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Los religiosos del Catecismo Neoliberal y el Antisaber

Oscar A. Fernández Orellana

En las discusiones políticas  y en diversos campos de las ciencias sociales, han sido evidentes los apuros para formular alternativas teóricas y políticas a la preponderancia total del mercado, cuya defensa más oportuna ha sido formulada por el neoliberalismo.

Estas dificultades se deben, en una importante medida, al hecho de que el neoliberalismo es debatido y confrontado como una teoría económica, cuando en realidad debe ser comprendido como el discurso hegemónico de un modelo civilizatorio, esto es, como una extraordinaria síntesis de los supuestos y valores básicos de la sociedad liberal moderna en torno al ser humano, la riqueza, la naturaleza, la historia, el progreso, el conocimiento y la buena vida.

Las alternativas a las propuestas neoliberales y al modelo de vida que representan, no pueden buscarse en otros modelos o teorías en el campo de la economía ya que la economía misma como disciplina científica asume, en lo fundamental, la cosmovisión liberal (CLACSO: 1993)

Por ejemplo, a las derechas y a los disidentes del socialismo y la revolución, les incomoda oír expresiones como la existencia de la explotación, imperialismo, lucha de clases, oligarquía y explotadores. Se muestran furiosos y despotrican cuando alguien les trata de hacer ver que las clases sociales son una realidad innegable.

Los grandes intelectos de la posmodernidad, los religiosos del catecismo neoliberal, dicen tener argumentos de peso para desmontar la tesis de la vigencia como categorías de análisis, de las estructuras sociales y de poder. Por su poca claridad, sólo es posible identificar, con cierto grado de sustancia, dos tesis, sostiene Marcos Roitman (2010)

Las demás se encuentran en la basura de las ciencias sociales. Son epítetos, insultos personales y críticas sin estatura intelectual, como las que suele usar en sus desvaríos políticos, ARENA.

La primera tesis establece que la argumentación explotados-explotadores es una fantasía, por tanto, todos sus derivados, entre ellos las clases sociales, son conceptos anticuados que solo sirvieron para alborotar al mundo el siglo pasado. Es mentira, ya no hay clases sociales, y si las hubiese, son restos de una guerra pasada. Desde la caída del muro de Berlín hasta nuestros días las clases sociales están destinadas a desaparecer, si no lo han hecho ya, sostienen.

El segundo argumento, consecuencia del primero, nos sitúa en la extinción de las ideologías y principios que les dan sustento, es decir el marxismo y el socialismo. Su conclusión es indiscutible: los dirigentes sindicales, líderes políticos e intelectuales que hacen acopio y agitan la bandera de las clases sociales antagónicas, para describir luchas y alternativas en la actual era de la tecnología y la información, viven de espaldas a la realidad. Melancólicos, enfrentados a molinos de viento que han perdido el tren de la historia. Para seguir adelante hay que modernizar, innovar, buscar conceptos en un mundo deslumbrante y alucinante como el de hoy.

Sin duda en las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI han emergido procesos sociales, económicos, políticos y culturales que no sólo han reinventado la realidad, sino los conceptos para describirla. Ello no es un hecho novedoso. La historia está llena de estos acontecimientos donde se inventan palabras. Basta leer libros de tecno-ciencias, informática, bioquímica o neurociencias para comprobar lo dicho. Incluso una academia tan conservadora como la española de la lengua se ve obligada, cada cierto tiempo, a incorporar voces que emergen de la vida diaria hasta convertirse en una realidad difícil de soslayar. Pero nuevas terminologías no invalidan las ya existentes. Pueden complementar o enriquecer el lenguaje. Pero, ante la infinidad de trampas ideológicas con que nos atrapa el capitalismo, debemos de desarrollar nuestro discernimiento y averiguar que se encuentra detrás de cada uno de estos nuevos significados.

La cultura mundial de los medios de comunicación uniformiza y reduce el planeta. Los diseñadores y promotores de esta cultura dedican cantidades ingentes de energías y dinero al estudio de la influencia y condicionamiento de las conciencias a través de los medios. El análisis de esta actividad revela que a través de ella se pretende crear el tipo de ser humano más conveniente para el sistema capitalista de producción y consumo. El objetivo ha sido convertirnos a todos en apéndices del mercado. Es lógico, por tanto, que la “publicidad comercial”, constituya uno de los componentes fundamentales de la cultura actual (Romano: 1993).

