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Finalmente, el Vaticano dio la razón a los pobres y oprimidos: Monseñor Óscar Arnulfo Romero es Santo. El papa Francisco lo elevó a los altares, en la memorable ceremonia realizada el pasado 14 de octubre, en la Santa Sede.
La Iglesia Católica lo incluye en la lista de santos 38 años después de su magnicidio. Los pobres y excluidos lo habían declarado santo mucho tiempo atrás, incluso, antes de que la bala asesina de d’Aubuisson -mandada a disparar por la oligarquía- terminara con su vida aquel fatídico 24 de marzo de 1980.
La verdad se impuso: los pobres y desposeídos siempre tuvieron la razón. No la tuvieron nunca los escuadroneros y oligarcas que lo asesinaron; ni el Diario de Hoy, La Prensa Gráfica y demás medios que lo calumniaron; ni los obispos y sacerdotes que lo traicionaron… Solo lo pobres y marginados que le siguieron y defendieron fieles su memoria, su mensaje y su legado, tuvieron la razón.
Sin embargo, esos que no tuvieron la razón, ahora tienen la oportunidad de pedir perdón y convertirse. Pero si no lo hacen, seguirán siendo víctimas de su miseria, irán al basurero de la historia y caerán sobre ellos infernales plagas y maldiciones. Su condición de herejes y blasfemos los condenará y hará infelices.
Esa será también la suerte de los jueces, fiscales y demás operadores de justicia que no investiguen el caso, no condenen a los responsables y dejen impune el magnicidio.
La tarea primordial de los pobres ahora es que San Óscar Arnulfo Romero no se quede en los altares de las iglesias, como desean los herejes y blasfemos que intentarán seguir asesinándolo. Romero debe estar en las luchas del pueblo, la defensa de los derechos y la búsqueda de transformaciones estructurales aún pendientes.
Debe ser un santo de verdad, no uno de palo ni de estampilla.
San Romero es el santo de la denuncia de las injusticias, de la reivindicación de la dignidad de los humildes y de la construcción del Reino de Dios en la Tierra, es decir: el reino de la justicia, la paz, la igualdad, la fraternidad y la solidaridad.
En esto, los pobres, humildes y sencillos tendrán siempre la razón. A los otros, los herejes y blasfemos, los condenará su mentira, su impunidad y su hipocresía.