras: “Patricia, el niño ha perdido a su padre, ¿quieres que también pierda a su madre?”. Ya de por si, la llegada del vicerector de la UCA mostraba no sólo solidaridad, sino también compromiso. Esas palabras resonaron fuerte en mi progenitora y al parecer fueron el impulso para que hiciera el esfuerzo de seguir adelante y continuar buscando a mi papá hasta que el tiempo le dijo hasta acá.
Mi mamá quizo que el padre Nacho fuera mi padrino de bautismo, pero al tener fe en que mi papá aparecería para hacerlo dilató el sacramento hasta que lo hizo mi tío, el padre Manuel Barrera Motto (hermano del padre Neto Barrera Motto) en la iglesia San Francisco. Debíamos correr para hacer la primera comunión.
La desaparición de mi papá estuvo cerca de los jesuitas, fue saliendo de la UCA cuando fue interceptado, reducido a golpes para después jamás saber dónde quedó su cuerpo. Una llamada de la UCA alertó a mi tía Alba del suceso. Después la incertidumbre lo fue todo y hasta la fecha sabemos sólo teorias de su paradero, ninguna certeza.
El 16 de noviembre de 1989, cuando los jesuitas fueron asesinado, mi mamá se armó de valor y sin pensarlo se fue a la UCA. No sé cómo hacía, pero se mantuvo presente en todo lo que pudo en la UCA. Y aún ahora sigue sostiendo en alto la imagen y el pensamiento del padre Nacho.
Ahora estoy lejos de los pasillos jesuitas, pero siempre me los encuentro en alguna lectura o llega su recuerdo a mi cuando llega julio y noviembre, así como sucede cuando rememoro a un ser querido.
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