Óscar A. Rodríguez: Antropólogo
Punto de partida, cialis en marcha a bordo de un micro…
Abordar un microbús de las rutas que circulan desde Santa Tecla hacía San Salvador a las 6: 30 am en un día de semana es un gran desafío para cualquiera. Es necesario en primer lugar tener la paciencia suficiente para que sin golpear a alguien, o no ser golpeado por alguien abrirse paso de la manera más cortés y diplomática posible entre el tumulto de gente que busca abordar la unidad. En segundo lugar es necesario que de manera indiferente entre empujones y jaloneos entre esos “topones” cuerpo a cuerpo cuidar lo mejor posible la billetera para que no vaya a desaparecer del bolsillo.
Es de tratar además que si el pago es en efectivo, se haga con el valor exacto del pasaje para evitar “olvidos” y reclamos innecesarios por el vuelto al cobrador o motorista.
Una vez arriba de la unidad, si se logra algún asiento, es de acomodarse y actuar lo más indiferente posible sin mirar fijamente a ninguno de los demás pasajeros para no generar las molestias del caso, o vean a un desconocido sospechoso, que no suele abordar esas unidades a esa hora de la mañana.
Al abordar estas unidades a esta hora, es seguro que después de dos paradas, el microbús que normalmente está capacitado para 35 personas lleva 50 pero el cobrador durante el recorrido va diciendo en voz alta que aún queda espacio, “es para tres el asiento”, “acomódese ahí atrás”, “más topaditos por favor que van con ropa”, repite incansablemente durante el trayecto. Los pasajeros se aglomeran renegando, buscando hacer espacio para los nuevos pasajeros que suben, para correr la misma suerte.
La composición de los pasajeros es diversa y por la apariencia se puede especular, subjetivamente, sobre la posible condición social de cada uno. La zona donde se origina el recorrido en Santa Tecla, está compuesta por familias de clase media baja, empleados públicos, estudiantes, empleados bancarios, y algunos empleados de fábricas.
Estas condiciones se pueden determinar subjetivamente a partir de diversos aspectos como la apariencia física, tipo de ropa, calzado, el tipo de bolso o mochila que portan como también el lugar donde subieron y bajaron del microbús. Zona industrial del Plan de La Laguna (fábricas); Ceiba de Guadalupe, para abordar la ruta 44 rumbo al Boulevard de los Héroes, Universidad Tecnológica y la menor parte de pasajeros en el centro del San Salvador, concretamente por el Parque Zurita.
Durante el trayecto nadie se comunica con nadie, a menos que hayan subido juntos al micro y tengan el mismo destino. Algunos pasajeros parecen que duermen o por lo menos fingen hacerlo. Otros, los que tienen apariencia de estudiantes revisan algún cuaderno o solo escuchan música de sus teléfonos celulares. Algunas mujeres aprovechan el tiempo para maquillarse.
Un alto en el camino (Parada)
Quizá la parada de buses en la cual la actividad y el intercambio sean más fuertes es la Ceiba de Guadalupe. Ahí concurre diversidad de rutas y es punto de verificación prioritario por parte de la Policía de Tránsito. A la Ceiba llegan los buses que vienen de Santa Ana, Ahuachapán, Sonsonate y de muchos municipios del occidente del país. Son miles de personas las que en “horas pico” mayor movimiento se mueven en esa zona ya sea para abordar unidades o para descender de las mismas.
Las ventas de comida o de otros productos están en locales y en la acera misma. Algunos vendedores ambulantes de periódicos se suben a la unidad, a pesar que esta va a reventar de pasajeros.
Los típicos vendedores de semillas de maní no faltan ofreciendo su producto.
El sólo hecho de acercarse al lugar ya provoca movimientos desde varias cuadras antes en el interior de las unidades. Los gritos del cobrador o del mismo motorista anunciando “ceiba” “ceiba” “ceiba” “parada la llevo” y la bocina característica, en muchos casos con expresiones de doble sentido y morbo muy propio en la jerga verbal entre motoristas y cobradores.
Antes que los pasajeros empiecen a bajar o subir, se acercan los “gritones” a anunciar el recorrido de la unidad. Es impresionante como estos “gritones” pueden decir de corrido y con una rapidez la lista de paradas que hace la unidad a partir de La Ceiba hacia abajo. Cada uno ha creado su propio ritmo y tono para gritar, algunos cantando a capela, deformando los nombres de algunos lugares por la rapidez con la que lo dicen.
“Los gritones cobran una Cora por gritar”, dice el motorista cuando se le pregunta, al ver que el gritón se le acerca para que le dé una moneda.
El micro, es como mi casa…
El microbús no ofrece comodidad. Es viejo y se ve sucio. El color blanco que un día tuvo ahora parece gris. Los asientos de cuerina negra están rotos y tiene en los respaldos infinidad de grafitis ilegibles escritos con un marcador. El control de la puerta principal ya no funciona, por lo que está amarrada con un sucio cordón de tela, para mantenerla siempre abierta a costa de una multa por parte de la Policía de Tránsito. En el tablero del motorista, que es la única parte limpia de la unidad, lleva el Sticker gigante de la figura de una chica en animé en pose sexi y erótica.
