Santiago Vásquez
Escritor
En un pueblo cercano a una fresca llanura, clinic colgado en las faldas de un enorme volcán y abrazado a veces por pequeños chubascos, online se desarrolla la vida como en muchos lugares del mundo; Comercio, sovaldi Industria, Turismo; en fin, una serie de actividades que hacen de todo pueblo una verdadera maquinaria del desarrollo económico.
Tras la espalda de este desarrollo y pujante crecimiento comercial y muy a pesar de todo, en el corazón de su gente se puede observar que se reflejan rostros cansados, adoloridos, inquietos y miradas perdidas, buscando una pequeña esperanza en sus miserables vidas.
Ante esta realidad e ignorando los discursos que dan los ministros por la televisión informando de lo bien que está el país y ajenos a los acontecimientos políticos del día, dos ancianos caminan como dos sombras ambulantes queriendo encontrar algo perdido desde hace mucho tiempo.
Ellos son Don Bernabé y doña Amparito, quienes se levantan muy temprano para comenzar la faena diaria. Todas las mañanas se dirigen al parque del pueblo y se ubican en el lugar de siempre, a la entrada de la iglesia. Han llegado con mucho esfuerzo, ya que sus penas los han agobiado enormemente.
Don Bernabé, hombre alto y delgado, con ochenta y nueve años doblegando sus espaldas, camina lento y serio, vistiendo con elegancia un traje negro, desteñido y carcomido por la inclemencia del tiempo, lleva en las manos una vieja dulzaina con la que interpreta magistralmente melodías de Toña la negra, Chabela Vargas, Pedro Vargas, Felipe Pirela y otros más, verdaderos exponentes de la música romántica popular de una época no muy lejana.
Doña Amparito, quien fuera una experta secretaria en sus tiempos mozos, cuenta ahora con ochenta y dos años, trenzas como de nieve, carita aguileña, rendida y fatigada al igual que su compañero, camina despacio y callada, sostenida por un pequeño y percudido bordón de madera.
El silencio que los acompaña es tan profundo que hace desprender hojitas de nostalgia a la tarde.
Viste ropa alegre, medias negras, una descolorida saya de metal en la cabeza y unos anteojos celestes con un sólo lente. En las manos sostiene un güiro y una pandereta con la que interpreta junto a su amado acompañante temas como: “flores negras”, “Échale cinco al piano”, “perfume de gardenia”, “sabor a mí” y muchas más; haciendo un perfecto dúo.
Justamente a la salida de los primeros rayos del sol inician la actividad, alegrar a las gentes con canciones, pero también, implorar a los transeúntes una moneda para mitigar las ingratas penas y sostener los últimos días de su frágil existencia.
Como pétalos desprendidos de la miseria, las hojas de limonaria vuelan arrastradas por el brusco viento que golpea al tiempo.
La noble pareja de ancianos, sumidos hoy en la caridad pública, relatan que tuvieron dos hijos, uno desaparecido misteriosamente y buscado por todas partes sin saber nada de él y otro capturado por los cuerpos de seguridad y aparecido decapitado en una finca del pueblo en los más duros y fatídicos acontecimientos del fragor del conflicto armado.
Bartolo, es el desaparecido, estudiante de bachillerato y Leoncio, un zapatero, de quienes conservan dos pequeñas fotografías en blanco y negro.
Con estos recuerdos y angustias al hombro, aquellas vidas transcurren y llevan lentamente un grito de dolor que ruge como alarido sin nombre en el inexorable destino que los guía sin esperanza.
Un amanecer como otros tantos, llenos de sol, a veces de lluvia y a veces de soledad, Jorgito junto a la mejor hermana que tiene, se preparan todos los días para ir a la escuela, el niño asiste a quinto grado, ella a cuarto.
Respirando el aire fresco que desprenden los viejos árboles por el camino y acompañados por el trinar de los pocos pájaros que aún quedan y que cantan sostenidos en los tendidos eléctricos, pasan todos los días frente a la noble y bella pareja que cariñosamente tomados de la mano, recuerdan aquella memorable fecha cuando se juraron amor en las buenas y en las mala; mientras la gente pasa inadvertida corriendo presurosa y preocupada por los afanes diarios, invisibilizando la desesperanza en los corazones de tan desdichados seres que habían llegado al ocaso de vuestras vidas.
