Guido Castro Duarte
Nadie puede negar que El Salvador vive una crisis socio-política, drugstore que se refleja en el desbordamiento de la violencia social y en la posibilidad de un conflicto armado interno de carácter generalizado.
Enfrentamos un conflicto social que nace de los problemas que el pasado conflicto armado no logró superar, ed ya que sus resultados fueron más de carácter político que socio-económico.
Se abrieron espacios políticos, se mejoró el sistema electoral y de elección de funcionarios de segundo grado, pero los pobres y los marginados siguieron creciendo, ahora, con el agrego de los excombatientes de ambos bandos. Los protagonistas de la guerra pasaron a mejor vida, pero los olvidados de la sociedad siguieron buscando nuevos horizontes en el país del norte, o con menos suerte, un salario de hambre o enfrentando la vida en los mercados laborales o del comercio informal.
Los gobiernos de ARENA crearon un sistema económico fundamentado en la especulación a través de la banca, el comercio y la sobrevaluación de los bienes raíces, que permitieron el ingreso del narcotráfico y el lavado de dinero.
La industria y la agricultura se redujeron a su mínima expresión, obligando a los sobrevivientes de ambos sectores a innovar y a olvidarse del apoyo gubernamental.
Surgió una nueva oligarquía, y los marginados crecieron y muchos de ellos, se organizaron en las maras o pandillas, y el narcotráfico los reclutó y los convirtió en sus distribuidores y sicarios.
Nadie creía que su poder se volvería incontenible y su existencia se volvió un negocio rentable para muchos: surgió la industria del miedo. Aparecieron agencias de seguridad dirigidas por ex militares y ex guerrillero; se fundaron empresas de blindajes y sistemas de seguridad, y no era conveniente terminar con esa mina de oro, sin darse cuenta, que se estaba alimentando una bestia que en algún momento saldría de la cueva.
Y eso pasó. Aunque se quiera negar, se les otorgaron privilegios a los líderes de las maras, y cuando se les pretendieron retirar esos favores penitenciarios, demostraron que tenía poder suficiente para disponer de la vida de miles de salvadoreños sin que las autoridades de seguridad fueran capaces de controlar esa vorágine de violencia social.
Los políticos viven creando leyes inútiles y concediéndose privilegios insultantes a la pobreza de las grandes mayorías populares.
Lamentablemente, los dos gobiernos de izquierda que sustituyeron la hegemonía de ARENA, no han sido capaces de desactivar el esquema de la nueva oligarquía, a pesar que son los pobres en el exterior los que mantienen económicamente al país enviando anualmente 4,500 millones de dólares que mantienen activa la economía especulativa dominante.
Los políticos de todos los tiempos fueron conformando un Estado sobredimensionado, a causa del clientelismo político, que gobierno a gobierno, premia la lealtad de sus activistas, menospreciando la capacidad de quienes se han esforzado preparándose técnica o académicamente.
Los políticos, en mayor o menor grado, amasaron fortunas a costa de las necesidades de los pobres, y así, ex presidentes que entraron a pie, salieron en camionetas blindadas, o que llegaron como empresarios en quiebra, salieron como parte de la nueva oligarquía. Eso no es ético ni es justo, y las consecuencias las siguen pagando los más pobres y la maltrecha clase media. Diariamente, decenas de vidas valiosas se pierden irracionalmente en una ola de violencia sin sentido, cientos de mentes valiosas emigran en la búsqueda de los sueños que su propio país les niegan, y los que decidimos o nos toca quedarnos, navegamos en la incertidumbre del día a día.
Hemos llegado a un punto histórico de quiebre en el que solamente existen dos caminos: nos convertimos en un narco estado en el que tarde o temprano gobernarán los delincuentes, o enfrentamos el problema social desde sus raíces más profundas y empezamos a construir un nuevo El Salvador. Hay que desactivar la bomba de tiempo que está a punto de estallar, de lo contrario el baño de sangre es de pronóstico reservado. Finalmente, la educación debe sufrir una reforma radical, para formar una nueva generación, que no se contamine con la que generó la decadencia educativa que se inició en tiempos de la guerra civil y poder así, construir un nuevo El Salvador.