En la parte de abajo, casi junto a las rodillas del motorista, está pegado un espejo estilo ojo de pez, con el cual puede ver con disimulo la ropa íntima que portan las mujeres que se acomodan en el asiento de atrás del conductor. Del espejo retrovisor interno cuelga con una cinta de zapato un conejito de peluche, que un día fue de color rosado junto a un viejo desodorante ambiental con forma de árbol de pino; a un lado cuelgan, como trofeos, varias colitas de diferentes colores que las chicas usan para sujetarse el cabello. La bocina del micro es muy singular y de seguro no es la bocina original de fábrica.
El asiento junto al motorista va con la caja de dinero encima, como reservado a pesar que todos los pasajeros van apretados; en la segunda parada lo ocupa una jovencita que de acuerdo al uniforme que viste trabaja para un restaurante de comida rápida. Ella viaja maquillándose mientras conversa con mucha confianza con el motorista.
Durante el recorrido, el motorista limpió varias veces el timón y el tablero con una toalla pequeña que al manejar descansa sobre sus piernas. En algunas ocasiones la misma toalla le sirvió para limpiarse el sudor de la cara y de las manos.
Cuando espera turno de salida, en el punto o área de despacho “me echo mi pestañazo” dice mientras inclina su asiento, cuando le pregunto sobre sus horarios de descanso. El motorista dice que adornan la cabina cuando el micro es de su propiedad o está en promesa de serlo, “son como amuletos” dice relajado, “para qué le voy a poner cosas chivas si ni es mío”, comenta mientras el microbús atraviesa la Plaza El Salvador del Mundo. A veces le pueden poner algún adorno sencillo, algún zapatito olvidado, un peluche, alguna calcomanía, o al menos para que no tenga mal olor un desodorante ambiental de esos baratos.
El (tratar de) ser un tipo rudo.
La mayoría de microbuses por lo general lo manejan hombres que no pasan de los 40 años. Si se compara con los conductores de buses, se destaca que estos últimos son manejados por motoristas de mayor edad. Esto en alguna medida influye en la forma de comportarse de cada uno. Se considera que los microbuseros son más audaces y con más experiencia para enfrentar situaciones en la calle. A muchos de ellos se les vincula incluso con pandillas y su apariencia física así lo delata.
Por lo general se visten con ropa holgada y con las camisas de fuera; algunos con camisetas negras con estampas de grupos de rock metálico demasiado grandes para su talla; zapatos deportivos generalmente de color blancos, corte de pelo estilo soldado o con la cabeza rapada y algunos se cortan la barba estilo candado. Físicamente la mayoría tiene cuerpos con sobrepeso, y siempre se mantienen en estado de alertas cuando alguna mujer pasa cerca de ellos. Son incisivos en insinuarse a las mujeres, altamente coquetos aunque los piropos que dirigen tienden a ser hasta ofensivos para algunas mujeres.
Expresiones como “todo eso es suyo y mío bebé”; “adiós sabrosura”; “Huy mami, tus noches conmigo serian para no olvidar”, “qué rico, comámolo mi amor” tienden a ser las expresiones verbales con las cuales se ofrecen a las mujeres, y que denotan una clara violencia verbal de género, que subyace en un comportamiento típicamente machista y sexista.
En su comportamiento se ven nerviosos, como perseguidos. De hecho cuando caminan no dejan de mirar hacia atrás o los lados pendientes de algo cuando están en la calle. Sus manos se ven permanentemente sucias por la costra del timón y gesticulan mucho con las manos mientras hablan. La estampa al caminar, la caja del dinero en el torso sostenida con el brazo, el celular en la otra mano y una toallita, compañera inseparable en el hombro; elementos que se presentan como una especie de símbolos característicos de este grupo.
En las entrevistas la mayoría comenta que los lugares de diversión son casi comunes. Por lo general se reúnen a departir en el comedor ubicado al frente del punto de la ruta. Cuando la jornada de trabajo ha terminado para algunos, se reúnen ahí y “a la salida la hacemos para un bote”, dice uno de ellos, para referirse a la acción de juntar dinero entre varios de ellos para comprar una botella de licor barato.
Es interesante ver que el motorista tiene una concepción fija sobre el trayecto de su ruta. Él en su micro puede llegar a su destino hasta con los ojos cerrados, incluso a través de atajos; es decir conoce cualquier calle o callejón que lo pueda llevar al destino previsto de su ruta. Sin embargo si le pregunta por alguna dirección diferente a la suya, no la conoce y se pierde.
Quién manda a quien…
En los puntos de despacho, lugar en el que se concentran todas las unidades para salir o retornar, es posible observar las relaciones jerárquicas que imperan en este gremio. La estructura con la cual conviven en sus relaciones laborales es vertical y claramente definida. Sin embargo hay casos en los que se puede destacar los cambios de posiciones o movilidad jerárquica hacia arriba y nunca hacia abajo.
