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LOS PEQUEÑOS ANIMALES LUMINOSOS DE MARIO CASTRILLO

Álvaro Darío Lara

Dedicado al gran poeta nicaragüense, centroamericano, Carlos Martínez Rivas (1924-1998), el salvadoreño Mario Castrillo (1950), escritor, crítico y comentarista de arte, publicó hace unos años el poemario “Pequeños animales luminosos y otros poemas” (El Salvador, 2018), una brevísima muestra de sus versos escritos entre 1984 y 1995.

La labor cultural y artística de Mario Castrillo ha estado más dirigida al ensayo, al testimonio y al comentario valorativo de las artes. Su labor poética es menos conocida.

Sin embargo, es un lector infatigable de la poesía nacional, regional y universal; y un gran amigo y compañero de los creadores de la palabra.

Trabajando en su taller de alquimista, Mario, ha combinado los distintos elementos y sustancias que producen la gran obra de la trasmutación poética: la piedra pulida, aquello que va de lo patente a lo latente, a lo oculto ; cuidando la expresión, y rindiendo, de esta forma, un homenaje a los autores queridos de las letras y de las artes locales y mundiales, esto se consigna, principalmente, en la primera parte de su libro (“Pequeños animales luminosos”); la segunda (“Un camaleón asombrado en el espejo”) está ambientada en los días de compromiso y lucha político-militar por la causa de la revolución salvadoreña durante los años setenta y ochenta del siglo pasado, y firmados en distintos países: México, Cuba, Nicaragua y Panamá.

Existe una propensión muy identificable en el autor hacia las voces poéticas signadas por una intensa vida interior, la mayoría de las veces, angustiante, desolada, en permanente crisis. Vidas que se estilaron al máximo, al límite, en el hedonismo más brutal, imaginativo y creador, donde fueron frecuentes las conductas bohemias y los procesos psicológicos autodestructivos.

La devoción hacia los monstruos ingleses y franceses, europeos, es notable en esta poesía, como lo es el conocimiento artístico, plástico de Mario por los geniales pintores del Viejo Mundo. Pero también está su homenaje a los nacionales y latinoamericanos, artistas y escritores: Camilo Minero, Armando Solís, Antonio Bonilla, Roque Dalton, Alejandra PIzarnik; y por supuesto, Carlos Martínez Rivas.

Esta es una poesía que reclama a un lector culto, puesto que sus referencias intelectuales, cosmopolitas, lúdicas, trágicas, nos sitúan en la historia universal del arte. Poesía de síntesis, de bien logrado ritmo interior; de aparente llaneza, pero portadora de una depurada connotación metafórica, apoyada en un eficacísimo trozado versal.

En medio de esa vida azarosa, de riesgos políticos, que caracterizó la juventud del poeta, más allá de la sangre y de la pólvora, el prologuista de esta obra, escritor Heriberto Montano (1950-2007), expresa, también, lúcidamente: “Pero a veces son frecuentes temas de conversación esos fantasmas apasionados, esos Animales Luminosos, que a pesar de largos días de sopor y oscuridad aparecen en la mesa, en el café, caminan la misma avenida que uno, surgen en un poema como conjuro ante la tenacidad de su presencia. Mario Castrillo es visitado por esos recurrentes personajes, (quienes se acercan a compartir el tiempo y la nostalgia) y con su lápiz les dibuja rostro y países, sitios donde la humedad hace toser y beber por la salud del mundo”.

Hermoso y conmovedor resulta su poema a la escritora argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972): “Siembras de angustia/ Y terror la ciudad desconocida/ Gritando escrutando en las sombras/ Con

ojos de miedo/ Enloquecida:/ Lobos que olfatean sangre/Del animal que no mataron. / ¿De dónde surge esa voz que nos llama? / Esa voz que habla del vértigo/ La desolación/ El dolor incesante de la vida. / Esa voz emite latidos de tu corazón muerto. / El sonido atroz de los potros/ Pisoteando enfurecidos la sangre y la arena. / ¿Eres tú quien nos llama?”. (Poema: “Alejandra Pizarnik”).

De temperamento reservado, de conversación mesurada y a pausas, pero entregado a una vehemente labor cultural, Mario Castrillo nos ha sorprendido e impresionado por la factura de sus poemas.

Siempre en silencio el poeta, aunque afuera los griteríos ensordecedores de la politiquería a otros les roben el sueño; o las maratones poéticas, carentes de real valor, sigan consumiendo el tiempo y las energías de jóvenes y viejos, más empeñados en promocionar sus perfiles que en afanarse en el taller de los alquimistas.

Gracias Mario, por estos Pequeños Animales Luminosos, que trascenderán como bellos demonios, a este tiempo de crueldad y espejismos que tanto adoran, hoy por hoy, los tropeles humanos de la patria.

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