Ramón D. Rivas*
El fervor religioso siempre ha estado presente en los pobladores que, hospital de alguna manera, treat han estado marginados en el sistema de vivienda y han habitado o habitan los mesones. Sin embargo, pharmacy como ya hemos visto, esos pobladores participaban, en el mayor de los casos, de todas las actividades religiosas en San Salvador y me refiero aquí concretamente a Navidad, Semana Santa y las fiestas agostianas con la celebración de El Salvador del Mundo. Y es que, a pesar de las extremas limitaciones en las que vivía la gente en los mesones, ellos nunca perdieron el fervor religioso. Con seguridad se puede decir que todos los habitantes de los mesones participaban en las variadas actividades religiosas que se llevaban a cabo en San Salvador. En los mesones mismos, como los moradores, casi en un noventa por ciento eran católicos y los que afirmaban no practicar religión alguna, que eran pocos, se unían todos a la celebración, lo que hacía que se manifestara una profunda devoción a determinado Santo sobresaliendo el Sagrado Corazón de Jesús, San Antonio, la virgen de Guadalupe y la virgen del Carmen. Las vendedoras le mostraban una gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús y adornaban el altar en una esquina de los corredores con gallardetes de colores, flores de la época y veladoras de cristal y de plástico. En algunos casos, era común ver la rezadora que era famosa por su manera rezar y tratar al público ya que de una forma contrita motivaba el sentir religioso de los acompañantes. La rezadora, también era muy solicitada en velaciones, novenarios y cabos de años. En algunos casos eran contratadas las lloronas que, con cara de aflicción y con lágrimas sobre sus mejías, hasta el más fuerte hacían conmover sus sentimientos y más de alguna lagrima o suspiro de tristeza sacaban. En estos rezos también aparecían otros acompañantes, es decir; los bolos, los naiperos y los chiviadores que eran figuran infaltables en estos eventos de religiosidad popular. El café, los tamales y el pan dulce era algo que no debía de faltar. Había también celebraciones especiales que no llevaban aquel sentimiento de tristeza sino que era de alegría y fervor en agradecimiento a algún favor contestado por algún santo, naturalmente previamente solicitado por alguno de los creyentes y en estos casos el solicitante agradecido con el santo que hacía el milagro se sentía obligado en hacer alguna festividad comunitaria, siempre de índole religioso. A veces estas celebraciones iban compartida con cantos religiosos, comida y bebidas. Los tamales de gallina o de tunco acompañados de la tasa de café eran casi una obligación. El dicho popular decía que “una celebración religiosa sin cuetes perdía el sentido” y por ello todas estas actividades se caracterizaban por la alegría manifiesta de los creyentes en medio de la gran alborada con cuetes de vara. El año iba finalizando con la celebración de navidad que era un acontecimiento esperado por viejos jóvenes y niños y donde afloraba el espíritu de hermandad y de bondad. Y es que hasta el clima cambiaba y se hacía sentir un ambiente fresco que hacía que aquellos que disponían de ellos, los abrigos, los sacaran a lucir y variaban desde los suéteres, las chumpas de corduroy y hasta más de alguno impresionaba con una chumpa de cuero aunque el sudor se viera brotar por su frente. En las calles y avenidas del centro de San Salvador la gente podía comprar de todo tipo de adornos para la casa alusivos a la época pero naturalmente para adornar el árbol de navidad. Las vendedoras de muñequitos de Ilobasco se ubicaban en lo que hoy se conoce como el parque Hula hula y ofrecían misterios con sus y pastores, así como otros arreglos pero también se podía comprar al diablo, a una pareja de Guardias llevando a un bolo amarrado, la ciguanaba, el cipitio, el duende, los mariachis, monjas, un palo lleno de zopes, en fin de todo. Pero era la única época del año en que la gente se podía permitir comparar uvas, manzanas y peras ya que el resto del año estas frutas brillaban por sus ausencia. Todos compartían, principalmente, cuando se llegaba la época de instalar los nacimientos y los árboles de navidad. Cada quien con sus posibilidades económicas compraban los adornos que, por sencillos que estos fueran, siempre adornaban sus cuartos para sembrar ese espíritu navideño. Llegada las fechas principales, 24 y 31 de diciembre, la alegría era manifestaba compartiendo regalos, comida y bebidas acompañados con el bullicio y la alegría que irradiaba la quema de la pólvora. El 24 de diciembre la gente preparaba panes con gallina, tamales, marquesotes y cualquier otro bocadillo de la época y era peculiar en las familias compartir con la vecindad; sin embargo entre los momentos de preparación había más de uno que otro descuido donde de repente un perro de los tantos que habían en los mesones salía corriendo con un pedazo de gallina en la trompa o hasta la bolsa de pan francés que iba a servir para los panes rellenos. “El chucho lleva el pan, el chucho lleva la gallina…”, gritaba la gente. El bullicio en todos los cuartos del mesón de los radios, los tocadiscos y radiolas era todo un acontecer, En todos los cuartos del mesón se percibía una manifestación de alegría en la gente. “Vamos a bailar la bala que la tienes que bailar…” Mano a la barriga… “Todos en un pie…” Apaguen las luces…” y la gente gritaba. Pero las cumbias eran las preferidas. Los que tenían los mejores aparatos eran quienes procuraban el mayor volumen posible lo que naturalmente hacía todo un desparpajo de sonidos donde bailaban niños jóvenes y viejos. El guaro y las cervezas se bebían abiertamente o a escondidas pero el aliento delataba a casi todos ya que, hasta los cipotes de trece años, de repente aparecían envalentonados por uno que otro trago que habían recibido a lo mejor comprado. De todas maneras era fiesta y había que celebrar. Eran momentos para compartir. A pesar de que la gente era humilde y con ingresos limitados siempre los papas procuraron que los niños aparecieran con el cabello cortado tipo francesa clara y pato bravo y bien embacelinado pero también estrenando zapatos pantalón y camisa. Era la fecha en que se sacrificaba el dinero para que los niños tuvieran su estreno navideño y su respectivo regalo.
*Director de cultura. Universidad Tecnológica de El Salvador
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