Alvaro Darío Lara
EN “LOS FRUTOS INGRÁVIDOS” DE TOMÁS ANDRÉU
Palabras pronunciadas en la presentación del libro por Álvaro Darío Lara, en Centro Cultural Cabezas de Jaguar, San Salvador, 3 de febrero de 2024.
He retornado nuevamente en este febrero a la lectura de los versos del querido amigo, periodista y poeta Tomás Andréu, a quien conocimos en las lides de ese periodismo acucioso, apasionado, mezcla de objetividad y de tono literario al que propendía tanto nuestro autor. Pero que también vibraba muy intensamente en su predilección por la cultura y la poesía en especial.
Fue Tomás un joven de un talento excepcional, prometedor. Estaba en la ruta de ir consolidando su vocación periodística y de hombre de letras, cuando trascendió de este plano existencial, dejándonos su palabra poética como vivo testimonio de una conflictiva interioridad acechada por muchos fantasmas, a los que se enfrentó cara a cara, pero que al final, por desgracia, ganaron la partida.
Tenía el poeta una inclinación muy subrayada hacia las biografías de músicos, escritores y artistas atormentados, probablemente porque en ellos encontraba un puente, un espejo que le reflejaba, y que podría aliviarle esa infinita y angustiosa soledad que lo abatía en temporadas y lo sumergía en interminables exploraciones de su propio rostro.
Ese era probablemente el Tomás Andréu más profundo. El que conocimos en vida, por sus publicaciones literarias ocasionales, principalmente en la vía digital. El otro, era el joven vital, alegre, bromista, inquieto, que recorría San Salvador, como un niño asombrado, ávido de cazar esas fuentes informativas y esa belleza y horror del mundo, para traducirlo en cuartillas que abonaran a humanizar esta sociedad que vivimos plagada de engaños e injusticias.
Ese entusiasta Tomás, fue al que llevó una vez el poeta Otoniel Guevara, hasta los micrófonos radiales donde me desempeñaba hace años, para conversar sobre el encuentro poético que Otoniel ha animado proverbialmente, me refiero al “Turno del Ofendido”. Ese Tomás siempre dispuesto a apoyar las iniciativas culturales alternativas, comprometido con volver próximo el arte y la cultura a las audiencias populares.
Pero ya conocíamos desde antes a Tomás, sobre todo, en su labor periodística en medios impresos y electrónicos, de lo que nos enteramos después, era de su producción poética. Misma que Tomás se guardaba de forma celosa, y que cuidaba, como un niño, de nuevo, que tiene un tesoro entre las manos, que aún no comprende del todo, pero del cual imagina su valor.
Por todo ello, por el fresco muchacho de cabellera larga y amplia sonrisa; por el muchacho de espejuelos, tras los cuales brillaban unos vivaces ojos; por el amigo fraterno y por el periodista comprometido con la causa de las mayorías sociales, presto a desenmascarar la mentira, es que ahora festejamos su libro.
Según refiere el poeta Otoniel Guevara, responsable del Proyecto Editorial La Chifurnia, sello editorial que calza este primer libro impreso de Tomás Andréu: “Los frutos ingrávidos” (Proyecto Editorial La Chifurnia. Primera Edición. Editor Otoniel Guevara. Honduras, 2024), éste le confió el texto tal cual ha sido publicado, con la finalidad inicial de que fuera revisado y valorado. La muerte prematura de Tomás no permitió el proceso; sin embargo, esta versión de “Los frutos ingrávidos” fue la que se recibió. No hay certeza que luego nuestro autor, hiciera más correcciones elaborando una nueva versión. La versión objetiva fue esta.
Cierto es que, en el libro digital “El disfraz de los impulsos” de Tomás Andréu, un texto publicado por La Zebra (2020), bajo el cuidado, revisión y edición del poeta Jorge Ávalos, el contenido del poemario difiere sustantivamente. Pero lo importante es que el libro está aquí y obedece a las circunstancias ya relatadas. En esto no debiera existir controversia. Al contrario, celebramos el poemario impreso de Tomás, con toda la alegría del caso. Felices que su palabra, con seguridad, se ha quedado y se quedará para siempre en la historia literaria nacional, y que sus alas están ahí para desplegarse por todos los rincones del espacio y del tiempo presente y futuro.
Estos frutos ingrávidos de Tomás parecieran connotarnos esa concepción de levedad, de fugacidad a la que era tan inclinado el poeta.
Sabedor como era de la caducidad de las biografías, pero de la perennidad de la palabra, quiso trabajar con dedicación estos versos. Cierto es que su vida azarosa, bohemia, turbulenta, no le daba tregua. Imagino que, entre esos momentos de reposo, Tomás volvía a revisar lo escrito. Su poesía, como su vida misma estaba en plena construcción aún. Por ello junto a luminosos versos, encontramos líneas que pudieron tener mayor calidad, pero ese era su proceso. Un proceso que su desaparición física, probablemente detuvo. En esto hay un misterio. Ya que no lo sabremos nunca con certeza. Son las regiones de lo probable que se vuelven indescifrables.
