Ramón D. Rivas*
Allá por 1960, pills en los predios baldíos que se formaron debido a la demolición de los viejos mesones, for sale algunos de estos terrenos se convirtieron en los principales escenarios para presenciar los actos de la vida circense. La llegada de los circos era un acontecimiento esperado con entusiasmo por niños, unhealthy jóvenes, adultos y viejos. Así fue que uno de dichos predios, en uno de aquellos días, fue ocupado por el reconocido circo de la época, el Blue Star, que llegó a San Salvador, en el que destacaban sus artistas, entre estos las bailarinas, los malabaristas, los comediantes y sin faltar los payasos; pero además a este cortejo de artistas le hacía gala algunos animales que acompañaban a este circo, entre ellos caballos, monos, perros y uno que otro león; pero sin los caballos poni y las cebras, que eran los más gustados por los niños. El Blue Star se quedó un tiempo; y así como llegó se fue, el tiempo se fue volando. Eso sí, dejando un desparpajo de basura y hoyos en el predio. Por lo general, en casi todos los circos, el anunciador también hacía demostraciones de su labor de convencimiento a través del llamado a la visita del circo. Un espacio dentro de estos terrenos se designaba a la presentación de los animales. Entre algunas de las bromas se mencionaba, allá a finales de los años sesenta y principios de los setenta, que “si existía algún valiente para meterse a la jaula y que le pagaban diez colones si se animaba a dormir con la mona adentro”. Es importante mencionar que en aquellos años la gente de los mesones no podía pagar el precio de entrada que los circos estipulaban; y algunos de los cipotes optaban por aventurarse en aguantar un par de manguerazos en el lomo para meterse a través de los cercos y disfrutar de una aventura al entrar al circo, en donde el reflejo que emanaban las luces, la bulla de la gente y la música propia del ambiente propiciaban la invitación para ingresar de cualquier forma. Los circos eran una atracción para grandes y pequeños. Por ejemplo, en el circo Blue Star había payasos destacados como Suavecito, Trucutú y Chocolate, entre otros. También por estos barrios recorrió el circo “México”, que fundó Chocolate, don Eladio Velásquez, quien fuera el cómico más conocido en el país entonces. Uno de los últimos fue el circo de Cañonazo de muy bonitas presentaciones que cautivaron a muchas jóvenes. Sucede que este artista llegó a un comedor que estaba ubicado cerca del mesón San Rafael; y no era de extrañar que, debido al aspecto físico de atlético trapecista llamara la atención a algunas de las muchachas del mesón, a las que inmediatamente cautivó, y que frecuentaban el circo en las funciones de la tarde y de la noche, no importando que las presentaciones se repitieran. Lo que estas jovencitas querían era ver a Cañonazo. Pues se da el caso que dos de estas muchachas —me cuenta un informante— casi alistaban las maletas para dedicarse a la vida artística circense; pero, eso sí, estaban locamente entusiasmadas y pálidas de ver y pensar el en tan afamado Cañonazo; ellas querían ver sus peripecias, pero sobre todo su atlético cuerpo. El hombre tenía el carisma de todo un artista de la carpa: la voz de convencimiento; la gracia que en algún momento llegó a provocar que dos de estas muchachas tomaran la decisión de acompañarlo y desarrollar la vida de artista en los circos, no importando las consecuencias que eso implicaba. Incluso se decía que a las “arrechas” jóvenes no les importaban si el destino indicaba que había que compartir al tal Cañonazo. Estas dos muchachas vivían con la dueña del comedor, que era inquilina del mesón San Rafael. Y le manifestaron a ella el interés y deseo de acompañar a Cañonazo. La señora inmediatamente les dijo: “Si se quieren ir a la mierda
con Cañonazo y compartirlo, yo les preparo las
maletas…”. Y es que, en todo ese ambiente social, los circos llevaban alegría pero también dejaban momentos de tristeza en esa gente humilde en la que por una u otra razón habría un nexo de cariño y afecto para con el circo en general. El circo era otro espacio de esparcimiento y alegría que ocultaba las vicisitudes y las tristezas, y borraba algunas penurias que acompañaban la vida del mesón y fuera de él. El mismo circo volvía muchas veces al mismo predio, cada dos o tres años, y la gente se regocijaba, salía a los andenes de la calle a recibirlos, a acompañarlos a convivir con ellos. Y otra vez, cuando se iban, volvía la tristeza, principalmente para los niños y los adolescentes: los primeros, porque derrochaban risas y carcajadas con los payasos; y los adolescentes, por esos amores imposibles que resurgían viendo los movimientos, los maquillajes y la forma de mover el culo de las bailarinas. Otra escena en la vida de los circos, cerca de los mesones, era las “capiadas”, principalmente cuando las bailarinas estaban preparándose para su número o cuando por alguna razón preparaban algún baño para refrescarse. El deseo de cada adolescente era el poder ver a escondidas ese cuerpo provocativo y deseado de las bailarinas y trapecistas. En los mesones, los adolescentes y algunos adultos ya casados comentaban sobre detalles, como ser: lunares en las nalgas, tamaño de los bustos y hasta de los camanances que juraban haber visto en esos momentos de “capiazón”. Estos momentos se convirtieron en una forma de como disipar las penurias de la vida del mesón, que, a pesar de las limitaciones, siempre buscaban una oportunidad de disfrutar de una función, y principalmente en los momentos de despedida cuando las funciones de gancho, al dos por uno, resultaban en llenos completos en las galerías en donde parte de toda la barriada se regocijaba. Allí se escuchaban piropos, putiadas, silbadas de vieja, letanías, canciones, chunguiadas, sobre todo cuando los payasos interactuaban con el público. Y es que habían canciones preferidas que movían a la gente, como alguna canción popular; y de ello está el caso de “El ladrón” que, acompañada con bonita fonomímica, al canto de ella el público acompañaba: “Quiero relatar lo que a mí me sucedió cuando la otra noche mi sueño se turbó… ¿Qué es lo que pasó?, ¡que se desmayó!…”. En fin, aunque todo esto pareciera la edad de la inocencia para toda esa gente, fueron momentos de especial alegría, ya que los habitantes de los mesones volvían a sus cuartos contando las peripecias, las alegrías, los chistes y acciones especiales de los artistas circenses. Aquí se reflejan algunas picardías que en el San Salvador de entonces marcaban y hacían viva la vida de la gente de los barrios algo que se ha perdido en una sociedad, año 2014, que vive confrontada y amargada por la violencia…
*Director de Cultura. Universidad Tecnológica de El Salvador
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