Carlos Burgos
Fundador
Televisión educativa
–Quiero un pan con pavo, cialis mamá – decía con frecuencia a mi madre allá por la década de los años cuarenta en Cojutepeque.
–Ya voy a cocinar para hacerte panes con pollo, healing hijo – me respondía.
–No, mamá, yo quiero un pan con pavo – y le hacía berrinche hasta que sacaba unas monedas.
–Toma, compra uno, no te vayas a manchar la camisa.
Y salía corriendo para el parque Rafael Cabrera a buscar al negro John para comprarle uno, qué sabrosos los preparaba. Este hombre, de nacionalidad inglesa-africana, llegaba a Cojutepeque durante las Fiestas Patronales a vender panes con pavo. Pasaban los festejos y él continuaba varias semanas más con su venta, decía: «este pueblo gustar a mí por clima con gente comprando mis panes».
Pero muchos cipotes llegaban para curiosearlo: era alto, alto, quizás de la tribu «Watusi», de tez color negro, negro, como el carbón y pelo murucho, murucho, que no le crecía.
Cuando John se retiraba del pueblo, una señora ponía su venta de panes con pollo. Los cipotes le compraban, a veces se los daba fiados y siempre le pagaban. Estos panes eran buenos pero no como los que preparaba el negro John.
Pasaron los años.
En mi hogar, en San Salvador, hacía berrinche por comer panes con pavo. Entonces mi señora me llevaba a la venta que estaba cerca del cine México, eran sabrosos. Después íbamos a la venta cerca del antiguo cine Vieytez, también eran sabrosos.
Cada semana quería panes con pavo y las finanzas no daban para mucho, por los gastos de los chicos, el colegio, la ropa, las medicinas, los juguetes, y yo deseando panes con pavo. El pavo quedó solo para Navidad y Año Nuevo. Mi señora lo preparaba con un sabor tan delicioso que superaba a todos los que antes había degustado, pero tenía que esperar un año para volver a disfrutarlo. Entonces le sugerí que preparara pollo con los mismos aderezos que ponía al pavo y así lo hizo, el sabor quedó idéntico al pavo de Navidad. Los chicos, de veras, creían que eran de pavo.
Pasaron los años.
Los chicos crecieron, se enamoraron, graduaron y nos dejaron. Cierto día que Robert, el médico, vino al país y lo fuimos a traer al aeropuerto, después del abrazo, le dijo a la madre:
–Oh, mother, yo querer panes con polla a la pavo.
Al llegar a casa le sirvió lo que quería, y ella lo observó cómo devoraba los panes, recordaba cuando era un chico con suficiente apetito.
–Oh, mother, ¿cómo llamarse este preparo tan nutricio?
–¿Ya no lo recuerdas? Si con eso te has criado, hijo.
–Oh, parece que fue un sueño cuando viví en este house – reímos.
Esto de los panes con pollo siempre me ha fascinado. En mis relatos y novelas no faltan escenas comiendo panes con pollo. Me resulta más fácil su descripción y no meter a mis personajes en restaurantes para que saboreen caviar, suchi o champiñón a la vinagreta, y otros antojos culinarios sofisticados.
Vino al país otro hijo, Erick, ingeniero civil, que estudia doctorado en sismología.
–Oh, Mother Vicky, yo querer pan con Pava – ella lo atendió al instante, ya sabía lo que le iba a pedir.
Uno de mis amigos, no muy letrado, se enteró que mi hijo estudiaba doctorado y me interrogó.
–¿Qué doctorado estudia Erick?
–Sismología.
–¿Y qué es sismología?
–Todo lo relacionado con los temblores.
–Qué bueno, eso hace falta en el país.
–Tienes razón – le respondí, con cierto orgullo.
–Cuando venga vamos a pasar consulta con él, quiero que me le quite los temblores que tiene mi mujer.
Reí a carcajadas y él no atinaba porqué reía, entonces mejor lo invité a beber una taza de Cafinca.