Al grabador Andrée Torres
Álvaro Darío Lara
“Monstruos, trasgos y brujas” así reza uno de los capítulos del extraordinario libro titulado “Goya” escrito por una de las mejores plumas de la España novecentista, me refiero al literato don Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), un prolífico vanguardista dotado de un excepcional estilo.
En el volumen de marras, don Ramón, hace un recorrido biográfico, sociológico, artístico, del gran pintor Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828). Su recia personalidad, y, sobre todo, su magnífica obra son los dos ejes que nos llevan y traen por esta fascinante historia donde se cruzan palacios y arrabales, reyes y mendigos, confesionarios y mazmorras.
En 1799 Goya editó una serie de 80 grabados, conocida como “Los Caprichos” producidas al aguafuerte y a la aguatinta. Una colección de imágenes que oscilan entre la realidad y la más delirante ficción. Imágenes fuertemente emparentadas con el turbulento escenario en que vivieron la mayoría de españoles entre el final de siglo XVIII y las primeras décadas del XIX.
Al igual que la serie de grabados “Los desastres de la guerra” (1810-1815) y las obras conocidas como “Las pinturas negras” (1820-1824), “Los caprichos” dan cuenta de un impactante testimonio artístico de la crueldad, el fanatismo, la ignorancia, la sinrazón, el absurdo, el canibalismo, y la superstición de un tiempo desquiciado. Todo esto bajo un tratamiento estilístico insuperable, donde anida también el humor, el sarcasmo.
En contraposición al Goya aristocrático y religioso; costumbrista, retratista, cortesano, de maravillosos espacios abiertos, que viene del Neoclasicismo y se dirige a desatar un particularísimo Romanticismo, “Los caprichos”, al igual que los grabados y las obras referidas, prefiguran un vanguardismo impresionante, no sólo por su técnica sino por la desgarradora vitalidad temática.
De “Los Caprichos” dice Gómez de la Serna: “De la región de los sueños, como Quevedo, saca espectridades y relentes que dan a su obra ese algo de proyecto monstruoso o de diseño de supuestos enormes. La cantidad de elementos ´desconocidos´ que puso en sus obras hizo más duradero su arte, pues sólo se fragua la tensión artística gracias a esos elementos de misterio”.
Un trato especial da Goya a las brujas. Por supuesto las dibuja bajo la facha fantasmagórica y repulsiva que se le antoja a los ignaros tribunales eclesiásticos, pero esas brujas más que hijas del azufroso Luzbel, son las hijas de la miseria humana, que es, en definitiva, una madre más demoníaca.
Escuchemos lo que anota don Ramón: “Brujas, en la auténtica veracidad, son las mujeres que envejecen torcido, mujeres que han sido muy guluzmeadoras, chillonas y comadreantes (…) El caso es agriar la vida, perturbarla, meter miedo, ayudar a dar tormento, castigar bien a los vivientes, ver que no hay fidelidad en nadie ¡Alegría desdentada de brujas!”.
Por su parte la Fundación Goya en Aragón, España, dice en un brillante trabajo sobre “Los caprichos” del gran pintor: “Los grabados de la serie que aquí nos ocupa representan una crítica de la superstición y de la brujería, temas que ya había afrontado en los cuadros que realizó para los duques de Osuna, de la vida de determinados sectores de la Iglesia, la prostitución, así como la proliferación de los matrimonios desiguales, la educación de los niños o la Inquisición, todo ello desde un punto de vista iluminista. Se trata de un trabajo que censura los vicios y debilidades humanas con un lenguaje sarcástico, ácido y en ocasiones pleno de fantasía. Asimismo, Goya elude en la mayor parte de los casos las referencias personales, consciente del riesgo que ello podría implicar especialmente en su condición de pintor de cámara”.
¡Vivimos tiempos de brujas y brujos, dentro de la cosa pública y privada; el púlpito y la armada; el ágora y el periódico! Urdiendo siempre la desventura de los otros… ¡Hay que conjurar a estos fantasmas, reconociéndolos y apartándose de su paso!
Por lo tanto, en este convulso mundo donde el más escandaloso disparate parece predominar en el día a día, ¡cuánta verdad nos sigue legando el arte!
¡Alabado sea el gran zaragozano, por prevenirnos, dejándonos, en su imperecedera obra, el alma desnuda de estos monstruos!