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Los pájaros y la música

Mauricio Vallejo Márquez

coordinador

Suplemento Tres mil

La cotidianidad nos obliga a ver sólo a una dirección, pharmacy pills como si sólo existiera un rumbo. Como si fuéramos caballos de carrera que sólo deben ver a la meta, ambulance eso es bueno cuando nos proponemos algo que deseamos obtener, pero no para vivir.

A mi me da por no siempre seguir la cotidianidad, aunque a veces quedo atrapado, y por eso rayo con el sistema. No me veo esclavo de la burocracia o fijo en mi escritorio todo el día haciendo un monótono y cansino labor que no dará fruto en mi vida más que el salario. No soy amigo de vegetar en el mundo, aunque respeto que la gente deba hacerlo para vivir. Quizá por ello preferí el arte, aunque conlleva mucha disciplina y es un verdadero apostolado en un país como el nuestro.

Una de estas mañanas pasaba la calle de la 25 Avenida cuando vi una bandada de aves que se tomaban el tendido eléctrico. Subían, bajaban, se intercambiaban de puesto como si escribieran con pentagramas algún concierto o varios.

Me gusta escuchar a las aves. Cuando el sol comienza a ocultarse el sonido es más sostenido y me da la impresión de que habitamos en un mundo diferente al que debimos de habitar. Los pájaros no llegan a callarse, continúan y así oigo a todos los tipos que están cerca: zanates, pericos, como los que escuchaba cuando niño y que por algún tiempo dejé de escuchar. Es curioso, pero no importa que la ciudad avance, aún hay pájaros para escuchar y eso en verdad es tan hermoso como ver el ocaso. Después llega el silencio.

Luego zarpan sin rumbo haciendo círculos en el cielo y bajan para posarse en alguna rama o en el tendido eléctrico de nuevo.  Total escribir música es lo mismo que vivirla, parecían decirme al tomar sus posiciones. Hace algunos años vi una película en la que un músico se tomó el trabajo de captar estas imágenes con su cámara fotográfica para luego reproducir las melodías en su piano, que las aves componían por la casualidad. El resultado no siempre era alentador.

La música se va componiendo de esa manera, de ver la realidad, de sentirla, de llenar el pecho de aire, de escuchar el vuelo de los pájaros, el ruido de los buses, las voces y su inmensa cadena de palabras, los colores, los olores. Mozart llegó a componer maravillosas obras gracias a que observó y escuchó. La flauta mágica está llena de sus impresiones, y Don Giovani tiene la impronta de su padre fallecido. Era un genio sin duda que se dio cuenta que sólo era una nota más de la gran sinfonía en la que el niente tiene valor porque acomoda todo.

Así, vamos labrando la vida y descubriendo que somos parte de una inmensa y maravillosa sinfonía eterna. Con todos sus bemoles y con la grandeza de saber que formamos parte de ella.

Mientras, los pájaros siguen su vuelo; el ciclo de la vida  de igual forma continua.

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