Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
No podría vivir un día, pills sin una taza de café y un periódico por la mañana. Creo que mis padres, pharmacy son los autores de semejante maldición (mi madre no se pierde los periódicos de la semana, cialis a sus ochenta y cinco años).
A la casa llegaban todos los periódicos nacionales. Los matutinos por suscripción, los vespertinos se compraban, o los compraba, para ser más exacto, ya que desde nuestro domicilio en la trece calle oriente de San Salvador, era enviado por la tarde a conseguir los dos vespertinos, si acaso, mi padre no los llevaba. Frecuentemente los adquiría cerca, o en ocasiones, caminaba cuadras al sur, en su búsqueda, atravesando la entonces séptima calle poniente, hasta llegar al parque Morazán. Les daba un rápido vistazo, y procuraba no ajarlos, para que -lo más decentemente posible- llegaran a las manos ávidas de mi padre, quien sólo me los compartía, una vez los había leído de punta a punta. Igual los domingos. Mi padre se leía hasta los cómics, con especial devoción seguía a Trucutú, Maldades de dos pilluelos, Pepita, Educando a papá, Benitín y Eneas, el Fantasma, Quintín, Mr. Magoo, Dick Tracy, Daniel el travieso, Periquita, Beto el recluta y Tarzán.
Mi abuelo materno, Andrés, era otro gran lector de periódicos. Leía el entonces Diario Latino, de cabo a rabo. En sus páginas llevó la secuencia de la guerra civil española y de la segunda guerra mundial, y de todo lo que en el mundo internacional y nacional, vino después. Y era celosísimo, también, con respecto a no doblar inadecuadamente, ni arrugar el rotativo. Con gran maestría lo manipulaba, para revisarlo después, con comodidad, ya que por esa época, el formato era grandísimo.
Truman Capote, el extraordinario y multifacético escritor norteamericano, respondió en una ocasión ante la pregunta de un reportero sobre si leía mucho, lo siguiente: “Demasiado. Y cualquier cosa, incluidas las etiquetas, las recetas de cocina y los anuncios. Soy un apasionado de los periódicos: leo todos los diarios de Nueva York todos los días y además las ediciones dominicales y varias revistas extranjeras”.
Gran cantidad de escritores decimonónicos y del finado siglo veinte, escribieron en los periódicos. Mantuvieron columnas. Dirigieron suplementos y páginas literarias, que eran una verdadera belleza en sus contenidos y en su diseño. Ahí están las hemerotecas salvadoreñas, para los incrédulos, y ahí se registran responsables de la talla de Luis Mejía Vides, Trigueros de León, Álvaro Menén Desleal, Luis Galindo, Juan Felipe Toruño, y toda una selecta lista.
Las reformas introducidas por la gran mayoría de medios escritos en la década del noventa, extirparon de tajo las páginas y las revistas culturales y literarias, excluyendo además a la ciudadanía y a los escritores de las secciones editoriales, donde pese a todo, existía, por difícil que parezca, más apertura que en los amurallados castillos actuales. La injerencia de una legión de extranjeros, considerados “luminarias” (como suele suceder en distintos ámbitos) provocó, con la justificación “modernizante y global”, el declive de un periodismo, que si bien, tenía todo el aroma provinciano, no se había convertido aún, en un pretexto para soportar un catálogo absoluto de compras, donde lo noticioso y propiamente periodístico, es lo menos.
Ojalá el futuro del periódico -físico para mi gusto- sea más dichoso de cara a sus lectores, y más responsable para sus editores, especialmente, en materia de responsabilidad fiscal.
Sin embargo y pese a sus vaivenes actuales, una de mis mayores dichas, lo reitero, es el periódico, acompañado, por supuesto, del infaltable café.