Por David Alfaro
Hace tiempo se sabía que el sol en El Salvador no puede salir sin el visto bueno del dictador Cool Nayib Bukele. En un país donde todo parece orbitar alrededor de su palabra divina, ahora tenemos la oportunidad de presenciar su indignación monumental ante algo tan “banal” como el periodismo de investigación. Sí, esos seres inmundos que, al parecer, no tienen otra misión en la vida que ensuciar el buen nombre del presidente de moda.
Esta vez, Bukele rompió su silencio de oro, claro, para fustigar a los periodistas que han osado mostrar al mundo cómo su familia ha pasado de ser una más en el país a convertirse en dueños de edificios de lujo en el Centro Histórico de San Salvador, y de fincas cafetaleras. Nada que ver con las pequeñas propiedades que solían tener, por supuesto. Aquí no ha pasado nada sospechoso, aseguran desde Casa Presidencial. Y para reforzar su punto, el dictadorzuelo ha señalado una conspiración internacional, pagada por el inefable George Soros y su séquito de organizaciones “vendidas” como Human Rights Watch. ¡Qué conveniente, Bukele!
La excusa del ataque a Soros ya es casi una tradición entre dictadores: cuando no saben qué decir ante la verdad, disparan hacia cualquier fundación que sospechen financiar algo que no les agrade. Pero esta vez, lo que realmente le ha dolido a Bukele no es que los periodistas investiguen la creciente riqueza de su familia, sino que uno de ellos, de El Faro, haya sido galardonado con el premio Cabot por la Universidad de Columbia. ¡Qué tragedia! Los trofeos que Bukele ha acumulado, incluyendo el Doctorado Chino, parecen ser insuficientes para competir con el prestigio del premio María Moors Cabot otorgado por una universidad extranjera a Carlos Martínez.
En su desahogo digital, Bukele repite con fervor su ya conocida afirmación: “Mi legado no es robar. No hay corrupción en mi gobierno”. ¡Qué maravilla! Nunca antes alguien había sido tan incorruptible, ni siquiera el gran Cicerón con su toga. Según él, no solo su familia está a salvo de cualquier sospecha, sino que su única preocupación es el juicio de las futuras generaciones salvadoreñas. Claro, porque todos sabemos que los historiadores del mañana van a ignorar olímpicamente cualquier indicio de corrupción y se limitarán a aplaudir sus brillantes “logros”.
La respuesta del dictador a las acusaciones es simple: los periodistas son ingenuos, no entienden el “juego de ligas mayores” en el que está participando. Los demás, los que se atreven a cuestionarlo, tienen “mentes pequeñas”. Y él, Nayib Bukele, es el gran arquitecto de un legado inmaculado que las futuras generaciones adorarán. Aunque, claro, por el momento, les queda callar y observar bajo pena de ser capturados por el régimen de excepción si critican al Cool…mientras los edificios del Centro Histórico pasan mágicamente a manos del Clan Bukele.