En esta jerarquía el nivel más bajo es el del cipote que hace el aseo de las unidades. A estos hasta los apodos los denigran: “Ladilla”; “Chupa cabra” “Ojos de Volkwagen”, y han llegado ahí a trabajar por el hecho que viven en los alrededores del punto de microbuses. De hecho son los primeros en llegar en las madrugadas. Arriba de estos muchachos están los cobradores, los cuales junto al motorista tienen acceso al efectivo diario incluso para disponer de él. Más arriba de estos están los motoristas, algunos de los cuales ya son dueños de algunas unidades. Más arriba los encargados de despacho, los que organizan y disponen quien sale a trabajar y quien es sancionado con no darle salida laboral. Luego más arriba, en el iceberg de esta pirámide de poder está el empresario, el dueño de las unidades, quien no utiliza las unidades y que muy raramente se relaciona de manera directa con el motorista. Este es el esquema de la estructura jerárquica que impera de hecho y no de derecho en el interior de las empresas de transporte colectivo.
Las posibilidades de movilidad interna dentro de este esquema jerárquico se ha traducido en ocasiones que algunos que llegaron como empleados para la limpieza de las unidades, fueron escalando gradualmente hasta convertirse en empresarios, como un socio más que junto a los otros dueños, dispone de los bienes de la empresa.
“En esto empezamos desde muy cipotes porque no tenemos de que vivir.”
De los motoristas observados, todos rondan una edad promedio de entre los 30 a los 40 años. La mayoría tiene entre 10 y 15 años de estar en el oficio relacionado al transporte. La mayoría de ellos ingresó a trabajar como cobradores, uno de ellos empezó limpiando las unidades y cuatro se emplearon directamente como motoristas.
En lo relacionado a la educación formal el nivel máximo al que han llegado es segundo año de bachillerato y el mínimo es sexto grado. Ninguno se encuentra estudiando actualmente y no lo ven como una opción. Todos afirman sentirse bien con el trabajo de motorista que realizan, aunque les gustaría otra opción.
Una de las constantes manifiestas es que todos optaron por este trabajo en vista que no tenían otra posibilidad de emplearse. “me vi obligado a meterme a este trabajo pues recién me había acompañado, mi mujer estaba embarazada y mi familia no me quisieron ayudar” me dice “el Colocho” cuando le pregunto sobre sus opciones pasadas. Todos expresan que con este trabajo están sacando a sus familias adelante, que todos dicen tener como hogares estables.
Un elemento importante de destacar, es que de los entrevistados solamente seis han estado fuera del país. Uno de ellos, “el Tecolote”, vivió dos años en Costa Rica con sus familiares, en vista que tenía problemas de seguridad con unos vecinos donde vivía antes. El segundo dice que salió del país por diez días hacia Panamá junto a un primo para comprar mercadería y poner un negocio en donde les fue mal y quedaron endeudados.
Ninguno de los entrevistados sabe hablar otro idioma aparte del nacional.
La música, las lecturas, los dvd piratas.
Los gustos musicales son diversos y se mueven entre perreo, salsa, bachata, sandunguero, baladas, románticas hasta la música cristiana, lo cual está relacionado a las estaciones de radio que escuchan: Scan, la Cool, la Y y T, La Chévere y por las mañanas les gusta escuchar a la Choly, en las 96.10 FM.
De los quince, diariamente ocho leen los periódicos “Mi chero” y los otros siete el “Más”, y manifiestan que los compran, pues no se los prestan entre ellos; “el periódico debe de andar en el tablero pues por ratitos lo leemos,” me comentan, pues no lo leen en una sola jornada sino por partes durante todo el día. Ninguno manifiesta haber leído un libro completo y los que leen estudian la Biblia. Todos afirman ver noticias en televisión. A trece de ellos les gusta “4 visión” y solamente dos de ellos dicen que prefiere “código 21”. Por la radio no escuchan noticias, “es mejor escuchar música mientras se trabaja” dicen.
Las películas que les gustan todos las han visto en la casa y las han comprado en los lugares donde venden las películas piratas. Prefieren las películas de acción aunque sean películas viejas.
“Diosito me tiene aquí”
De los entrevistados solamente cuatro han dicho profesar de manera explícita una religión. Tres de ellos revelaron visitar iglesias evangélicas y uno de ellos dijo ir a misa los domingos. Estas visitas a las iglesias lo hacen en conjunto con sus familias, y no se integraron por iniciativa propia sino a partir de la motivación de algún familiar o amigo. Sin embargo los quince declararon tener “temor a Dios”, y el agradecimiento de que los tiene con trabajo y con vida. De hecho algunos dijeron que gracias a Dios, ellos tienen como sacar a sus familias adelante.
Aunque solamente cuatro manifestaron asistir a cultos religiosos, nueve dijeron leer la Biblia de vez en cuando. Incluso uno de ellos dijo tenerla siempre a la mano, “ahí sobre el tablero del carro para que me proteja” me dijo al final como cerrando plática.
Algunos dicen además agradecerle a Dios la oportunidad de salir de problemas pasados y ahora ser más responsables. “yo antes andaba de loco, ahí jodiendo con la mara; pero gracias a Dios me calmé” coinciden algunos de ellos, como recordando un tiempo al que no quieren volver.