Wilfredo Mármol Amaya.
Psicólogo y escritor viroleño.
Se despertó en la banca del parque, sovaldi sale ed un lugar completamente desconocido para la niña que a sus 16 años no reconocía siquiera su propio cuerpo.
Titiritaba del frío, store healing pues los vientos al final de noviembre calaban en todos los rincones. Se sintió una vez más con deseos de no estar con vida, se sentía sola y sin proyecto de vida. A decir verdad, todo se le había venido encima. La víspera de navidad era evidente en el ambiente.
El rostro de su madre se le hizo presente de manera reiterada, recordaba sus últimas palabras “hija vaya a trabajar como dicen estos señores y hágase una mujer importante , de bien y nunca se olvide de su familia, que la queremos mucho” era el momento en que su madre la entregó a dos señores enviados por la reconocida modelo y presentadora de la televisión de nombre Lucrecia Santorini, que por cierto anunciaba en los periódicos y en facebook una escuela para edecanes, para convertir a la juventud en verdaderas estrellas de la televisión, incluso reinas de belleza que para representar al país en poco tiempo, y verdaderos talentos para anuncios comerciales. Esta había sido la promesa para sacar de la pobreza a las jovencitas que decidieran ser seleccionadas y así dar el salto a la fama.
La niña, doblada como feto en el vientre materno en la banca del parque, repasó una vez más las condiciones que le señalaron al ser alistada-antes del viaje del interior a la ciudad capital- se requería una disposición para dejarse guiar a la fama, haciendo por supuesto lo que se le pidiera, y por otro lado tener buen cuerpo, sobre todo piernas esbeltas y cara bonita, aunque las clases de maquillaje serían gratis desde el inicio del programa. Amelia, que era el nombre de la quinceañera, aun recordaba con grima, reflejada en sus labios empuñados con fuerza hacia el interior, el momento preciso cuando uno de los emisarios entregaba la cantidad de $150.0 en las manos de su señora mamá con el agregado de que “esto es sólo un pequeño adelanto de la nueva vida que les espera”, la madre quedó complacida y con dinero suficiente para los gastos de al menos el mes venidero.
De nuevo sintió hambre, deseos de tener algo en el estomago y quiso incorporase de la banca, se tomó las rodillas para impulsarse, fue cuando pudo apreciarse las manos y los brazos que estaban amoratados, debido a lo empellones que le habían propinado la noche anterior. Eran las señas del maltrato, golpes y jaloneos que le propició uno de los encargados de mantener la vigilancia y de supervisar que las cosas se hiciera conforme a las reglas dictadas por la propietaria, la reconocida modelo de la farándula televisiva, Lucrecia Santorini.
Esa noche Amelia decidió abandonar el lugar justo cuando se diera la menor oportunidad, y vaya que así ocurrió, aprovechando que el corpulento hombre que las vigilaba estaba abusando sexualmente de una recién llegada, y cerró con llave la puerta de la habitación, en cumplimiento al método acostumbrado, para que las nuevas jovencitas adquirieran experiencia, antes de intimarlas a ejercer solapadamente la prostitución con hombres del mundo histrionismo televisivo, y grandes empresarios, por supuesto.
Amelia, aun recordaba como saltó el muro de la residencia donde las mantenían a puerta cerrada, atravesado una quebrada, caminar al menos una hora hasta llegar a unos arbustos, contiguo a la banca, donde se quedó inmóvil y desmayada del cansancio. Era el centro del parque de una colonia de una zona privilegiada, en el poniente de la ciudad capital. Se notaban muy cerca las faldas del volcán, un pico que llegaba al cielo. Se apreció triste y acongojada. No sabía dónde ir y cuál sería el paso a dar para salir de semejante atolladero. Se sintió sucia y por momentos sintió asco de su propia existencia.
Fue una señora barredora de la municipalidad que carretilla en manos la había encontrado y al verla en semejante fachada se la llevó al local, donde dejaba guardadas sus pertenencias durante el día.