Lo real es este conjunto de 19 textos, breves en su gran mayoría, donde Tomás se explaya por las regiones de la muerte, el tiempo y el amor. Quizás es la muerte, la obsesión por la muerte, el tema más predominante en su poesía. Y lo es también, en el sentido de su histórica admiración hacia biografías de artistas y escritores signados por la fatalidad. No es casual que su tesis de grado para optar al título de licenciado en letras por la Universidad de El Salvador, estuviera dedicada a la investigación de uno nuestros grandes poetas dipsómanos, el poeta citadino César Ulises Masís (1925-1992), por cierto, un trabajo, que una vez editado, en formato de libro, sería un excelente aporte a la historia literaria del país.
Tampoco es extraño que las diversas lecturas y preferencias musicales de Andréu buscaran en los ramajes del dolor, la crisis, la desolación, acaso el reflejo de su propio rostro, como ya hemos apuntado.
En poemas como “negación” (p.20), Tomás filosofa sobre las verdades fundamentales del devenir humano, bordeando una trascendental metafísica: “no es la adicción la piedra de tropiezo, es la sed de infinito que llevamos dentro”. (Fragmento). En otros como “nunca seré un muerto” (p. 5) ahonda en su premonición de su propia muerte, pero bajo la segura convicción del eterno retorno, de la insoslayable resurrección del espíritu y de la materia: “yo nunca seré un muerto, / porque de mis residuos/ de mis sedimentos, /habrán nacido otros como yo”. (Fragmento). En “augurio” (p. 6) se advierten ciertos acentos y atmósferas que recuerdan al romanticismo, por esa obsesión autodestructiva, predestinada hacia la inminente desaparición, un “yo” angustiante que clama: “moriré loco, /moriré en mi exilio interior, / donde ningún alambrado me venció, / donde los frutos siempre fueron longevos/ y las tardes una calma gris/ como aquella de la que no volví/ mientras escribía en una piedra tu nombre”. (Fragmento). También gusta de ensayar aforismos, sentencias, como en el poema “lección” (p.19) dedicado al poeta Alfonso Kijadurías (1940), donde discurre sobre el silencio: “el silencio es sabio:/ sin hablar, dice, / y cuando habla, / nos hace callar”.
Sus poemas, como decíamos, remiten constantemente a la muerte; pero su voz busca eternidad, aunque el amor, al igual que la existencia humana, se presente siempre como lo efímero, lo fugaz, lo accidentado, lo inalcanzable.
Veamos un fragmento del texto “somos efímeros” (p. 7): “somos efímeros:/ un relámpago en medio de la noche/ sería más longevo que toda nuestra existencia/ y el fulgor de una hebra de tabaco, /ardería más que todos nuestros sueños”.
Los poemas de Tomás son como fotografías instantáneas, como imágenes sacadas de una antigua polaroid. Tienen esa naturaleza. Yo lo imagino con el cabello húmedo en una mañana, disparando el obturador de su cámara aquí y allá. En todo lo que le despertaba asombro.
Y es que, ese mundo de Tomás, mezcla de fascinación por la vida y de un sentimiento de tragedia, estuvo siempre signado por una visión desconcertada ante la Babel humana, que lo atraía pero que le provocaba horrores.
En el poema “hoy” (p. 9) asistimos a una experiencia de evasión: “la noche es larga:/ la última bocanada de marihuana/ en espiral de mí se ha desprendido. / el mundo ante mí no es mundo/ es una mancha azul que se diluye/ en el fondo indomable de la noche”. (Fragmento).
Leyendo estos versos recordé las maravillosas descripciones que nuestro narrador Arturo Ambrogi (1875-1936) hizo acerca de los sagrados y míseros salones del opio, en su libro “Sensaciones del Japón y de la China” (Dirección de Publicaciones, El Salvador, 1974).
Dice Ambrogi: “El chino, un chino esquelético, que muestra por entre la abertura de su bata un pecho hundido y huesoso, húmedo de sudor, toma la pipa, y con mano temblorosa, aproxima la chimenea de ébano a la lamparilla y da, uno, dos chupetes; una, dos succiones, en que parece querer absorber el alma entera de la droga”. (“En el fumadero de opio”, ibid. p. 148)).
En el poema “espíritu laxo” (p. 14), hay una magnífica imagen metafórica del surrealismo; la no pertenencia a nada, otra vez la evasión: “me derramo en el suelo/ y me evaporo en espiral/ ingrávido, lentamente me desvanezco:/ ya no soy de aquí, / a nada pertenezco”. Y en “nido vacío” (p. 11) se manifiesta lo conceptualmente triste, referido al amor: “en el otoño de un día solitario/ un árbol se palpó su corteza herida:/ un hombre y una mujer escribieron/ lo que sus palabras nunca llegaron a conocer”.
El poema “café para tres” (p. 13) nos sumerge en lo inexpresable, en las regiones de lo indecible. Lo indecible aún para la poesía: “yo no puedo amanecer a tu lado/ pero junto a mí amanecés vos:/ nunca la rúbrica en el papel superó las huellas de la carne”.
Mucha desolación en los versos de Tomás. Mucho vacío. Mucho desesperado anhelo de trascender lo terrenal. Y finalmente, trascendió, el buen Tomás, el querido muchacho.
Este es un homenaje de amor a su memoria, y un justo acto de reconocimiento a su labor como poeta. Gracias a Proyecto Editorial La Chifurnia, a su hermano y albacea literario, Andy William Martínez y a ustedes, por ser testigos de la invencible resurrección de nuestro amigo, en el universo infinito de su palabra. Un abrazo fuerte a su familia, a su madre querida, especialmente.