Iván Larreynaga/
Cuentista
A mí lo que más me ha desesperado de esta situación es mi amigo Lost y sus quejas. Se podría decir que estamos viviendo algo inusual, desde una perspectiva, pero es que sus paranoias me sorprenden cada día más. Me gusta este pequeño barrio de no más de quince casas, porque no tiene el bullicio de lo populoso. Y ahora que han venido estos muchachos, con sus pistolas y sus barbaridades, el barrio está vacío. Todo el barrio salió huyendo. Tan solo hemos quedado mi amigo Lost y yo en esta pequeña casa de alquiler, pegada a la siguiente casa y a la siguiente, y así. Si no fuera por las paranoias de Lost, todo fuera perfecto para mí. Pero ha dejado de ir a trabajar, apenas se baña, no ha pegado un ojo desde hace varios días y está siempre con la oreja arrimada a la puerta para ver si escucha algo más de los muchachos. Fue ayer que regresé a casa y me dijo, con los ojos desorbitados, que quería quedarse sordo. Que había leído en internet que si tomaba un gotero…
-… y te echabas cinco gotas de agua en cada oído hasta taponearlo, y luego le pedías a alguien que te gritara directamente en cada uno, podías perder la audición al instante y sin dolor. ¡Quiero que me ayudés a quedar sordo!
-Estás paranoico… los muchachos de allá fuera no nos van a hacer nada, hombre. –le dije yo.
-¡Y vos estás pendejo! Ellos no nos hacen nada porque saben todo lo que hemos escuchado. De cerca nos controlan mejor. Y si abrimos la boca, estamos muertos. Esto es un infierno para mí. ¡Tenés que ayudarme a quedar sordo!
Y, pues, lo pensé. Lo vi ahí destrozado y lo pensé mejor. Por eso voy a ir a por un puto gotero porque en casa no hay. Es verdad que si Lost deja de escuchar, a lo mejor vuelve a su vida normal. Que “normal” quiere decir que se bañe, al menos, que duerma un poco y que coma algo, no sé. A ver si tiene el valor de volver al trabajo. Es cierto que aquí fuera está todo desolado y solo veo una casa que otra con las luces encendidas en donde están ellos usurpándola. Por allá veo a los tres que vigilan a esta hora. Son malos, son asesinos y ladrones estos muchachos, pero ya vistos de cerca les distingo humanidad. El de la cresta verde y los labios con carmín siempre se me acerca y siempre me pregunta. No me cree que voy a por un gotero porque mi amigo está enfermo, está muy mal y necesita un medicamento, y no tengo gotero en casa. Me está preguntando mucho por Lost: ¿por qué no sale a la calle? ¿ya no va a trabajar? ¿por qué no va él al médico? ¿qué tiene? ¿por qué se esconde cuando lo vemos arrimado a la ventana? Se ríe mucho cuando pregunta. Claro, nunca imaginé que ahora me preguntara tanto por Lost. Se ríen mucho y se ríen de mí; y me da el nervio porque me dice, el de la cresta verde y labios con carmín, que sabe que Lost tiene miedo…
-…y el miedo es peligroso para nosotros, vato, así que más te vale que no vayás a chingar nuestros planes por una pendejada, cabroncito. Quiero la verdad porque tarde o temprano nos damos cuenta… y puede ser peor.
-¡Mi amigo ya no quiere escucharlos más! Voy a por un gotero para dejarlo sordo…
¡Y se lo cuento todo porque me pongo nervioso! Le cuento que Lost está paranoico y que si ya no los escucha podrá volver a su vida normal porque quiere colaborar con ustedes y quiere estarse tranquilo. Les cuento todo; les cuento que estoy harto de sus paranoias también. Pero el de la cresta verde y los labios con carmín me ha tapado la boca con la punta de su pistola, y le dice al del collar de púas con nariz de payaso que vaya a buscar un gotero…
-…y traete también un poco del ácido. ¡Corré, pues!
-¿Ácido? –pregunto yo.
-Y vas a hacer lo siguiente, maldito –me dice el de la cresta-: cuando esté dormido, aprovechá también para dejarlo ciego.
-¡Pero por qué si ya no se va a quejar si lo dejo sordo…!
-Pues, porque ojos que no ven corazón que no siente, perro…
…y así se le va el miedo del todo, me dice el de la cresta verde y labios con carmín, carcajeándose hasta toser. Solo espero que no se le escape una bala en mi cara con esa tos y esas risas. Solo espero llegar a casa con el gotero y el… lo otro. Solo quiero llegar a casa y hacer lo que hay que hacer para estar tranquilo.
Los muchachos de allá fuera me están vigilando todavía. Lo sé. En verdad siento paz con la sordera de Lost. Ya no se queja. Fue efectivo, rápido e indoloro. Ahora hay paz en la casa. Lo que me inquieta es… lo otro. He cogido medio limón y lo he mezclado en un vaso con agua tibia. Delante de Lost. Chupo la mezcla con el gotero y me hecho tres gotas en cada ojo. Suspiro consuelo… ampliamente. Que lo note. Y como es de esperar en una situación de alivio y satisfacción, Lost me pregunta qué hice. Aprovecho y lleno el gotero con ácido mientras busco dónde escribirle:
Es que mi abuela dice que para la vista cansada y desvelada, no hay nada mejor que agua con limón en los ojos. Arde al principio, pero se duerme como un ángel…
Todavía siento que me están vigilando los muchachos de allá fuera a estas horas. Y tengo a un sordo-ciego injuriándome en casa. El ácido le debe de arder en los ojos todavía.
A mí lo que más me ha desesperado de esta situación es mi amigo Lost y sus quejas.
Como siga así, le voy a cortar la lengua también.
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