Washington/dpa
Los republicanos toman el martes las riendas del Congreso de Estados Unidos, store donde tendrán mayoría en ambas cámaras, como consecuencia de las elecciones legislativas de noviembre.
Los republicanos no controlaban ambas cámaras desde 2006. El partido de la oposición, con 246 escaños, tendrá la mayoría en la Cámara de Representantes, frente a los 188 escaños de los demócratas. Uno de los escaños de la cámara baja está vacante.
Y los republicanos también dominarán el Senado, con 54 escaños frente a los 44 de los demócratas, después de que el partido del presidente Barack Obama perdiera la mayoría en la cámara alta. También habrá dos senadores independientes, que suelen votar con los demócratas.
El nuevo Congreso será más diverso que el anterior, con más mujeres y miembros de minorías, aunque la mayoría de los escaños seguirán estando ocupados por hombres blancos.
Un número récord de mujeres, 104 en total, ocuparán escaños, cuatro más que en el Congreso anterior. Y habrá 96 miembros de minorías.
Con 29 hispanos en la Cámara de Representantes y tres en el Senado, este será el Congreso con más latinos de la historia. Habrá un hispano más en la Cámara de Representantes que en el Congreso anterior, mientras que el número de senadores latinos permanece invariable.
El nuevo Congreso contará con la primera congresista centroamericana, la demócrata Norma Torres, nacida en Escuintla (Guatemala) y que emigró a Estados Unidos a los cinco años. También se estrenan otros congresistas hispanos: los demócratas Rubén Gallego y Pete Aguilar y los republicanos Carlos Curbelo y Alex Mooney.
Desde el punto de vista religioso, no habrá grandes cambios. Nueve de cada diez miembros del Congreso (92 por ciento) son cristianos, el 57 por ciento protestantes, el 31 por ciento católicos, el 3 por ciento mormones y el 0,9 por ciento ortodoxos, según el instituto de demoscopia Pew Research.
El 5 por ciento es judío, mientras que sólo un 1 por ciento son budistas, musulmanes o hindús. Sólo una congresista, la demócrata Lee Zeldin, no se considera de ninguna religión.
Obama deberá enfrentarse a un Congreso dominado por el partido de la oposición, lo que podría reducir su capacidad para gobernar, ya que los republicanos intentarán imponer su propia agenda y hacer descarrilar cualquier iniciativa del presidente.
Pero Obama también podría vetar la agenda rival o recurrir a órdenes ejecutivas para hacer avanzar su propia agenda, pero corre el peligro de que los republicanos dejen sus iniciativas sin financiación.
Seis años después de su llegada a la Casa Blanca con un mensaje de esperanza y cambio en la forma de hacer política en Washington, la popularidad de Obama ha caído considerablemente en los últimos años, al igual que la del Congreso, que está por los suelos.
El 51,9 por ciento de los estadounidenses no aprueba al presidente, mientras el 43,8 por ciento aprueba su gestión, según las últimas encuestas. El 64,3 por ciento de los estadounidenses considera que el país va en la mala dirección.
Quizá a Obama le consuele saber que el Congreso está aún peor valorado que él. El 78,6 por ciento de los estadounidenes no aprueba a los congresistas y sólo el 14 aprueba su trabajo, según las encuestas.
Obama, por su parte, se resiste a ser un «pato cojo». En la jerga de Washington, «el pato cojo» es el presidente que se acerca al final de su mandato y que, sin aliados ni capacidad para enfrentarse a la oposición, ve reducida su capacidad para gobernar.
Tras la debacle de su partido en las elecciones legislativas de noviembre, Obama demostró que políticamente todavía puede volar: decretó la regularización de cinco millones de inmigrantes indocumentados. Y sorprendió a todos al anunciar la normalización de relaciones bilaterales entre Washington y La Habana, después de más de medio siglo de ruptura y enfrentamiento ideológico.