Los dos hermanitos vestidos de inocencia en lo más profundo del ser, los miran con mucha compasión y caridad, se acercan a la débil estampa, sacan de los bolsillos unas monedas y se las entregan complacidos de recordar siempre a quienes les han dado consejos, sus padres: respetar y ayudar a quienes lo necesitan sin esperar nada a cambio; muy agradecidos, los singulares ancianitos, con una actitud de inmensa emoción, les dan la bendición.
En el pasado de don Bernabé y doña Amparito, han quedado horarios de trabajo, esfuerzo, tenacidad; virtudes que nunca fueron gratificadas con una noble pensión, ya que sus aportes al Seguro Social, aunque se los descontaban, nunca fueron reportados al fisco, además de soportar la dura realidad de haber perdido dos hijos para siempre.
Así van transcurriendo los días, las semanas, los meses, en medio de la incertidumbre y la pobreza que los atrapa como seres condenados por un salvaje sistema económico que los devora lentamente.
Cierto día, al pasar frente a la iglesia, los pequeños hermanitos quedaron sorprendidos y estupefactos al no encontrarlos como de costumbre, al regresar de la escuela observaron que no habían llegado todavía, aquellas dulces melodías de dulzaina, güiro y pandereta, habían guardado silencio; para aquellos niños llenos de caridad y llenos de mucha sensibilidad, la ausencia fue dura, no así para las demás personas que nunca notaron el vacío de aquel hermoso lugar a la entrada del santuario de ese pueblo, colgado en las faldas de un pintoresco volcán arrimado a la cintura de la tarde.
A las pocas semanas de no saber nada de ellos, muy angustiados y preocupados, preguntaron en el vecindario por la ausencia de los dos ancianos y se enteraron por el sacristán que los habían llevado a un asilo, ya que las fuerzas cada día se agotaban más y más, muy tristes regresaron a la casa y le comentaron a los padres lo sucedido, juntos, decidieron buscarlos hasta dar con ellos.
Desde ese día, todos los fines de semana al lado de sus queridos progenitores, los van a visitar, llevándoles comida, frutas y una que otra moneda rescatada de los ahorros que han hecho con mucho esfuerzo de lo que les dan para sus golosinas.
Las vitrinas de los centros comerciales están repletas de diversos artículos, lindas modelos sonríen a las personas para persuadirles que compren, la hora de crear necesidades ha llegado para los comerciantes, los hombres y las mujeres salen muy felices y orgullosos con un equipo de sonido o el televisor adquirido a precio de “ME LO LLEVO” para pagarlo en dos años, arrancándoles su miserable sueldo del mes de diciembre y comprometiendo los que siguen, mientras que el ambiente para la mayoría de personas transcurre entre la miseria y el deseo de ayuda por un buen samaritano.
Los aguinaldos de los nobles trabajadores son acariciados con sonrisas y mucha amabilidad por los vendedores y las tentadoras ofertas del día.
Coloridas luces acompañan el nacimiento de nuevos artículos en plena noche buena, el último celular de moda angustia a las personas, lo novedoso del teléfono es que lleva tres días de saldo gratis y dos años para pagarlo.
Las fiestas de fin de año están en su apogeo.
Las luces de colores pintan los alrededores de aquel pueblo de una inmensa y fugaz alegría como un cuadro nacido de los magistrales pinceles de Picasso.
Agoniza el año, lleno de deseos, promesas que a la mitad del otro se han olvidado para volver de nuevo a la costumbre de siempre, la rutina y todo sigue igual, consumismo, miseria, deudas y una esperanza colgada en la estrella de una lejana galaxia.
Sin olvidar los valores inculcados por su familia en el seno de aquel hogar, los niños continúan visitando a don Bernabé y doña Amparito y aunque ya no pueden verlos, pues han perdido la vista, sienten su presencia y los ven con los ojos del corazón y los bendicen con una gratitud inmensa por tan buenas y eternas acciones de BONDAD.
Pringas de nostalgia salpican las tiznadas paredes del silencio.
Los lunes huyen en sus corceles de nieve.
Las nubes se amontonan como potros desenfrenados cabalgando en el vacío, formando figuras imaginarias de gigantes invencibles luchando contra poderosos centauros.
En las vitrinas se reflejan, caricias de luz.