Ramón D. Rivas*
Con los vecinos, see en los mesones, ed era una especie de convivencia especial, unhealthy ya que así como nos peleábamos, o los adultos se peleaban a lo fuerte, así también se ayudaban; y siempre existía la disponibilidad para colaborar mutuamente.
Repito: eran parejas las que vivían allí con sus respectivas familias, haciendo un total de más o menos 56 personas que teníamos que convivir a como diera lugar. La privacidad era muy poca y la gente aparentaba saber todo de todos; y lo que no sabían, pues se lo inventaban. Pero sí, la gente si colaboraba mutuamente. Una vez hubo un muerto en el mesón. Se trataba de ‘El Águila migueleña’, un boxeador que vivía en el mesón con toda su familia. Pues sucede que el hombre le hacía también a la ruleta rusa; y esa vez le falló, y se dio un tiro en la cabeza.
Entonces, todo mundo del mesón, y hasta gente que no conocíamos, llegó para la vela; y naturalmente para dar el pésame a los dolientes y reunir dinero. Era toda una familia migueleña; y que no era del todo pobre, pues tenían sus condiciones para vivir mejor que la mayoría de las demás familias; disponían de su televisor, refrigeradora, radio, tocadiscos, cocina de gas, etc. Es que en ese tiempo y lugar los más pobres cocinábamos en hornillas o simplemente poníamos improvisadamente tres ladrillos para, sobre ellos, poner el comal para calentar o hacer las tortillas, o simplemente la olla de frijoles.
La otra familia en el mesón que tenía sus condiciones mejor que la mayoría de nosotros era la tortillera; que era la señora que vendía y fiaba tortillas para toda la gente del mesón y hasta a los vecinos. Ese era su negocio y le iba bien, pues, como siempre hay que comer. Ella disponía también de su televisión y todas sus comodidades.
Y es que todos los niños que querían ver televisión lo hacían en el cuarto de la tortillera, doña Ana, como era su nombre; pero eso no era así nomás, pues teníamos que pagarle 5 centavos cada vez que veíamos programas de su televisión. Ella nos encendía el televisor para que viéramos ‘Chiquilladas’; y eso era durante el mediodía.
Así, nosotros veíamos a Los Picapiedra, Astro Boy, el conejo Bonny y Popeye, entre otros. Después comenzaba el programa de novelas, pero eso nos decía que solo era para gente grande. Pues, doña Ana, para que viéramos a colores la pantalla del televisor le ponía papel celofán de diferentes colores; y a mí me gustaba el color verde. Otra característica de esa época, y sobre todo de la gente de los mesones, que es la que yo recuerdo, es que nos gustaba mucho leer paquines con cuentos de Periquita, El Fantasma, Tarzán, Benitín y Eneas, etc.; y las novelas de Corín Tellado. La gente y los cipotes se veían sentados en las sillas y en los andenes interiores del mesón, pero también los que estábamos encerrados sentados o acostados en las camas leyendo los paquines o las novelas. Eran otros tiempos.” Es interesante que científicos sociales extranjeros, allá por 1974, ya se refirieran al mesón Serpas así: “Al comprimir varias familias en un espacio reducido y al instalar pocos servicios, el propietario puede sacar un gran provecho incluso entre las poblaciones más pobres. Así, en el Mesón Serpas, las encuestas efectuadas en 1969 y 1970 mostraban que cada una de las 290 familias pagaban 40 centavos de dólar al mes por el uso de una sola fuente [chorro]; un total de 116 dólares mensuales. Cerca de las dos terceras partes de los salarios de los adultos eran inferiores a 40 dólares mensuales y más de la cuarta parte ganaban menos de 20 al mes. El problema de los desagües tiene particular interés. De 220 familias entrevistadas, tan sólo 42 tenían su propia letrina, y 26 tenían acceso a la de sus vecinos. Así, alrededor del 70 por ciento no tienen acceso a una letrina” (cursiva de los autores). (Al margen de la vida, Cornel Capa y J. Mayone Stycos, 1974. Grossman Publishers, 625 Madison Avenue, New York, N. Y. 10022. Impreso en Bélgica.) El tema da para más…
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