La perversión del lenguaje, la manipulación de las palabras y la apropiación interesada de los conceptos, se han convertido en una de las principales formas de corrupción de nuestro tiempo. La corrupción semántica desfigura el sentido de las palabras para que signifiquen lo contrario de lo que quieren decir y se ajusten a los intereses particulares de quien las emplea.

La posibilidad de caer en el absurdo a la hora de renombrar objetos, oficios y situaciones, está a la orden el día. Los casos son variados. Así, nos podemos encontrar que un cocinero se ha convertido en un renovador de alimentos; los recreos en los patios de los colegios han pasado a denominarse segmentos lúdicos y las tiendas se consideran como mercados de conveniencia, un vendedor es un ejecutivo de ventas y cualquiera que pone un negocito para medio sobrevivir, es un “emprendedor”. Esta moda sólo aporta confusión.

No es lo mismo un concepto viejo que otro anticuado. El imperialismo sigue existiendo, por mucho que les moleste a quienes plantean su muerte en beneficio de la llamada interdependencia global o globalización. Su definición sigue siendo válida en tanto explica a) la concentración de la producción y del capital que dio origen a los monopolios; b) la fusión del capital bancario e industrial y la emergencia de una oligarquía financiera (el poder del dinero que no se ve); c) el poder hegemónico de la exportación de capitales frente a las materias primas; d) la formación de las trasnacionales y reparto del mundo entre las empresas; f) las luchas por el control y el reparto territorial del mundo entre países dominantes; g) las formas de internacionalización de los mercados, la producción y el trabajo; y finalmente la reducción de la capacidad de los Estados y el sometimiento de estos al virtual “Estado transnacional”.

Los cambios experimentados por el imperialismo señalan su versatilidad y capacidad de adaptación en medio de los cambios profundos que sufre el capitalismo. La globalización como concepto no sustituye al imperialismo como una realidad. Sin embargo, entender que el imperialismo actual dista del imperialismo del siglo XIX, es de sentido común y no requiere de muchas conjeturas.

El imperialismo goza de buena salud. Otro tanto ocurre con el concepto de clases sociales. En la actualidad muchos científicos sociales prefieren hablar de estratificación social y estructuras ocupacionales antes que acudir al concepto de clases sociales para explicar las desigualdades, la pobreza o la indigencia. Los ejemplos pueden continuar. También los conceptos de explotación y colonialismo internos han caído en desgracia, aunque la semi-esclavitud, la trata de personas, la violencia doméstica, el machismo, el trabajo infantil y el dominio “de las razas superiores” sean una realidad cada vez más extendida en el planeta. De esta forma, negar la existencia de la lucha de clases, resulta kafkiano.

Es estas circunstancias adversas para el pensamiento crítico en América Latina, donde nace, plantea una nueva realidad que trata de explicar este rechazo al uso de conceptos y categorías provenientes de la tradición humanista y marxista: la colonialidad del saber y del poder (Aníbal Quijano: 2000)

Bajo el manto de parecer posmodernos, integrados a la llamada sociedad de la información y partícipes de la globalización neoliberal, se renuncia a ejercer el juicio crítico. Es más cómodo dejar de pensar, apoyándose en una supuesta caducidad de los conceptos, que darse a la molestia de averiguar cuáles son y han sido las transformaciones sufridas por las clases sociales durante las últimas décadas. Ello supondría reflexionar, atributo del cual carecen los nuevos robots alegres del pensamiento único (Roitman: 2010)

La mediación efectuada por el pensamiento único re¬duce las contradicciones hasta el punto de eliminarlas. Su misión es la unificación de lo que se presenta dividido, dis¬gregado. El pensamiento diferenciado, crítico, se realiza, sin em¬bargo, como toma de conciencia de la realidad plural y con¬tradictoria. Este tipo de conocimiento exige el esfuerzo constante por aplicar el instrumento de la razón al dominio del entorno. Especial obligación de ello tiene el liderazgo político de izquierdas. Si esto se evade, se corre el riesgo de caer en este maremágnum de ofuscación, desconcierto y seducción.

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