– No se preocupe-le había dicho- -Yo la voy a llevar a la policía para que declare todo eso que le han hecho. Y así lo hizo. Tomada del brazo de la empleada municipal, a marcha lenta lograron ingresar al puesto policial. Sintió pena y vergüenza. Los policías a la entrada la escanearon de pie a cabeza, mientras murmuraban la apariencia; las ropas ajustadas al cuerpo les provocó risas y pensamientos sobre la posible causa de la denuncia, “de seguro la violaron anoche, pero a todas luces esta mujercita lo pedía a gritos, eso pasa por salir de esa manera a la calle”, sentenció el policía más veterano de la delegación.
Menos mal una mujer policía fue testigo de su llegada e intervino justo en el momento que un policía bastante joven cuestionaba a la joven Amelia “¿Por qué andas con ese vestido tan corto, que no ves que das la impresión que te estás ofreciendo y ser presa fácil al deseo de los hombres?”, le indicó con vos chirriadora; fue el momento cuando intervino la joven mujer policía de nombre Pamela, joven, de ojos saltones, pelo negro largo y tenía un aura de universitaria, exigiendo que retomaría la declaración inicial de Amelia. Retomó la demanda policial. Pamela se encargó de llevarla personalmente a la Fiscalía, aprovechando para orientarla sobre cómo debería de actuar en todo ese procedimiento, esto dio cierta confianza y la preparó psicológicamente a ser valiente y decidida para llegar a las últimas consecuencias. Amelia se sintió acompañada, le tomó las manos a Pamela, quien le musitó tajantemente “entre mujeres no mueren mujeres, debemos ser solidarias entre nosotras”, palabras que llenaron de esperanza a la joven niña.
En la sede fiscal, Amelia tuvo la oportunidad de declarar todo su calvario, de principio a fin, de la forma en que llegaron a su casa, el traslado a la capital, participación en las fiestas patronales de los pueblos en que bailaban y actuaban modelajes, de todas las ofertas que se convirtieron en mentiras, pues nunca envió dinero a su casa; y como se inició a prostituirse sin tener paga alguna, contó con lujo de detalles los días interminables de encierro. Entre sollozos comentó el día en que la obligaron a perder la virginidad, en los brazos de un famoso presentador de noticias matutinas, y luego como le forzaron a pasar días enteros con un payaso personaje apodado “el flaco”, también de la televisión, sin recibir paga alguna. Concluyó “así me convertí en una puta, no era lo que yo quería”
Para concluir, la enviaron a una institución llamada Medicina Forense para que la revisaran los daños físicos. Días después, Amelia comentó como el vigilante a la entrada de Medicina Forense le había recomendado que mejor se fuera a su casa de regreso. En fin un señor de gabacha blanca le hizo el examen en sus genitales. Fue la experiencia más dura que Amelia recuerda de su vida, andar de oficina en oficina, contando a medio mundo como se llegó a convertirse en prostituta.
Una tarde, cuando meditaba en una institución de jóvenes que llamaban “El albergue”, Amelia, decidió regresar al seno familiar, dicho y hecho.
Empezó a trabajar en una maquila, dispuso iniciar una nueva vida. Ahora, Amelia es madre de dos hijas, aunque tiene un buen esposo y han pasado ya cinco años desde que abandonó el cuartel de la fama de Lucrecia Santorini, aun suele ponerse triste y le recurren ataques de llanto sin aparente motivo alguno, más cuando piensa que la justicia no ha llevado a esta fecha a la cárcel al famoso presentador de noticias matutinas, mucho menos al payado que llamaban “El flaco” quienes le hicieron mucho daño.
Amelia, camina por las tardes en las calles de su vecindad cuando regresa del trabajo en la fábrica, tomada de las manos de sus pequeñas hijas, y como siempre con la mirada en el horizonte, a la espera del día en que llegue la justicia.
Los anuncios de Lucrecia Santorini aun suelen leerse en la prensa escrita con la promesa de convertir a las jóvenes en verdaderas estrellas de la televisión y lo que es mejor aun, convertirlas en reinas de belleza, en representación del país de la sonrisa.
San Salvador, 28 de noviembre de 2014.
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