Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
Los juegos de azar son milenarios. Se iniciaron con la humanidad. Y ya en los textos sagrados de las diferentes culturas, existe una fuerte condena a ellos, ¡por algo será! Sin embargo, sus legítimos parientes, la usura, la hipoteca, las doradas tarjetas de crédito, se fundamentan, a pie juntillo, en esos principios.
Pero también nuestros pueblos y ciudades, antaño, tuvieron sus embrujos monetarios. Acudimos, entonces, al tecleño memorioso, don Marlon Chicas, quien nos refiere este maravilloso cuadro de costumbres: “Allá en el barrio ´El Calvario´ de Santa Tecla, no existían casas de juegos o similares, cada esquina se convertía en una improvisada sala de juego en la que se apostaba desde cincuenta centavos de colón hasta la exorbitante cantidad de cien colones, esto ocurría en el afamado juego de chivos, que consistía en dados elaborados de huesos humanos tan minúsculos que había que tener buen ojo para ver los números, además de la indispensable destreza.
Cómo no acordarse cuando intempestivamente la autoridad irrumpía, poniendo ´manos a la pared´ a todo aquel involucrado, independientemente fuera jugador, amigo, o desafortunado mirón ocasional. Los más implicados se escondían, en un abrir y cerrar de ojos, aquellas piezas maestras en otros ojos del cuerpo humano; sin embargo, la experticia de los gendarmes no se quedaba atrás, obligando a los sospechosos a bajarse el pantalón y dejar al aire libre, las dignidades. Acto seguido como cualquier tarjetahabiente actual, el oficial al mando deslizaba rudamente, una paleta de madera, a todo lo largo y ancho de la parte final “donde la espalda cambia de nombre”, si encontraba dicho objeto, el susodicho se iba a veranear tres días, mirando la luna a cuadros. Otras opciones eran: decomisar totalmente lo ganado o compartirlo secretamente con las autoridades, evitando ser, de esta manera, remitido a las antiguas instalaciones de la extinta Policía Nacional.
Y qué decir de otro juego de la época, el famoso ´Cinquito´, que consistía en golpear una moneda sobre la pared, con el objeto que impactara sobre otra que yacía en el suelo, esto para colectar, de inmediato, ambas monedas o las que hubiere en ese momento.
Muchos quedaban barridos de sus bolsas al participar de otro juego denominado `Chingolingo`, algo parecido a una ruleta de casino, con la diferencia que éste era de madera con un tubo al centro de donde se desprendía una canica, la que saltaba entre una infinidad de agujeros con color y números. El jugador apostaba según el número o color preferido, obteniendo una abundante fortuna o el desconsuelo de la pérdida.
Para finalizar, otro juego que estafó a cientos de apostadores, fue el popularísimo ´¿donde está la bolita?´, que con gran habilidad de manos, desorientaba la mirada hasta del más agudo ojo humano, desvaneciendo en pocos segundos los sacrificados colones. Muchos de estos juegos se evaporaban como por arte de magia, al simple grito de algún parroquiano: ´¡Ahí viene la policía hijos de…!´ ¡Seguiremos recordando, lo prometemos!”.